Pbro. Alberto Medel/ Liturgo
Las imágenes de un sacerdote italiano celebrando la Misa en el mar volvieron a aparecer esta semana en las redes sociales, pero en realidad son imágenes de julio de 2022, cuando me permití hacer esta reflexión, que hoy comparto de nuevo:
Y es que, desde hace algunos años hemos asistido a una suerte de sentimentalismo litúrgico, el cual consiste en que -supuestamente sostenidos por la verdad de los Sagrados Misterios que celebramos- tanto a los sacerdotes como a los fieles cristianos nos ha dado por llenar de cursilerías las acciones sagradas.
Lo mismo podemos ver a un sacerdote bailando con los ornamentos sagrados en TikTok, o celebrando la Misa al caer del sol a la orilla del mar o en una cumbre elevada, como una especie de compenetración con la naturaleza que habla de la grandeza de Dios.
Sin embargo, esto no dista de lo que los fieles laicos también hacen. Como lo ven en las películas o en las telenovelas, quisieran sus sacramentos a la orilla del mar o de las formas más singulares, como hace poco vimos a una pareja de jóvenes tlaxcaltecas que celebraron su matrimonio con temática nazi. Podemos seguir con una larga lista de banalidades que, en nombre de una fe (que es más bien sentimentalismo) se traspasan los límites de lo sagrado hasta ridiculizarlo de maneras auténticamente bochornosas.
Argumentos falaces
El domingo 24 de julio 2022, un sacerdote italiano de nombre Mattia Bernasconi -según expresa en su carta de disculpa-, motivado por una serie de argumentos falaces, que quiso disfrazar una y otra vez de ingenuidad y de autenticidad, celebró la Eucaristía usando una cama flotante como altar, y él metido en el agua, únicamente con lo que llamamos coloquialmente “traje de baño”.
En su carta de disculpa, el joven sacerdote dice que comprende la gravedad de lo que hizo, pues aunque manifiesta que su intención fue buena y que sabía de la sacralidad de la santísima Eucaristía, en ese momento consideró que era apropiado para los jóvenes con los que estaba, además de abundar en explicaciones de que le fue imposible encontrar un lugar mínimamente conveniente. Asegura que él no esperaba escandalizar como lo hizo.
Con la introducción a este escrito, queda claro que este joven sacerdote, como muchos otros hermanos clérigos con una deficiente preparación teológica y litúrgica, bajo el rancio argumento de “razones pastorales”, terminan desfigurando la liturgia, poniéndola más bien al servicio de su ego, disfrazado de condescendencia con el pueblo al que creen ignorante.
Este joven sacerdote dice, por una parte, saber la grandeza de la Eucaristía, pero lo que hace es totalmente contradictorio a lo que dice saber; lo que deja ver es que él piensa que la conciencia de lo sagrado consiste en un puro racionamiento intelectual, y no en una experiencia personal con Cristo, que lo lleva a dar gracias con humildad por asociarlo a su ministerio redentor por el sacerdocio, y a servir con sencillez a ese don inmerecido.
Por otra parte, este hermano sacerdote dice que no pensaba escandalizar a nadie, y seguro está pensando en que gracias a las fotografías que le tomaron se hizo del conocimiento público, y a eso es lo que él llama “no escandalizar a nadie”; sin embargo, aunque no se haya hecho público, ciertamente escandalizó a los poquitos que lo presenciaron.
Lo que ocurrió en aquella playa fue sólo un suceso muy original, pero vacío, porque en el fondo saben que usaron lo más sagrado que tiene la Iglesia, y usando eufemismos lo justificaron, porque al final, con sus hechos, el sacerdote les hizo ver que aquello que se dice tan sagrado, no lo es.
Recientemente, el Papa Francisco, en una carta donde nos invita a revalorar la dignidad y la sacralidad de la liturgia, nos recuerda que si los signos sagrados pierden su carácter de “sagrado”, inmediatamente dejan de tener sentido.
En este tiempo, en el que todo trata de hacerlo “histórico”, de romper récords mundiales, de ganar likes fáciles, una pobre, o más bien, mediocre formación, y peor aún, una débil vida espiritual, nos lleva a denigrar lo más sagrado que tenemos.
Estas cosas no están lejos de nuestra experiencia, como ya lo mencionaba: aquí en México, por ejemplo, la gente prefiere que sus Misas de difunto se hagan en su propia casa para evitar “la molestia de ir a la iglesia”, o quieren sus sacramentos en jardines, ex haciendas, salones de fiestas, o cualquier otra cosa que sirva a los caprichos personales, olvidándonos de lo sagrado que celebramos y que debe tener su lugar precisamente en los espacios dedicados para el culto divino.
Lo sucedido con este sacerdote nos tiene que dejar muchas lecciones, la más importante es que, si no damos su lugar a lo sagrado (no como un simple convenio social, sino con la convicción de que es un don venido de las manos de Dios, el cual se nos da generosamente en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía), terminaremos reduciendo la sagrada liturgia en acciones meramente rituales, las cuales ya no nos dicen nada, y por lo tanto, hay que llenar de espectáculo y payasadas que logren lágrimas, que muevan las emociones y el puro sentimentalismo que no nos lleva a una vida congruente.
El día en que nos maravillemos del grande regalo del Dios hecho hombre que actualiza su misterio salvador en cada Eucaristía, comprenderemos que este augusto sacramento no puede estar sujeto a los caprichos ni del sacerdote ni de los fieles, que todos tenemos el deber de custodiarlo, pues el día en que la Eucaristía llegue a ser abaratada al grado de qué pierda su sentido, ese día se habrá acabado la Iglesia.
Todos somos custodios de este don tan grande, y esto nos compromete a hacer un verdadero acto de fe en el regalo tan grande de la presencia de Jesús entre nosotros.
No dejemos pasar de largo estos sucesos, y en lugar de tener una actitud de escándalo, aprendamos de los errores de otros para hacer lo correcto.