Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Espero que se encuentren todos muy bien. Les saludo como mucho amor de padre, hermano, obispo y con todo mi corazón. Vamos avanzando en nuestro tiempo de Adviento, ya estamos en el cuarto domingo de Adviento, ya muy cerca la Navidad.
Quiero recordarles que el centro de nuestra vida cristiana es Cristo, es Jesús que viene en nuestro encuentro, que nace en todos nosotros en Navidad.
Porque luego, lamentablemente, enfocamos nuestra mirada en lo superfluo: que la cena, el adorno, el regalo, qué me voy a poner. Todo eso es bueno, hay que alegrarnos, es motivo de alegría, gozo y esperanza, pero el centro es Jesús, Cristo que viene a nuestro encuentro y que nosotros iniciamos un camino de preparación, para encontrarnos con Jesús, con el Emmanuel, el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador.
Salir al encuentro
En este domingo cuarto de Adviento escuchamos en el evangelio de san Lucas, nuevamente, sobre la visitación de María a su prima Isabel. El centro es Jesús, que María lo lleva en su seno, va embarazada, va Jesús con ella, pero María está en un segundo plano.
Contemplamos el misterio de la visitación: María siempre se encamina presurosa a visitarnos, a un pueblo, una comunidad, una nación, una diócesis, una parroquia, una familia, una persona, María nos visita, visitó a Isabel, pero no sólo a ella, con Isabel está todo el pueblo de Judea, la casa de Zacarías, los familiares y amigos, que sin duda alguna la recibieron. Todo fue motivo de alegría y gozo por la presencia de María, pero en el fondo la presencia de Cristo, que estaba en el seno de la Virgen María.
Destaco el verbo “se encaminó” presurosa, y pido para que nosotros también tengamos esa generosidad de visitar al otro, al hermano. A veces nos encerramos, nada más mirar hacia nosotros mismos, mis necesidades e intereses, nada más yo, y ese ejemplo de María, que es misionera, que sale al encuentro, nos enseña mucho, nos enseña a encaminarnos al encuentro del otro, de la familia, del pobre; es importante la caridad, el compartir un pan, un vestido, un abrazo, una sonrisa, compartir, salir al encuentro para compartir a Cristo en la caridad, en el servicio.
Tanta fue la alegría de Isabel y Zacarías, que también el niño Juan, la criatura, saltó de gozo en su seno, también se alegró, saltó en su vientre y también el bebé Juan reconoce la presencia del Mesías en el seno de María.
Fruto para nosotros
La palabra ‘encuentro’ que el Papa Francisco nos invita a vivir, encuentro con Dios, con María, encuentro con nosotros, encuentro de vida y amor, un encuentro con el Dios por quien se vive, con el Emmanuel, el ‘Dios con nosotros’ a través de nuestra Madre Santísima, la Virgen María.
Isabel queda llena del Espíritu Santo y se dirige a María: ‘Bendita tú entre las mujeres’. La mujer más hermosa, bella, inmaculada, María y el Espíritu Santo sobre ella, y bendito el fruto de su vientre, Jesús, un fruto que nos da, un fruto para nosotros.
Por eso me preparo en la oración, en la penitencia, en las buenas obras, para encontrarme con ese Jesús que María nos regala y muestra a cada uno de nosotros.
Por eso en esta última semana hay que prepararnos e intensificar la oración. ¡Anímate a confesarte, a reconciliarte, a recibir la absolución y llegar sanos, reconciliados, perdonados por Dios, a encontrarnos con Jesús.
¡Dichosa tú!, le dice Isabel a María, que has creído. ¡Dichosos nosotros que creemos!
Hay que reforzar nuestra fe en el misterio de la encarnacion, del nacimiento del Salvador. Que creamos de verdad, de corazón y que esa fe nos lleve a convertirnos, a cambiar y a testimoniar nuestra fe.
Preparados para Navidad
Por eso hemos cantado en el Salmo responsorial ‘Señor, muéstranos tu favor y sálvanos’ es el mismo Dios que viene a nuestro encuentro y que sigue naciendo, viene a salvarnos.
¡Muéstranos tu gracia y sálvanos, te imploramos! y aceptamos la salvación que el Señor Jesús nos regala.
Por eso escuchamos: vuelve tus ojos y mirada a nosotros, visítanos y que tu diestra nos defienda y fortalezca. Ese Niño Dios aparentemente débil, viene a bendecirnos.
Por eso preparémonos junto con la antífona de entrada: ‘Cielos destilen el rocío, nubes lluevan la salvación, que la tierra se abra y germine el Salvador, que hable tu corazón’. Prepara tu corazón para que el Señor venga, derrame su gracia y demos frutos abundantes.
¿Qué le pedimos en este cuarto domingo de Adviento desde el oración colecta?
‘Infunde tu gracia en nuestros corazones’…Esa misma gracia que llenó a María, infúndela en mi, en nuestros corazones, para que habiendo conocido el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, lleguemos a la meta, a través de la Pasión y la Cruz, a la gloria de la Resurección.
En esta oración se conecta todo: la encarnación, el nacimiento, la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y el culmen, la Resurección, Vivir todo el misterio de la Salvación ahora, en el nacimiento del Salvador.
Por eso el profeta Miqueas resalta la ciudad pequeña de Belén donde nacerá el jefe de Israel -Dios elige a los pequeños, a los sencillos, humildes-, porque él entiende el mensaje y el verdadero sentido de la Navidad, para encontrarnos nosotros con el Hijo de Dios. Así nosotros seamos sencillos, humildes. Dejemos a un lado el egoísmo, la soberbia, el pecado. Hagamos nuestra vida y corazón abiertos al Salvador, para que derrame su gracia en nosotros.
Hay que seguirnos preparando estos últimos días de Adviento para celebrar las fiestas sagradas de la Navidad, una plena Navidad.
La bendición de Dios Todopoderoso esté siempre con ustedes.