Jaime Septien Crespo/Periodista católico
Ha comenzado el verano, y por tanto, las vacaciones también del Papa. Aunque (ya lo sabemos) Francisco no toma vacaciones, sí que reduce su ritmo de trabajo y completa documentos, estudia otros y acude, como lo hará el próximo mes de julio, a jornadas tan importantes como la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia (Polonia).
Como “despedida” de las homilías de Santa Marta, la que pronunció el pasado 20 de junio, nos pidió el Pontífice argentino –sin anestesia, tal cual suele decirnos las cosas—que antes de criticar, antes de juzgar al vecino, nos miremos en el espejo. ¿Qué vemos ahí? ¿Quiénes somos nosotros, cada uno, para juzgar a los demás?
Comentando el texto del Evangelio de Mateo, Francisco dejó tarea para veranear con ella: cállate la boca, no juzgues, no seas hipócrita. ¿Por qué hipócrita? Porque cuando juzgamos nos ponemos en el lugar de Dios. Pero nuestro juicio es “pobre”. No tiene lo que tiene el juicio de Dios: la sabiduría de la misericordia.
¿Es posible pasarse la vida sin juzgar, sin “recortar” al prójimo. Los santos nos han enseñado que sí. Y si no tendemos a la santidad, la vida se nos vuelve tristísima, un juego de paciencia. De tolerarme y de tolerar a los cercanos. No va por ahí el camino de Jesús. Ni los consejos del Papa. Mirarme al espejo y pedir el don de refrenar la lengua: qué responsabilidad para este verano. Y para toda la vida.