Roberto O’Farrill Corona/Periodista católico
Las 9:34 horas de la mañana del último día del año 2022 fue el momento que puso fin al prolongado martirio del papa Benedicto XVI, un martirio que se intensificó en los últimos diez años de su vida. Todo mártir deja, con su muerte y tras su sufrimiento, un testimonio de amor a Cristo y de fidelidad a la Iglesia, y esto hizo el Papa, tanto en su pontificado activo, como en su retiro sin pontificar, bajo la inédita figura de Papa Emérito.
La humanidad tiene una deuda con el papa Benedicto, pues su memoria quedará en la historia como un papa incomprendido, tanto por los de fuera, como por algunos de dentro de la Iglesia. Difamado por quienes le llamaron nazi, calumniado por los que le acusaron de encubrir iniquidades y criticado en su doctrina por mentalidades innovadoras anhelantes de una renovación eclesial desdeñosa de la tradición milenaria, él vivió su martirio en la humildad del silencio aunque consciente de que su viva presencia en el Vaticano era un obstáculo para la implementación de reformas litúrgicas y canónicas inaceptables por su afinidad con falsas ideologías.
La personalidad del sucesor inmediato de Juan Pablo II fue siempre más similar a la de un monje que a la de un jefe de Estado; no por falta de carácter, sino porque su intelectualidad y humildad le hacían ver la vida con más espiritualidad, lo que le obligaba siempre a actuar sin doblez alguno. Víctima ya de muchas insidias, cuando viajó a L’Aquila para confortar a las víctimas del terremoto en Abruzzo, el 28 de abril de 2009 acudió a la basílica de Collemaggio para venerar los restos del papa Celestino V, su predecesor que había abdicado al pontificado siete siglos antes, el 13 de diciembre de 1294. Ante el desconcierto de los presentes, Benedicto XVI se retiró de sobre sus hombros su primer palio de lana bordado con seis cruces rojas y lo depositó sobre la urna de cristal que contenía el cuerpo de Celestino V. ¿Estaba el Papa entregando así un signo de que él consideraba o estaba dispuesto a abdicar? No se sabe, pero el gesto sigue siendo impresionante, más ahora que se le sepulta sin vestir su palio papal.
De nombre Joseph Ratzinger, el pontífice número 265 de la Iglesia, ha sido considerado como uno de los grandes teólogos de los siglos XX y XXI. Bávaro de nacimiento, el sábado santo del 16 de abril de 1927, en Marktl am Inn, Alemania, ingresó al seminario menor doce años después, en 1939, junto con su hermano Georg. Juntos recibieron la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951, cuando Joseph tenía 24 años.
Filosofía y teleología son las ciencias que acompañaron al papa Benedicto durante su vida, pues recibió el doctorado en teología en 1953, enseñó en varias universidades y participó en el concilio vaticano II. Paulo VI lo nombró arzobispo de Munich en marzo de 1977 y tres meses después lo creó cardenal. En 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, donde le sirvió por el resto de su pontificado, siendo ambos la mancuerna filosófico-teológica que la Iglesia necesitaba.
El cardenal Ratzinger participó en tres conclaves, el de agosto y el de octubre 1978, y el cónclave en el que él mismo resultó elegido sucesor de Pedro, el 19 de abril de 2005. Su pontificado inició formalmente cinco días después.
Sorpresivamente, el 11 de febrero de 2013 hizo público su deseo de abdicar poniendo fin a su pontificado el 28 de febrero y retirándose a residir en el antiguo monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano, sin dejar de vestir sotana y solideo blancos y conservando el título de Papa así como el anillo del Pescador.
El papa Benedicto evitó morir en el hospital y quiso quedarse en su habitación del piso superior de Mater Ecclesiae, donde el 29 de diciembre concelebró la santa Misa ataviado con alba blanca y estola, asistido por su fiel secretario monseñor Georg Ganswein, cuatro laicos de la congregación de los Memores Domini, el enfermero Fray Eligio y el Dr. Patrizio Polisca, su médico.
Hacia las tres de la madrugada del 31 de diciembre, seis horas antes de morir, pronunció en italiano sus últimas palabras: “Señor, te amo”.
Su cuerpo fue trasladado a la basílica de San Pedro en la madrugada del 2 de enero para recibir el saludo de los fieles. Su funeral, en la plaza de San Pedro a las 9:30 horas del 5 de enero de 2023; su cuerpo, en la cripta vaticana; su feliz memoria, en nuestros agradecidos corazones.