Pbro. Leonel Larios Medina/ Rector de la Catedral de Parral
Cada día al abrir las noticias o prender el televisor, no falta el muerto de cada día. Ejecutados allí, encontrados muertos allá. La muerte y familias en luto parece ser nuestro pan de cada día. Hasta hoy en México, van más de cuatrocientas mil muertes violentas en este siglo, tres partidos gobernando y parece que la impunidad es la que reina.
Hace unos días, la muerte de tres personas en Cerocahui, municipio de Urique, dos de ellas sacerdotes jesuitas el padre “Gallo” y el padre “Morita” como les decían, fueron victimados por asistir dentro del templo parroquial a un guía de turistas. Los cuerpos ni siquiera los dejó ahí en el lugar santo donde sirvieron tantos años, sino que se los llevó como trofeo de su poder, para tirarlos a ochenta kilómetros. Días después de su muerte, encontrados, fueron reconocidos y llorados en el templo por su feligresía.
Lo relevante no sólo es que ahora hayan matado a sacerdotes, sino que siguen los sicarios matando despiadadamente a cuantos se les interponen en sus negocios ilícitos. Secuestran comunidades, impiden el paso del pollo o llegada de víveres. Piden derecho de piso, y a plena luz del día se pasean con sus armas como forajidos temidos hasta por nuestras policías y ejército. Todos los conocen, saben dónde están y nadie hace nada… solo ellos hacen lo que les da la gana.
Ante estos hechos no podemos sentir más que indignación. Donde no se respeta la dignidad, lo sagrado de la persona y del lugar religioso, ya parecen haber desaparecidos los límites. Seguramente muchos sicarios ejecutan órdenes o realizan sus crímenes bajo el influjo de las drogas. Una persona sensata no haría masacres. ¿Dónde está la raíz? La droga se cultiva para clientes que la procuran, ilícitamente se cultiva para surtir el mercado. Los dividendos obtenidos sirven para comprar armas, poder y seguramente puestos públicos.
¡Cómo invitar a mis amigos extranjeros a conocer lo hermoso de la Sierra con estas noticias internacionales! Cerocahui y otras comunidades serranas no son sólo lugares turísticos, sino tierra de gente que ahí vive, y ahora muere o es desplazada por estos grupos criminales. Es más seguro ir a las montañas suizas, tan lejanas, que a nuestras propias montañas y divisaderos. ¿Por qué allá se vive en paz y aquí no?
Una de las respuestas es la pobreza de nuestra gente. Los Jesuitas en sus misiones desde hace más de dos siglos enseñaban violín y otros instrumentos a los nativos de estas sierras. Ahora si no empuñan el gatillo de armas gringas, se tienen que ir. O rayan la amapola, o mejor que busquen otro hogar.
Dolor parece ser lo que nos deja toda esta situación injusta. ¿Qué nos toca a ti y a mí? ¿Quejarnos? ¿Vivir con miedo? ¿No será mejor preguntarnos si estamos construyendo y colaborando con la paz? La muerte de gente inocente, es un grito al corazón de Dios. Escucha nuestro clamor y nos llama a liberarnos de las esclavitudes de odios y egoísmos.
Marchas de orgullo y pro abortos, es aplaudirle a un mundo contra Dios y contra su creación. Te invito a comprometernos ahí desde nuestra casa y con nuestros vecinos. Reconciliarnos con los que tenemos algún problema, dialogar, perdonar, ceder, tener el corazón lleno de paz. Promover todos los días lo hermoso de la vida y que ya no se tengan que llorar y escuchar muertos tras muertos.