Pbro. Julián Badillo Lucero/ Formador del Seminario
Hoy celebramos la Epifanía del Señor, o como comúnmente decimos: día de los reyes magos, el punto central de la celebración lo encontramos en esa “manifestación” de Dios en su hijo Jesús, que aun siendo un bebé recién nacido reflejó la totalidad de la voluntad del Señor para con su pueblo. El profeta Isaías en la primera lectura menciona a Jerusalén como si fuera una persona, quien ha sufrido y tenido una experiencia dolorosa debido a la caída con Babilonia a donde fue deportado el pueblo de Israel, por eso el mensaje de Isaías va cargado de un mensaje de mucha alegría y esperanza, frente aquello que el Señor está por realizar en ella, es una invitación que hace para que deje de contemplar su ruina, voltee sus ojos y pueda descubrir la presencia de Dios, que es en sí mismo luz, prosperidad, alegría, plenitud. Y al estar ahí, como un efecto, Jerusalén refleja a los demás pueblos eso mismo que el Señor hace presente en ella, por eso será un ejemplo de como Dios tiene misericordia para con los hombres. Una multitud se acercará no por ella sino porque ahí está el Señor.
En la segunda lectura San Pablo se percibe como un instrumento receptor de Gracia, en donde el Espíritu Santo va revelando la voluntad de Dios, dando la garantía a través del testimonio de los Apóstoles, sobre la veracidad de sus palabras, coherederos, miembros y participes, son tres ideas las que Pablo da a entender como queridas por el Señor, en cuanto que la salvación querida por él no es exclusiva sino abierta para que nadie quede fuera, el ser parte de un pueblo, no entendido en el concepto de su tiempo, sino más bien desde la pertenencia personal a un cuerpo llamado Jesús, donde todos cumplimos una función igual de importante, y por ultimo una realidad superior que se cumple ya en todos los creyentes en la que nadie queda fuera.
Evangelio
En el relato del evangelio, San Mateo, narra este acontecimiento de la visita de los Magos al Niños Jesús, hombres observadores que supieron descubrir esa estrella, distinta a las demás y que solo podría significar el nacimiento de un Rey, y que no era el de ellos, sino el de los judíos. La reacción de Herodes y su corte es llamativa en cuanto que estaban desprevenidos y no vieron ese signo que los magos descubrieron, incluso no sabían dónde habría de nacer el rey, incluso no se atrevieron a ir en compañía de ellos a buscarlo. La reacción de los Magos al llegar al pesebre y ver en él a María con el Niño fue algo que sin duda lleno su corazón y dieron por cumplida su búsqueda, los regalos que reflejaron el misterio del Mesías fueron sin duda el anuncio de lo que sería su identidad y misión, reinara a un modo distinto a lo conocido, el oro; traerá la presencia de Dios manifestando una nueva forma de fe, el incienso; con su muerte daría la salvación, la mirra.
En tiempos de pandemia
Para nosotros en estos tiempos de contingencia y al comienzo de este año, igual que para Jerusalén, una luz brilla después de casi todo un año de mucha incertidumbre, de dolor, de preocupación y muerte, ahora es tiempo de voltear nuestros ojos hacia Dios y descubrirlo presente ahí en lo más profundo de nuestra vida, tomando nuestras penas y dolores, enriqueciendo nuestra vida con su amor y su perdón, es difícil entenderlo después de todo lo vivido, más aun con todo las promesas de Dios siguen siendo nuestras, por eso San Pablo nos recuerda que seguimos siendo llamados, que seguimos formando parte de ese cuerpo y que las promesas de Dios no han cambiado ni han sido afectadas por la enfermedad y el dolor.
Reflexión
Por eso vayamos al encuentro de El, encontraremos en nuestro camino a personas que viven al margen y que no significa nada la fe, que sin duda no entenderán de porque seguimos creyendo y esperando después de todo lo que hemos vivido, pero no perdamos la estrella que nos guiará a donde tenemos que llegar, no descubriremos riquezas ni cosas fuera de lo común sino que más bien descubriremos en la sencillez de Jesús, aquello que nos permite sentirlo cercano y que comparte esta nuestra humanidad, ayudándonos a entenderla, amarla y cuidarla como lo que es, un pesebre viviente donde brilla para toda la humanidad el rostro de Dios. Por ello ofrezcámosle nuestros dones, tal vez no tenemos oro, o algo más de valor, pero lo que si tenemos es nuestra persona, démosle aquello que más abunda en nosotros, nuestras ganas de vivir, de salir adelante, nuestra esperanza, nuestro amor por la familia y amigos, nuestro compromiso por ser distintos y mejorar nuestra realidad, dejemos que Dios se manifieste en nosotros que resplandezca para iluminar a nuestros hermanos con quienes compartimos estas tinieblas que ha dejado esta pandemia y que al igual que nosotros hemos sido llamados a resplandecer y renacer a una vida nueva.