La hora de la semana…
Al inicio de mi sacerdocio, mientras iba de camino a dar clases en el Seminario menor, solía hacer una parada diaria en un convento para celebrar misa temprano en la mañana. Cuando llegaba el momento de la Oración Universal, ofrecía a las hermanas presentes la oportunidad de compartir sus plegarias. En uno de los conventos las oraciones se desarrollaban todos los días siguiendo el mismo patrón. Esto me hizo tomar conciencia de los problemas y las preocupaciones que generaban a diario la vida comunitaria en aquel momento. Una de las hermanas, después de recordar a alguna compañera fallecida o que alguna otra hermana cumplía otro aniversario desde que había hecho sus votos perpetuos, solía prorrumpir en una serie de peticiones claramente dirigidas hacia otra hermana en la capilla. Era evidente la frustración expresada en su voz, pues esta hermana rogaba que cesaran los chismes o que cada una llevara su carga. Luego, otra hermana, que, con justa razón o no, se sentía atacada, se defendía implorando más caridad cristiana en todas aquellas que habían hecho sus votos religiosos. Estos animaban a otras de las hermanas a expresar en oración su desilusión por el comportamiento de alguna otra hermana. Y así seguía el asunto hasta que la más anciana, y evidentemente la más sabia de todas, con muncha exasperación, pero conservando una actitud de santidad, oraba para que todas se llevaran bien. Por gracia de Dios, esa petición, quizás la más desesperada, honesta y franca, generaba un silencio que me permitía hacer el cierre de la Oración Universal. Esta oración, para bien o para mal, revela nuestro verdadero ser en la presencia de Dios: implorando con desesperación la gracia necesaria para enfrentar las luchas de la vida diaria. (DJG).
¿A quién vas a llamar?
La misa nos envía con la convicción de que necesitamos orar como si de ello dependiera nuestra vida; y así es. Nos retiramos de la iglesia con inquietudes renovadas por las necesidades de los demás y las de la Iglesia y el mundo. Nos retiramos sabiendo que nuestra vida no está completa y que solo la fe en Dios trae plenitud. Salimos al mundo recordando que el dolor y el sufrimiento son una realidad en esta vida, pero nuestra confianza se ve reafirmada en que Dios proveerá la gracia necesaria para vencer esos obstáculos.
¿Cómo lo logramos? Por medio de la Oración Universal –oraciones ofrecidas en nombre de los demás- gracias a la cual aprendemos a acercarnos a Dios; de esta manera podemos estar seguros de que hallaremos lo que necesitamos, que él contestará nuestras oraciones y que abrirá las puertas que hagan falta.
Debemos enfrentar el hecho de que somos personas con problemas. Todos los días enfrentamos de manera directa todo tipo de problemas, desafíos, tristezas e incluso tragedias. La pregunta, que es la misma que se plantea en el tema de la película Los Cazafantasmas, es; “¿A quién vas a llamar?”.
En qué consiste
Cuando hay dificultades, solemos confiar en alguien que sabemos que podrá ayudar. Las lecturas de las Escrituras nos acaban de recordar las grandes obras de Dios en la vida de su pueblo. En consecuencia, en el Credo expresamos nuestra absoluta confianza en Dios. Es lógico ahora invocar a Dios en la Oración Universal.
¿En que consiste en realidad la oración? ¿Qué función debería cumplir tanto en la liturgia como en la vida? En primer lugar, tenemos algunos ejemplos en la Iglesia primitiva. En los Hechos de los Apóstoles vemos que los primero primeros cristianos creían fervientemente en el poder de la oración.
Orar por las necesidades de la comunidad y del mundo era una parte esencial de las primeras comidas eucarísticas en los primeros tiempos de la Iglesia en crecimiento. Los creyentes, reunidos alrededor de la mesa, escuchaban las historias de Jesús y oían las palabras que él habló durante su ministerio. Se les exhortaba a vivir vidas de fe mientras leían en público las epístolas de Pablo y de los otros apóstoles. Compartían la comida eucarística y levantaban sus plegarias por los enfermos, mártires, perseguidos y aquellos que pasaban necesidad o aflicción.
