Roberto O’Farrill Corona/ Periodista católico
Los ángeles, seres espirituales creados por Dios con inteligencia, voluntad y sin cuerpo, son espíritus puros que, desde su naturaleza espiritual, son también personas, “creaturas personales e inmortales, que superan en perfección a todas las creaturas visibles”, como afirma el papa Pío XII; y que como personas que son, tienen la capacidad de establecer una relación personal con otras personas, ya sea de su misma naturaleza angélica; de naturaleza divina, como lo es Dios; de naturaleza humana, como nosotros; y con personas resucitadas, que son los santos.
Al crear a los ángeles Dios quiso ordenarlos, tanto en su relación con Él mismo, entre ellos y con el ser humano, en tres jerarquías: superior, media e inferior, y cada una de estas jerarquías en tres coros de ángeles. En la primera se ubican los Serafines, Querubines y Tronos; en la segunda, las Dominaciones, Potestades y Principados; y en la tercera, las Virtudes, Ángeles y Arcángeles.
En efecto, son los ángeles y los arcángeles quienes desempeñan la tarea, confiada por Dios, de transmitir sus mensajes relacionándose con los seres humanos, principalmente el Ángel de la Guarda, cuya finalidad objetiva consiste en dedicarse por completo a quien tiene bajo su resguardo para protegerlo de las acciones del mal, acompañarlo en su vida diaria, guiarlo a través de inspiraciones divinas y de la conciencia, y consolarlo en la soledad y en sus penas de manera constante y durante todo el decurso de su vida.
La naturaleza espiritual del Ángel de la Guarda le implica poderes sobrenaturales y supone gran perfección en comparación con la creatura humana, aunque tiene algunas limitaciones, pues no conoce el futuro ni los secretos de Dios para el Juicio final, y no conoce los pensamientos de los humanos a menos que Dios se los quiera revelar.
Los ángeles verdaderamente existen, como sostiene el Catecismo de la Iglesia en su numeral 328: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe” que ha quedado establecida por el IV Concilio de Letrán, confirmada por los concilios Vaticano I y Vaticano II, testimoniada por las Sagradas Escrituras y expresada en la liturgia. Por ende, los ángeles pueden recibir culto de veneración, y no de adoración como a Dios, pues a ellos les corresponde el culto de Dulía, al igual que a los santos, culto cuya legitimidad enseña el Concilio de Trento y confirma la constitución Dogmática Lumen Gentium al establecer que a “los Apóstoles y los mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre, se les ha de profesar especial veneración junto con la bienaventurada Virgen María y los santos ángeles”.
Corresponde a la Angelología estudiar la existencia, caída, naturaleza, misión, vocación, culto y jerarquía de los ángeles; y como rama de la Teología que es, enseña que son espíritus puros, de naturaleza inmortal y libres de toda materia, que la palabra Ángel aparece 148 veces en el Antiguo Testamento y 74 en el Nuevo Testamento, que las fuentes principales que ofrecen la certeza de su existencia y misión son la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, que las Escrituras aseguran varias veces que su número es inmenso comparándolo repetidamente con el de un ejército; que el libro del Apocalipsis refiere que “no existen dos que sean iguales entre ellos” y que se distinguen por su personalidad, su poder, belleza radiante, gloria de su fidelidad, en el amor a Dios y en su inteligencia sublime.
La Doctrina de la Iglesia es firme con respecto a la devoción hacia los ángeles, pero el esoterismo encubierto los ha incluido en sus falsas enseñanzas y en devociones distorsionadas que en nada coinciden con el magisterio de la Iglesia. Uno de estos engaños consiste en afirmar que los seres humanos pueden establecer comunicación con los ángeles a través de las llamadas frecuencias o vibraciones que supuestamente se adquieren mediante técnicas que, procedentes de orígenes oscuros, llevan a sincretismos religiosos que consideran, tanto al ser humano como a los ángeles, no como personas creadas por Dios sino como energías que están llamadas a armonizar con las demás energías de las que proceden, al sostener con falsedad que todos somos parte de un todo.
La sana doctrina enseña que Dios es trino y uno, en quien el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, que los hombres somos personas humanas, que los difuntos son personas resucitadas, y que los ángeles son personas espirituales, capaces todos de relacionarnos entre nosotros mismos precisamente por ser personas.