Felipe Monroy/ periodista Católico
El papa Francisco ha intensificado su crítica contra lo que llama un estilo irresponsable de la vida occidental y de políticas tecno económicas; en su reciente exhortación apostólica ‘Laudate Deum’ el pontífice no puede ser más enfático y político: “No todo aumento de poder es un progreso para la humanidad […] El gran problema actual es que el paradigma tecnocrático ha destrozado esta sana y armónica relación [entre el ser humano y el ambiente]”.
Ocho años después de su encíclica ecológica-económica Laudato si’ y de la irrupción dramática de la pandemia global de coronavirus que afectó literalmente al mundo entero, Francisco retoma el urgente llamado al cuidado de la Creación, con lo que el máximo jerarca de la Iglesia católica parece sentenciar que el resto del siglo debe asumir la conversión ecológica integral o la humanidad le estará dando la espalda directamente a su dignidad.
El reciente texto del pontífice tiene rasgos de auténtica molestia, especialmente con los negacionistas del cambio climático. En diferentes puntos, Francisco critica las actitudes que aquellos que “pretenden negar, esconder, disimular o relativizar los signos de este cambio”; también carga contra quienes “pretendieron burlarse” de la constatación científica de la emergencia ecológica o aquellos que “ridiculizan a quienes hablan del calentamiento global”. El Papa también lamenta visiones ecologistas “simplistas” (como los que responsabilizan a los pobres del daño ecológico por tener muchos hijos) o “apocalípticas” que desaniman a tomar acciones pequeñas de cambio:
“Terminemos de una vez con las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos. Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos”, declaró el pontífice.
En el centro de la reflexión pontificia hay un duro cuestionamiento al paradigma tecnocrático y a su pretendida ilusión de resolver los problemas contemporáneos “como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico”. Por el contrario, Francisco considera que con el vertiginoso y frenético avance del poder humano (sin preguntarnos por su sentido o sus límites) “nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia […] Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos”.
El Papa también fustiga contra las estrategias mercadológicas y los sistemas de desinformación que están en manos de poderosas industrias que maquillan su “decadencia ética”. Condena a los industriales que utilizan dichas estrategias para ilusionar a los pobladores hablándoles de progreso, posibilidades económicas y laborales cuando inician emprendimientos que afectan el ambiente con altos efectos contaminantes: “En realidad no parece interesarles de verdad el futuro de estas personas, porque no se les dice que detrás de ese emprendimiento quedarían una tierra arrasada; unas condiciones mucho más desfavorables para vivir y prosperar; una región desolada, menos habitable, sin vida y sin la alegría de la convivencia y de la esperanza”.
En el breve documento, Francisco también reprocha los planteamientos de la ‘meritocracia’ pues afirma que si bien es positivo reconocer el valor del esfuerzo, el desarrollo de las capacidades y el “loable espíritu de iniciativa”, en ocasiones se utiliza como una ficción que consolida los privilegios de una élite poderosa porque no hay una búsqueda auténtica de igualdad de oportunidades: “Dentro de esa lógica perversa, ¿qué les importa el daño a la casa común si ellos se sienten seguros bajo la supuesta armadura de los recursos económicos que han conseguido con su capacidad y con su esfuerzo?”.
Todo eso apenas en la primera parte del documento. Al final, Francisco ofrece una postura política concreta frente a los fenómenos geopolíticos en el marco de la guerra en Europa Oriental y la post pandemia; frente a las deudas del multilateralismo y la vieja diplomacia; y frente a los compromisos internacionales sobre la explotación de recursos y la corresponsabilidad de los países hiper industrializados.
Durante su pontificado, Francisco ha liberado textos singularmente incómodos para las conciencias inerciales, institucionalizadas o ancladas en el pasado y esta exhortación no es la excepción. Desde la dureza espiritual de los santos primitivos (“Cuando los seres humanos pretenden ocupar el lugar de Dios, se convierten en sus peores enemigos”, escribe) y la perspectiva antropológica crítica a la modernidad (la exhortación parece inspirada en los planteamientos de George Monbiot: “El progreso se mide por la velocidad a la que destruimos las condiciones que sustentan la vida”), el Papa parece no querer pasar a la historia como el líder religioso que, al contemplar sus propias heridas abiertas y las de su prójimo, se enfrasca en discusiones sibilinas sobre disciplina y doctrina. Es algo que no todos los católicos comparten pues prefieren respuestas maniqueas a dudas exquisitas para satisfacer sus certezas y eludir sus responsabilidades.