Su importancia
Sin embargo, en algún momento estas intercesiones, conocidas como la Oración Universal, perdieron su preponderancia en la misa. Durante siglos la función de la congregación en misa era cada vez más pasiva y el sacerdote asumía cada vez más la responsabilidad de ofrecer plegarias en nombre de los congregados. Por suerte, los cambios en la misa que surgieron a partir del Concilio Vaticano II en la década de los sesenta volvieron a dirigir la atención en la “participación plena, consciente y activa” (Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, 14) de todos los fieles en las celebraciones litúrgicas. Una manera de lograrlo fue reinstaurando la Oración Universal en la liturgia.
En la actualidad el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que para un seguidor de Jesús la oración no es una alternativa, sino que “oración y vida cristiana son inseparables” (Catecismo de la Iglesia Católica 2745). De hecho, la oración es uno de los cuatro pilares de la fe católica, junto con el Credo, los sacramentos y la vida moral.
Cuándo ocurre
En la misa la Oración Universal ocurre en el momento adecuado. Viene a continuación de la homilía y la profesión de fe (el Credo). Inspirados por la Palabra de Dios, animados a transformar nuestra vida y con la confianza depositada en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos acercamos a Dios con nuestros deseos más íntimos y le pedimos que su gracia nos transforme. Los ritos de reunión y la Liturgia de la Palabra nos recuerdan que Dios es Dios es Dios y que nosotros, no. Nos damos cuenta de que dependemos de Él para todo e intuimos que debemos orarle a Él.
Reconocer esta dependencia absoluta en Dios es fundamental para saber qué significa el Bautismo. Por esta razón los catecúmenos -es decir, quienes se preparan para el Bautismo- se retiran de la liturgia antes de la Profesión de Fe y la Oración Universal. Se retiran de la asamblea para poder reflexionar en la Palabra de Dios. Esto no ocurre en cualquier momento elegido al azar. El hecho de que lo que se preparan para el Bautismo se retiren antes de la Profesión de Fe y la Oración Universal es un mensaje, no solamente para ellos, sino para los que quedan. Es un recordatorio de que proclamar la confianza absoluta en Dios y acercarse a Él en oración no debe tomarse a la ligera, sino que debe haber una transformación completa.
Respuesta a nuestras necesidades
En la Oración Universal compartimos nuestras necesidades y preocupaciones en común. Respondemos en comunidad y ello nos recuerda que no estamos solos en la tarea de anunciar el Evangelio de Jesús al mundo. Creemos con todo nuestro corazón que el Dios que nos ama escuchará estas oraciones.
A diferencia de otras partes de la misa, la Oración Universal sufre modificaciones, hasta cierto punto, según el tipo de liturgia. Es común que haya párrocos en un equipo de planificación de liturgia o miembros del equipo pastoral que compongan las intercesiones. Las peticiones compuestas de antemano pueden estar inspiradas en los breviarios, libros de oraciones o en otros recursos litúrgicos. Lo ideal es que las plegarias se ajusten a las lecturas de las Escrituras para la liturgia, el tiempo litúrgico o la fiesta que se celebre, así como a las necesidades en particular de la congregación. Del mismo modo, las oraciones deben ser lo más genéricas posibles como para incluir a todos y lo suficientemente específicas como para que sea pertinente para todos los congregados para esa liturgia en especial.
La respuesta comunitaria, en voz alta, es por naturaleza intercesora: “Te lo pedimos, óyenos”, “Te rogamos, óyenos” o “Señor, escucha nuestra oración”.
Una respuesta a Dios
Convencido de que nadie se atrevería a cuestionar su autoridad, mi profesor dijo: “Toda oración es una respuesta a Dios”. Por supuesto, yo me creía más listo y, sin titubear, levanté la mano y dije: “Disculpe. No estoy de acuerdo con eso que usted dijo de que toda oración es una respuesta a Dios. ¿Y las peticiones? Cuando hacemos una petición, no le estamos respondiendo a Dios. Somos nosotros los que iniciamos la oración; somos nosotros los que hacemos el contacto inicial y rogamos a Dios que nos responda”. No bien hube terminado la frase, una sonrisa se dibujó en el rostro del profesor. Me di cuenta de que me destruiría a la vista de mis compañeros de clase, que respiraban aliviados por haber guardado silencio. “En primer lugar, ¿por qué cree usted que ofrecemos peticiones a Dios?”, preguntó. Y siguió diciendo: “Le pedimos a Dios que escuche nuestras oraciones porque en el pasado Él obró de maneras maravillosas, ya sea en nuestra vida o en la vida de los demás. Y es precisamente porque vimos que Dios hizo obras asombrosas en el pasado que respondemos acercándonos a él para pedirle algo más”. Doy fe de que, hasta el día de hoy, creo sin lugar a dudas que toda oración es una respuesta a Dios. (JSP)
¿Qué es lo que oramos y por quién
oramos en la Oración Universal?
