Sergio Madero Villanueva/ Abogado
Cuando hace un año nos expresamos buenos para la pascua navideña y el 2020 no podíamos imaginarnos todo lo que nos está pasando. Por ahí decían las noticias que un raro virus previamente desconocido estaba causando que unos chinos se enfermaran, y algunos fallecieran. Poco a poco llegaban más detalles: es muy contagiosa, ataca al organismo de muchas maneras, no hay ni tratamiento ni vacuna, y los sistemas de salud no están preparados para proporcionar el grado de atención que una epidemia de este tipo demanda, como ha quedado demostrado en prácticamente todos los países.
Apenas unos meses antes la ciencia se pavoneaba orgullosa de sus avances, muy oronda anunciaba que en breve, algo así como cincuenta años, no habría enfermedad que no pudiera prevenir ni órgano del cuerpo que no pudiera reemplazar, algunos decían que estaríamos en la antesala de la inmortalidad.
A regañadientes nos impusieron y aceptamos una primera etapa de reclusión como medida para evitar contagios. Para algunos fue la posibilidad de una experiencia nueva, trabajar desde casa, sin pantalones… para muchos otros fue tiempo de angustia, perder la fuente de ingresos. La solidaridad brotó, campañas de acopio y distribución de alimentos surgieron espontáneamente.
Cuando parecía que las cosas iban mejorando se nos volvió a complicar, y se puso más feo. Porque ya el cuerpo médico y asistencial está muy cansado, porque ya no hay más recursos que se puedan asignar de manera extraordinaria al control de la epidemia, porque el samaritano ya no tiene más monedas en su bolsa.
Parece que todos hemos sido afectados, al menos hay un caso en nuestro círculo social de una víctima del virus, nuestro conocimiento cercano de ellas echa por tierra las teorías negacionales. Y aun sabemos muy poco de este bicho y sus consecuencias.
Se abre así el camino necesario a la introspectiva, a revalorar lo que somos y queremos, reacomodar nuestras prioridades, en lo personal sí, pero también en lo público. Hemos gastado el dinero en lo que no es pan, dejamos de invertir en nuestros médicos para pagar cifras millonarias a deportistas y cantantes.
Seguramente usted ha decidido cambiar ciertas conductas, asignar su tiempo de manera distinta, hay que hablar en los mismos términos como sociedad. La universalidad de la pandemia ha de llevarnos a fijar objetivos comunes, a establecer vías de cooperación por encima de los intereses nacionales, y sobre todo, de los de grupos o corporaciones.
Este 2020 ha sido un año de la lección, pero los que siguen han de ser los de aprendizaje, que nos sirvan en realidad para rescatar la dignidad de las personas, millones de las cuales aun se encuentran privadas de la seguridad del alimento y las condiciones sanitarias indispensables para el desarrollo de su vida.
Se habla mucho de que esta Navidad será diferente, es prueba de la distorsión en la que hemos caído, limitamos el sentido de la fiesta al mero festejo, a la convivencia social y no al crecimiento interior.
Aprovechemos estos días para ese replanteamiento, hagamos el mapa mental de nuestro 2021 con la esperanza como guía: esperanza en que el virus será controlado, como tantos otros hemos podido controlar; esperanza en que cada uno aprenderá a limitarse para no poner en riesgo a los demás, esperanza en que juntos podremos construir una sociedad con más samaritanos y menos necesitados.
Abracemos en una oración a todos los que se han ido, y a quienes extrañan su presencia. Y hagamos también el compromiso de que en 2021 seguiremos hablando de…