MC Luis Alfredo Romero / Comunicólogo
Para procurar la armonía y el respeto entre los miembros de algunos grupos donde priva el compañerismo, es un principio tácito que no se hable ni se discuta de religión o política.
En grupos de inspiración religiosa, donde todos profesamos las mismas creencias y tratamos de caminar de acuerdo a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia surge, en vísperas de elecciones, la inquietud de si se puede o se debe hablar de política.
En comunidades y grupos religiosos maduros, que aceptan las cosas como son, las manifestaciones de simpatías políticas se dan, pero siempre en un ambiente de respeto y caridad hacia el hermano con el que se dialoga. Esto es difícil de conseguir si no se cuenta con información y formación de carácter político que es una forma práctica de alcanzar discernimiento en la materia.
Cuando se llega a establecer el debate, éste es breve, ligero y superficial, en aras de conservar la amistad y la fraternidad. Por ello es oportuno conocer qué dice la Iglesia en torno al tema político y así, manejarse con propiedad al interior del grupo.
Encíclicas, exhortaciones, constituciones y una serie de documentos papales hacen converger al pensamiento de la Iglesia, del evangelio y de la política, en la llamada Doctrina Social de la Iglesia que desde León XIII hasta el Papa Francisco, no ha detenido su conformación.
La política no se reduce a la lucha partidista, sino más bien al conjunto de pensamientos y acciones tendientes a la consecución del bien común. Como individuos o como grupos tenemos intereses legítimos. Desear el bien común significa pensar más allá de las propias necesidades. Es pensar en el bien de todos, incluyendo a los que no tienen voz ni poder. “El bien común permite a los grupos y a sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Gaudium et Spes 26).
Trabajar en favor de ese bien común es, en términos evangélicos, cumplir con el mandamiento de “amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.
“Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de “todos nosotros” formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social” (Benedicto XVI).
Si reducimos nuestro pensamiento y acciones únicamente a nuestras propias necesidades, entonces la convivencia se tornaría imposible, sería una guerra de todos contra todos. Por ello el bien común debe ir más allá de los bienes materiales, a ellos debemos sumar el bien espiritual, pues ningún aspecto del ser humano debe dejarse fuera en la búsqueda y de la construcción de ese bien. A esto la Doctrina Social de la Iglesia le denomina el bien global.
El Papa Juan XXIII, de feliz memoria e iniciador del Concilio Vaticano II, decía que todo lo que interesa al ser humano debe interesar a la Iglesia. Interesarnos por nuestra casa, vestido, sustento, educación, salud, trabajo, salario es legítimo, pues son derechos. Pensar en los derechos de los otros y procurar que los tengan, para el cristiano es una obligación y este sería el sentido más evangélico de la política: buscar nuestro desarrollo personal y grupal y también el desarrollo del prójimo.
Cuando analizamos el tema político sobre una ayuda amplia al prójimo, que le permitan el desarrollo de todas sus potencialidades y vivir con dignidad, surgen diversas dudas, sobre todo si debe existir la propiedad privada. Claro que debe existir, pues su sentido es que es algo humano y sirve para la paz y para un mejor uso de los bienes. Cuando los bienes son de todos, nadie se responsabiliza de ellos y terminan destruidos. La propiedad privada estimula al hombre para que la procure, la cuide y la proteja de la destrucción.
“Poder disponer libremente de bienes es también algo que nos mueve a asumir responsabilidades y tareas en medio de la sociedad. Por ello el derecho a la propiedad privada es un elemento esencial de cualquier política económica democrática ya que mediante la posesión privada, todos podemos ser partícipes de los frutos de la economía”, nos dice la doctrina social de la Iglesia en el documento “¿Qué hacer?”(DOCAT 90).
Ir un paso adelante en materia social es nuestra responsabilidad, para auxiliar al prójimo a que tenga la capacidad de resolver su propia realidad, por crítica que sea. Capacitación y educación a los más necesitados puede ser una solución, “porque si les damos un pescado comerán un día, pero al enseñarlos a pescar comerán toda la vida”, dice un adagio chino.
A este respecto San Juan Pablo II dijo: “El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar “suyo” y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una autentica comunidad humana”.
El amor a Dios y al prójimo es el principio sobre el que debemos sustentar el apoyo a los demás, sobre todo a los más desvalidos, teniendo siempre presente que por muy pobres o ignorantes que sean, tienen dignidad, por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Construir esa comunidad humana subsidiaria, que orienta y, solidaria, que apoya, de la que habla la Doctrina Social de la Iglesia, tal vez nos parezca lejana, pero la vocación cristiana nos empuja a intentarla. Estos son matices que bien podríamos tomar en cuenta en nuestros diálogos y expresiones políticas al interior de nuestros grupos religiosos, teniendo siempre presente el respeto y la caridad hacia nuestro interlocutor.
En cuanto a la participación en política, el Catecismo de la Iglesia Católica es muy claro: “si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política… Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida pública” (CCE 1910 y Ss).
Participar en política es un derecho y un deber, “el ejercicio de los derechos políticos está destinado al bien común de la nación y de toda la comunidad humana” (CCE 2235).
Leyes, reglamentos y nombramientos de autoridades emanan de la acción política, que en última instancia buscan, o debieran buscar, la realización del hombre en medio de la sociedad. Es importante, entonces, al seleccionar una opción política, excluir los programas que no sean compatibles con nuestra fe.
¿Cuándo podrán estar presentes los valores del evangelio y las directrices de la Iglesia en la sociedad si continuamos rehuyendo hablar de política? Tal vez ha llegado el momento no sólo de hablar, sino de participar activamente en la vida pública, porque “la participación en política es la más alta manifestación de la caridad”, dijo el Papa Francisco.