En cierto modo, oramos por todo aquello que existe bajo el sol. Después de haber escuchado la proclamación de las asombrosas obras de Dios y de su presencia entre nosotros, respondemos acercándonos a él con todo tipo de inquietudes. Al mismo tiempo, siguiendo el consejo de San Pablo para que las liturgias se desarrollen de manera ordenada (véase 1 Corintios 14:26-40), prestamos las peticiones de manera ordenada. De hecho, las intenciones siguen un orden específico: nos sugieren qué y por quién oramos, no solo en esta liturgia, sino durante la semana. Después de que el sacerdote invita a los fieles a orar, las intenciones, ofrecidas por un diácono, un cantor, un lector o miembro de la asamblea, siguen este orden:
- “Por las necesidades de la Iglesia”. Como miembros bautizados de la Iglesia, oramos por su misión y sus líderes.
- “Por los que gobiernan y por la salvación del mundo”. Conscientes de que estamos en misa para el expreso propósito de ser enviados al mundo, oramos por el mundo, por los gobernantes y por las distintas crisis mundiales que necesiten de nuestra atención.
- “Por los que sufren cualquier dificultad”. Recordamos en especial las necesidades de los pobres y los desprotegidos de la sociedad.
- “Por la comunidad local”. Oramos unos por los otros y por las necesidades de nuestras familias, parroquias, comunidades, barrios, ciudades y pueblos. Oramos específicamente por los enfermos, por quienes los atienden, por los que fallecieron y por sus seres queridos.
- Por otras intenciones. Como muchos tenemos necesidades específicas que quizás otros no conozcan, se nos invita a compartirlas con la asamblea en voz alta o presentarlas a Dios en silencio.
El sacerdote termina la Oración Universal con un ruego que une todos nuestros ruegos a Dios por medio de Jesús. Tomamos asiento sabiendo que pusimos nuestra vida en manos de Dios, confiando en su misericordia, cuidado y compasión, y preparándonos para entablar una comunión más íntima con su Hijo, Jesús, que nos acompañará cuando nos retiremos.
Como se trata de oraciones que cambian constantemente para expresar las necesidades de los congregados, la Oración Universal nos alienta de distintas maneras a vivir el llamado bautismal cuando nos vamos de la iglesia. La Oración Universal, que sirve de cierre a la Liturgia de la Palabra, es una sombra de las oraciones que levantaremos en breve ante el altar para ofrecer nuestros dones a Dios en la Liturgia de la Eucaristía.
Los otros seis días de las semana
Con respecto a la vida cotidiana, la Oración Universal nos invita y nos desafía a
- vir teniendo en cuenta nuestra dependencia total de Dios
- orar conforme a esa dependencia total de Dios
- tener presente las maravillosas obras de Dios y responder buscando su gracia permanente
- ser diligente, compasivo y sensible a las necesidades del mundo y las comunidades locales
- visitar a los enfermos y a los que los cuidan
- llevar consuelo a los familiares de los fallecidos
- llevarle a Dios todas nuestras necesidades, inquietudes y deseos
- asumir nuestro legítimo papel activo en la misión de la Iglesia.
En frase…
Sin oración, cosa muy difícil es que nos podamos salvar; tan difícil que, como lo hemos demostrado, es del todo imposible… ¿que se necesita para salvarnos? Que digamos: Dios mío ayúdame; Señor mío, amparadme y tened misericordia de mí. Esto basta. ¿Hay cosa más fácil? Pues, repitamos; que si lo decimos bien y con frecuencia, esto bastará para llevarnos al cielo.
San Alfonso de Ligorio (El gran medio de la oración)