Mensaje de Navidad 2022
A todos los sacerdotes, diáconos, religiosos (as), movimientos laicales y por su medio a todo el pueblo de Dios
Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Los saludo con afecto de padre y pastor, deseando que la paz, la esperanza y la alegría que Cristo nos regala, inunde sus corazones, la vida de sus familias y todos sus proyectos; de modo que experimenten cotidianamente la bendición del Dios con nosotros que, por amor, ha querido compartir nuestra humanidad naciendo de la Virgen María en el portal de Belén. Que las palabras que el ángel pronunció aquella noche gloriosa resuenen con fuerza en nuestros corazones: «¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!» (Lc 2,14).
Una vez más, concluido el tiempo litúrgico del Adviento, celebramos con gran alegría la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, la encarnación del Hijo de Dios, el amor personal e incondicional de Dios por cada uno de nosotros, pues como rezamos cada domingo en el Credo: «por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María y se hizo hombre». Así lo reconoce también el evangelista san Juan cuando nos dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Celebrar Navidad pues, es celebrar el amor de Dios que ha hecho hasta lo imposible para acercarse a los hombres ofreciéndoles la salvación. Este acontecimiento que ahora conmemoramos cambió para siempre la historia y la vida de los hombres y del cual afirmamos con la certeza, que nos regala el don de la fe, puede cambiarnos la vida a cada uno de nosotros. Dejemos que Jesucristo, «el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte» (Lc 1, 78-79), resplandezca en nuestra vida como en la oscuridad de aquella noche en la que el mensajero divino anunció una buena noticia: «¡Hoy les ha nacido un Salvador!» (Lc 2, 11).
Deseo que esta Navidad, Dios nos conceda la gracia de abrir la puerta de nuestros corazones para que esta Luz penetre en nuestra vida con su perdón, su compañía y la ternura que se manifiesta en la pureza del rostro del que fue encontrado envuelto en pañales y recostado en un pesebre: «Jesucristo, el rostro de Dios invisible» (Col 1, 15). En Él, Dios Padre ha dado la respuesta definitiva a todos nuestros males y dificultades, nunca estamos solos. Por ello, somos invitados como los pastores, a acercarnos con fe a este divino niño dejándonos contagiar de su amor que todo lo cambia y hace nuevo. En este encuentro podemos renovar nuestras fuerzas, porque se nos asegura que la luz vence las tinieblas. El ejemplo de la Virgen María y san José, que recibieron en su vida a Jesucristo, correspondiéndole con amor, nos impulsen a todos nosotros a responder como Iglesia diocesana a Dios, en todas las circunstancias de nuestra vida siendo constructores de paz en un mundo que tanto lo anhela y necesita, recordando con esperanza las palabras del Papa Francisco: «Muchas son las dificultades de nuestro tiempo, pero más fuerte es la esperanza, porque un niño nos ha nacido (Is 9,5). Él es la Palabra de Dios y se ha hecho un infante, sólo capaz de llorar y necesitado de todo. Ha querido aprender a hablar, como cada niño, para que aprendiésemos a escuchar a Dios, nuestro Padre, a escucharnos entre nosotros y a dialogar como hermanos y hermanas. Oh, Cristo, nacido por nosotros, enséñanos a caminar contigo por los senderos de la paz» (Urbi et orbi, 25 de diciembre de 2021).
Les imparto mi bendición deseándoles una Feliz Navidad y rogando a nuestra Madre Santísima nos acompañe, sosteniéndonos con su amor como lo hizo con su Hijo Jesucristo.
Cd. Juárez, Chih.; a 15 de diciembre de 2022.
+ J. Guadalupe Torres Campos
Obispo de Ciudad Juárez