Ing. Julio Fernández/Instituto Diocesano de Teología
Algunos autores han confundido el pensamiento de Agustín con la filosofía de Platón, o más concretamente, de Plotinio. A veces, el léxico platónico empleado por Agustín para explicar verdades de fe, hace que los lectores superficiales asuman que está hablando de platonismo.
Sin embargo, lo que en realidad está haciendo es “teología”, pues, sirviéndose de herramientas filosóficas, está relacionando fe y razón. Es teología porque su fuente es, en primer lugar, la Sagrada Escritura, pero también el pensamiento de otros cristianos, como san Ambrosio o Mario Victorino (eminencias que dejaron profunda huella en san Agustín). Vale aclarar, sin embargo, que a este razonamiento en tiempos de Agustín no se le llamaba teología, para ellos, sigue siendo filosofía. El concepto de teología, tal como lo conocemos hoy, vendrá después.
De manera que, para aproximarnos a una correcta interpretación de la doctrina de san Agustín sobre la Trinidad, es importante mencionar lo siguiente:
En un principio él no usó la palabra trinitate para referirse al Dios trino, sino que empleó el término tripotens (tres veces poderoso), donde el Padre es el principium sine principio, el Hijo es el intellectus, sapientia y veritas, y el Espíritu Santo es el iuber.
Después va a emplear ampliamente la palabra trinitate y su concepción del Espíritu Santo como cáritas va a ser especialmente reveladora. La teología trinitaria de Agustín es, pues, progresiva, recorre toda su vida desde su conversión, y va a culminar con su obra De Trinitate.
Un dato curioso de dicha obra es que le fue robada y publicada antes de tiempo, por lo cual no está terminada precisamente como él la hubiese querido. Aun así, es una obra magnífica. Se caracteriza por un uso abundante de la Sagrada Escritura, pero sirviéndose del lenguaje filosófico para intentar explicar el misterio trinitario. Es, por tanto, el culmen de un itinerario de fe y razón durante toda una vida.
El objetivo del De Trinitate parece ser (de acuerdo con T. Van Bavel), la profundización de san Agustín en su propia fe.
Por lo tanto, para comprenderlo mejor, debemos partir de la premisa de que está intentando comprender y explicar su propia fe, que es la fe católica y apostólica, y esa es nuestra misma fe. Asumiendo esto, podemos evitar interpretaciones que contradigan la fe católica, antes bien, haremos el intento (fructuoso) de razonar dicha fe, pues recordemos el método teológico de Agustín: creo para entender, entiendo para creer.
Ahora bien, la gran novedad que san Agustín aporta a la doctrina de la Trinidad, es lo que dice sobre el Espíritu Santo, de quién él consideraba que los pensadores cristianos no habían hablado lo suficiente.
De todo lo que ha dicho sobre la tercera persona de la Santísima Trinidad, la afirmación que me parece ser la más importante, es esta: “que el Espíritu Santo es algo común al Padre y al Hijo, sea esto lo que sea”, y esto es “una comunión consustancial y coeterna”, a lo que llama “caridad” (amor) (Trin. 6,7).
Decir que el Espíritu Santo es el amor del Padre y el Hijo, es una de las más profundas e interesantes aportaciones agustinianas a las claves de interpretación de la Trinidad.
Siendo nosotros imagen y semejanza de Dios, pidámosle al Señor que nuestras relaciones personales sean tales, que nuestra comunión engendre siempre el amor en todo lo que hacemos, y con todas las personas con las que nos relacionamos. Así sea.