Roberto O’Farrill Corona/ Periodista católico
En la Basílica de Santa Maria in Aracoeli, edificada en lo alto de la colina Capitolina, de Roma, se venera el icono de la Virgen María, escrito en el siglo XI inspirado por otro icono anterior, procedente del siglo V, que se conserva en la capilla del convento Dominico de Santa María del Rosario, en el Monte Mario, también de la Urbe, y que responde muy fielmente al original, que es el icono mariano más antiguo de Roma.
Por sus dimensiones pequeñas, el icono revela que originalmente no fue escrito para la veneración pública de multitud de fieles sino para la restringida devoción privada de los monjes Benedictinos que aquí establecieron su monasterio en el siglo VI, monasterio que después fue reedificado y habitado por frailes franciscanos en el siglo XII, quienes también edificaron la iglesia de estilo gótico romano que prevalece hasta nuestros días orientada hacia el Campidoglio y mirando al Vaticano, aunque el convento fue derruido en 1886, junto con el barrio medieval circundante, para construir el monumento a Vittorio Emanuele II, más conocido como el Altar a la Patria, a principios del siglo XX.
Entronizada en el retablo del altar mayor de su basílica, de estilo barroco, la Virgen María acoge al peregrino que acude a rezar ante su icono y que contempla su sagrada imagen escrita sobre un fondo de oro y ataviada con túnica y omophorionmuy solemnes por su color negro, por sus bordes dorados y por su decoración con cruces griegas doradas. De nariz fina y recta, dirige su mirada serena a quien a su vez la mira, con la dulzura de sus manos le invita a confiarse a su maternal cuidado, tal como lo muestra con su mano izquierda que descansa sobre su pecho para indicar que intercede por todos los que acuden a ella.
Clasificado como Virgen Panagia Aghiosoritissa por la ausencia del Niño Jesús, el sagrado icono de la Virgen Santa María in Aracoeli es considerado milagroso porque, entre otros favores y milagros, a pedido de los romanos puso fin a la peste negra que azotó a la Urbe en 1348, como refiere una placa de mármol al ingreso. En agradecimiento, le construyeron la gran escalera de 124 escalones de mármol proveniente del Coliseo, que va desde el nivel del piso hasta lo alto de la colina a fin de facilitar el acceso a los peregrinos, quienes aseguran que en diversas ocasiones, la Virgen ha llorado por acontecimientos trágicos que le han sobrevenido a la Ciudad Eterna.
Tanto el nombre del Icono como el de la Basílica, Aracoeli, significa literalmente Altar del Cielo debido a una revelación mística que recibió César Augusto, emperador de Roma del año 27 a.C. al 14 d.C., quien gobernaba sobre el imperio cuando Jesús nació en Belén. Augusto aseguró que la sibila Triburtina le hizo saber en sueños que del cielo vendría un Dios de aspecto humano que sería rey por siglos y que juzgaría a todas las naciones, y que al despertar tuvo una visión en la que aparecía una mujer virgen con un niño en sus brazos al tiempo que escuchó una voz que le revelaba Ecce ara primogeniti Dei o Este es el altar del Señor del Cielo. El sueño, la visión y la locución impactaron en tal manera al emperador que al momento cayó de rodillas para adorar al Niño y venerar a su Madre la Virgen, sin saber del todo que se trataba del recién nacido en Belén, e hizo levantar un altar en el sitio preciso de la aparición, en sus habitaciones de su palacio situado sobre la colina Capitolina, donde posteriormente la madre del emperador Constantino hizo edificar la primera iglesia en este mismo sitio a principios del siglo IV.
Al interior de la actual iglesia-basílica, al centro del transepto izquierdo se localiza la Capilla de Santa Elena en la que una magnífica urna de piedra de pórfido contiene sus restos-reliquia, y sobre la urna, un poco más abajo del actual pavimento, se encuentra el altar de la Aparición de la Virgen a Augusto, elaborado a finales del siglo XIII sobre el antiguo altar que hizo edificar el propio Augusto después de la aparición de la Virgen María.
La experiencia mística que tuvo César Augusto permite afirmar que antes de que el cristianismo se extendiese por el imperio romano, ya se había edificado un altar en su nombre y que la actual basílica de Santa María in Aracolei puede ser considerada como la única iglesia cristiana edificada sobre el primer altar a Cristo antes de Cristo, lo que la hacer ser única en el mundo.