Pedro Trigo, SJ/ teólogo
Sobre el resultado de las elecciones en Venezuela, como cristiano, cabe decir, ante todo, que la ciudadanía asumió su responsabilidad porque tuvo conciencia de lo mucho que estaba en juego, ya que captaba que el Gobierno había abandonado al Estado: no funcionan los servicios básicos y la gente tiene que irse del país, porque no encuentra condiciones para vivir mínimamente y con sus derechos reconocidos.
Vio en estas elecciones la oportunidad de pasar a un gobierno realmente democrático y, por eso, puso todo su empeño, a pesar de que en no pocos lugares las condiciones para votar fueron muy cuesta arriba: la gente tuvo que hacer largas colas, porque, por ejemplo, habían ofrecido menos mesas de votación.
Muchos pensaban que, así como en la campaña el Gobierno había silenciado a la oposición en los medios y había regalado mucho para que votaran por él, y había pintado y reparado lo más visible para que se viera su eficiencia, también en las elecciones trabajaría todo lo posible para enderezarlas a su favor. A pesar de eso, no quiso desaprovechar la ocasión. La mayoría pensó: “Que por mí no quede”, y salió a votar. Tenemos que aplaudir esta actitud tan responsable y humanizadora de la gran mayoría de los venezolanos. Dios se ha alegrado con esta actitud.
Esperamos que el desconocimiento por parte del Consejo Nacional Electoral del resultado de las elecciones no haga que la dictadura encuentre frente a sí a una masa descorazonada e inactiva, sino a una ciudadanía que viva con responsabilidad, como verdaderos sujetos con voluntad propia, que no cejemos en nuestro empeño por llegar a una sociedad realmente democrática, participativa y solidaria.
Y la mejor manera de no abandonar este propósito es ejercitarlo en todos los ambientes en los que nos movamos. Este es el primer aspecto que queremos poner de relieve, porque es la base de cualquier alternativa que contribuya realmente a superar la situación. Dios quiere que venzamos el mal a fuerza de bien.
El segundo aspecto tiene que ver con el Gobierno. Tiene que reconocer que ha abandonado al Estado y que, por eso, estamos en el peor momento de nuestra historia. Le instamos a reconocer al ganador real de estas elecciones y aprovechar su puesto en la oposición para hacerse cargo de que un partido político no es una empresa que solo tiene en su punto de mira la ganancia privada.
Hay que tomar el gobierno para optimizar el Estado al servicio de la ciudadanía, tanto de los empresarios que miran el bien del país como de los trabajadores y los que no tienen cómo vivir; no solo para ayudarlos, sino para fomentar puestos de trabajo productivos. Está tan desgastado que, si asume un período más, se va a quedar solo y absolutamente desprestigiado. Lo digo, no como enemigo, sino como hermano en Jesús de Nazaret, que pido todos los días por él, aunque crea que está haciendo un gran daño al país. Pero quiero su bien.
El tercer aspecto tiene que ver con la presión internacional. Es muy triste que gobiernos como los de Honduras, Bolivia o España lo hayan reconocido por el rótulo de izquierda, sin mirar nada más.
Un gobierno que mata de hambre a quienes prestan los servicios básicos de salud y educación, que da unas pensiones tan reducidas que con ellas no se puede vivir ni un solo día, que mantiene sin agua ni luz a la mayoría de la población gran parte de la semana, que desconoce los derechos humanos, que no promueve empresas productivas ni empleos, no es un gobierno de izquierdas, si la izquierda es un gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo.
Las proclamaciones sonoras, si no están respaldadas por la realidad, no son sino apariencia y engaño. Me alegro de que Estados Unidos, Argentina, Chile, Perú, Uruguay, Costa Rica, Panamá y Guatemala hayan rechazado o mostrado serias dudas sobre la declaración de victoria de Maduro y que la Unión Europea haya pedido transparencia. La solidaridad del mundo que se dice civilizado nos es indispensable en esta coyuntura, además de que para ellos es una expresión de sentido humano que les hace bien.
El Dios cristiano quiere que resplandezca la verdad. Su ira descarga sobre los seres humanos que oprimen a la verdad con la injusticia (Rom 1, 18). Dios quiera que no suceda así y que acabe triunfando la verdad. De todas maneras, más temprano o más tarde, acabará triunfando. Esa es nuestra esperanza inquebrantable.