Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Les saludo con mucha alegría esperando todos se encuentren bien, en unión con la familia, con mucho amor y paz.
Hemos dejado atrás el tiempo fuerte de Navidad y nos adentramos al tiempo ordinario en el que contemplamos todo el misterio, toda la vida de Jesús y esa es una riqueza muy importante. Así pues los invito a vivir con la misma intensidad con el mismo gozo y fe estos domingos y estos días del Tiempo ordinario.
Un encuentro especial
Hoy el evangelio de san Juan nos narra un encuentro, esa palabra es clave, queridos hermanos, es un encuentro de amor y gracia que nos da plena felicidad. Este encuentro es muy particular.
Primero nos dice el evangelista que Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos, y fijando Juan el Bautista su mirada en Jesús les dice a sus discípulos: “Este es el Cordero de Dios”. La labor de la Iglesia como Madre y maestra es mostrar el amor de Jesús predicar a Jesús, dar testimonio de Cristo, no predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús.
Por eso me parece importante resaltar lo que Juan el Bautista hace con sus discípulos, y yo añadiría como reflexión ¡No me sigan a mí! Yo soy nada más la voz del desierto, como él lo dijo, pero este es el cordero de Dios. Por eso la Iglesia es maestra, enseña, muestra, predica a Jesús.
Dice el Papa Francisco “No debemos ser autorreferenciales”, eso es pecado de egoísmo, individualidad. ¡Alaben a Jesús! Mirar a Jesús todos, y mostrar a Jesús, “Este es el Cordero”.
Seguir a Jesús
Sigue diciendo San Juan que al oír esas palabras siguieron a Jesús. La predicación mía, como ejemplo, es decir: Sigan a Jesús, no me sigan a mi, obispo, sino sigan a Jesús. Todos estamos llamados a seguir a Jesús, a vivir un encuentro vivo, personal, fuerte, intenso con Jesús. Por eso te pido y te exhorto: predicar a Jesús, mostrar con nuestra vida con nuestra pastoral, desde nuestra propia familia, ustedes papás, muestren a Jesús, enseñen a sus hijos a Cristo con el testimonio, con su fe.
Los discípulos siguieron a Jesús y aquí viene el encuentro: Jesús se da cuenta que lo siguen y les pregunta ¿Qué buscan? una pregunta clave. Jesús hoy me pregunta a mí ¿Qué buscas? ¿Qué buscamos con Dios, con Cristo? A veces no sabemos, como que lo seguimos, pero a medias, como superficialmente para no impedirle. ¿Qué busco en Jesús? Es muy importante esa pregunta que le hace a esos discípulos y ahora te la hace a ti y me la hace a mí.
Ellos responden con otra pregunta ¿Dónde vives maestro?, pregunta muy importante, pero también vivencia. Es importante esa pregunta implica ‘quiero acercarme a ti, quiero conocerte, saber qué haces, qué piensas, cómo vives. Quiero acercarme, intimar, profundizar en el conocimiento de ti.
Nuestra fe
A veces llevamos una fe muy superficial, muy por encima, muy tibia, entonces las dos preguntas son muy importantes, la que Él nos hace ¿Qué buscas?, y la intención nuestra ¿Dónde vives Maestro?
¿Qué responde Jesús? Vengan a ver, acérquense, estén conmigo, no tengan miedo. Todo eso desde una mirada. Juan miró a Jesús, los discípulos miraron a Jesús y lo siguieron. Jesús miró a los discípulos. Dios nos mira. ¿Qué clase de mirada nos da?: profunda, de amor, de interés, de preocupación, ¿Qué mirada le doy yo a Jesús? ¿Qué busco en Él? Una mirada de amor, de fe, de un verdadero interés de crecimiento, de conocerlo, limpia, pura. Esa mirada que nos lleva a un encuentro con Dios no es de un día, ni de un rato, no es cuando me nazca. Nuestro encuentro con Dios, con Cristo es siempre, toda la vida, todos los días de muy distintas maneras. Claro, el máximo encuentro es la Eucaristía, la oración, el encuentro con la Palabra, la meditación, la Lectio Divina, a través de las personas, a través de una enfermedad encontrarme o dejarme encontrar por Dios.
Invitación
Yo los invito a meditar este párrafo primero del evangelio de San Juan, reflexionarlo y aplicarlo a nuestra vida. Como Iglesia se nos invita a conocer a Jesús, Él es el Cordero y a Jesús dirigirnos y preguntarle ¿Dónde vives?, manifestar nuestro interés auténtico y aceptar su invitación.
Jesús en todos sus encuentros toca, entra a casa, impone las manos, transforma; son encuentros transformadores que dan vida. Así debe ser nuestro encuentro diario con el Señor. Eso implica conocerlo. Por eso, vayamos al encuentro del Señor, no permanezcamos en la ignorancia.
Y aquí me remonto a la primera lectura del primer libro de Samuel, habla de un Joven Samuel que está con Elí el profeta. Dice el texto que Samuel aun no conocía al Señor yo me pregunto ¿Conozco al Señor? Dios habló a Samuel, y aquél no conocía a Dios y se dirigía al profeta. Elí entiende que es Dios, y le dice: ‘tu responde: habla Señor, que tu siervo escucha’. Es lo que la Iglesia debe enseñar, hablarle a Dios y así también decimos como aclamación y como respuesta: Primero habla Señor que tu siervo escucha y segundo aquí estoy Señor para hacer tu voluntad.
Queridos hermanos, estos dos textos del evangelio de San Juan y del primer libro de Samuel de este II domingo del Tiempo Ordinario son bellísimos. Cada frase, cada expresión nos invita a profundizar en la fe, en su mirada, un encuentro de amor, encontrarme con Él, pero hay que convivir con Él, escucharlo a través de la oración, de la Palabra, meditación y sobre todo a través de la Eucaristía.
Que el Señor los bendiga. Seamos dóciles al Espíritu Santo para dejarnos guiar por su acción santificadora. Cuídense mucho les pido permanezcan fieles a la fe acérquense a Cristo para conocerlo y amarlo. Y que la bendición de Dios permanezca siempre con todos ustedes.