Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Con frecuencia se escuchan, en medio de la noche, los gritos desgarradores de las chicas. “No es un manicomio. Es una especie de hospital de paz, construido por Dios para sus ángeles heridos. Es donde las niñas, por fin, aprenden que son amadas por lo que son y no por lo que hacen”. Así define el padre Jeffrey Bayhi a Metanoia Manor, un residencia en el estado de Luisiana para adolescentes, que han escapado del oscuro mundo de la trata de menores.
El tema del tráfico sexual de menores ha sido traído a la conciencia gracias al éxito en cartelera de «El sonido de la libertad», película que descubre el sufrimiento traumático que provoca a los niños esta lacra social, y que destruye tantas familias y vidas humanas.
Negocio muy sucio
La ONU estima que existen cinco millones de personas como esclavas sexuales en Estados Unidos. México es el país que exporta la mayoría, y también es el país que ocupa el primer lugar en difusión de pornografía infantil en el mundo. No es extraño que esto suceda en nuestro país donde el narcotráfico se ha multiplicado en los últimos años. Las mafias en el país han encontrado una fuente superior de ingresos, por arriba del tráfico de drogas y armas, para hacer sus negocios. Es su complicidad con las autoridades, así como la impunidad, lo que ha permitido que esta siniestra actividad haya crecido tanto.
Seis ángeles
El padre Jeffrey tiene hoy 69 años de edad y 44 como sacerdote. Por su persistente labor apostólica a favor de las víctimas de la esclavitud sexual, así como por su empeño por educar a la población sobre este flagelo social, el sacerdote está teniendo un gran impacto en Luisiana, donde se ha ganado el amor y la confianza de cientos de personas en el estado. Un grupo de cinco religiosas atiende a las chamacas dándoles un entorno hogareño para su recuperación mental, física y espiritual, y brindándoles capacitación académica y laboral.
Las hermanas en Metanoia Manor conocen las historias de terror que cuentan las niñas. Son monstruosidades físicas que las pequeñas han tenido que soportar a través de cientos de violaciones. Cuentan las religiosas que algunas niñas duerman en closets, en bañeras o debajo de sus camas. Algunas comen debajo de las mesas del comedor, otras destruyen los muebles, rompen los espejos y algunas han intentado suicidarse.
Algunos interrogantes
En sus reflexiones el padre Jeffrey pregunta: ¿Cuántos niños más necesitan sufrir, soportar años de esclavitud y morir antes de que las iglesias, las legislaturas, los gobiernos federal y estatal y el público decidan responder la pregunta planteada en Mateo 16: “Señor, ¿quién es mi prójimo?” Dios mío, millones de estadounidenses están comprando y vendiendo hijos de Dios. Cada uno de nosotros debería estar de rodillas en oración. Cada uno de nosotros debería estar indignado y hacer la única pregunta que importa: ¿Cuál es mi parte para aliviar la agonía de estos niños?
Heroínas
Los héroes en la Iglesia Católica en la lucha contra la trata de personas no son los obispos ni los sacerdotes, sino las religiosas. Son ellas el rostro de Cristo para los niños, y no sólo en Metanoia Manor, sino en otras partes del mundo. En mi diócesis las únicas que trabajan en ese arduo y delicado apostolado, ayudando a las víctimas, son las Oblatas del Santísimo Redentor, quienes pertenecen a Tahlita Kúm, la Red Internacional de vida consagrada contra la trata de personas.
Las hermanas de Metanoia Manor cuentan que muchas noches se escuchan golpes al otro lado de la pared de sus dormitorios. Saben que alguna niña busca consuelo después de una pesadilla. Entonces la hermana se levanta de la cama y va a tranquilizar a la niña presa de la angustia. Reza el Rosario junto a la niña, canta alguna canción de cuna y de esa manera, huyen muchas veces los demonios.
Dos caras de la vida
El mundo de la trata de personas nos horroriza. Nos descubre los grados inauditos de maldad que puede alcanzar el alma humana. El misterio de la iniquidad tiene manifestaciones muy escabrosas. En cambio la otra cara de la moneda es inspiradora y nos descubre la belleza de la vida: el servicio a los más pobres. En esa atención resplandece la compasión y la misericordia, el esfuerzo, la dedicación y el amor que un grupo de religiosas, guiadas por un sacerdote, realizan para llevar a las niñas a la curación, la paz y la alegría.
Unámonos en oración por los niños víctimas de la trata y el abuso sexual, y hagamos lo que está en nuestras posibilidades para combatir el peor mal de nuestro siglo.