Carlo Mejía Corona/ misionero y cantante católico
En el recorrer por esta civilización y al transcurrir los años o el tiempo habrá de ser necesario ahondar cada vez más en nuestra alma para hacer un balance entre las cosas espirituales y los temas materiales; buscando en el mejor de los medios posibles la herramienta para navegar en lo más profundo de nuestro consciente, aunque muchas veces este mismo se encuentre extraviado en un mar sin fin de dudas o incógnitas. Es una ironía, hay una hambruna espiritual; hay seres humanos que mueren de hambre interior a causa del egoísmo y de su incapacidad de amar al prójimo.
Cuántos hombres y mujeres actualmente pelean entre sí por herencias o por lo económico sin hacer el mas mínimo esfuerzo por ponerse en los zapatos del más necesitado. Esto, es un gran pecado que está matando a fuego lento la capacidad de amar dentro del corazón de cada hombre viviente en estos tiempos tan convulsos.
No podemos negar que nos encontramos en un mundo que es cada vez más competitivo o con el cual nos es difícil convivir. Con todo esto, nos vemos orillados u obligados a hacer un alto en el camino en medio de tanto distractor o ajetreo que se encuentra en todo lo que nos rodea: ¿Qué es lo que me inspira o me mueve? ¿Qué es lo más esencial en mi vida, ¿En dónde tengo mi tesoro y mi confianza puesta?
Todos nosotros, los hombres, por lo regular somos muy dados o de gustar a que todo se pueda comprobar de manera material, porque en gran medida estamos demasiado apegados a las cosas terrenales que nos ofrece el medio en donde nos desenvolvemos. El dinero, en gran manera, nos hace tener nuestra vida física y material un tanto asegurada, dependiendo qué tan grande sea la cantidad de nuestros fondos depositada en el banco.
Existe un adagio: “Te podrás ganar la lotería, pero no podrás salvar tu alma”.
El dinero, las cosas materiales y las bonanzas existen para ser compartidas con quienes nos rodean, para así poder fructiferar en medio de una sequía por la escasez de amarnos los unos a los otros; mojar la tierra para que así pueda ser fecundada será la respuesta para poner en práctica la bondad y la solidaridad como humanidad e hijos del Todopoderoso.
En síntesis, el dinero es una manera de sostenernos y no un fin. Las cosas externas, materiales o pasajeras jamás podrán reemplazar el amor verdadero, la amistad, la salud o lo que verdaderamente vale la pena y todo esto es más grande que tener todas las riquezas del mundo.
Por otro lado, tampoco podemos estar peleados con el mundo y las cosas que este nos ofrece. No podemos desapegarnos del todo de esta civilización moderna porque no somos totalmente espirituales.
“No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”, decía Alexandre Dumas, escritor francés.
El dinero no es un ser pensante; no tiene voluntad ni la capacidad de saber discernir entre el bien y el mal. No es persona para poder ser juzgado de sus acciones. Por eso se dice que es un arma de doble filo.
Una cantidad de sujetos han sabido administrarlo de manera adecuada y otros se han perdido en la avaricia o en la ambición desmedida.
La avaricia podría estar llevando a muchas personas directamente al infierno, únicamente por la sensación de estar acumulando riqueza tras riqueza. Todo esto es un pecado capital grave y tendremos siempre que estar muy vigilantes respecto al saber manejar los factores materiales.
No ver en ellos un fin sino un medio para poder lidiar con las distintas circunstancias de la vida.
Si existe gente poderosa o con dinero es para que puedan brindar oportunidades o fuentes de trabajo a quienes lo requieren.
Tenemos que orar incansablemente por los poderosos para que Dios ilumine su conciencia.
Cuando nos dejamos guiar o conducir por lo monetario, o por así llamarlo, sus secuaces, perdemos con gran facilidad nuestra capacidad de ver en nuestro existir la coyuntura de crecer en santidad y en otras virtudes.
El dinero es como un volante o un manubrio, saber lidiar con ello nos puede llevar hacia un buen camino o bien, rumbo a un sendero que nos conduzca a tener un accidente mortal.
Finalmente, en el soplo del vivir nos estamos jugando la vida eterna. Pretender que en lo cotidiano encontraremos todas las respuestas a nuestras incógnitas es un fiasco. Aferrarnos a lo pasajero es un capricho meramente humano; es tener poca fe en lo que nos aguarda o nos depara el destino después de lo terrenal.
Ningún país o nación se puede equiparar al país celestial. Es difícil admitirlo, ya que estamos reducidos únicamente a mirar con los ojos físicos, más no con los ojos de la fe. Nos limitamos solamente a lo que nos ofrece esta sociedad pasajera y alejada de Dios como si fuéramos a ser eternos o indispensables para nuestro creador. Siendo que somos nosotros los que necesitamos de Él y no Él de nosotros.
Finalmente, como dice la palabra de Dios: Pues, ¿De qué le sirve al hombre ganarse al mundo si arruina su vida? (San Marcos 8,36)
Cuántas personas tienen reconocimiento, son famosas, viajan alrededor del mundo, tienen sus cuentas de bancos hasta el tope, son aplaudidas y no son felices. Incluso, algunos de ellos se han privado de la vida por un gran vacío existencial. Con todo esto, también han existido individuos o semejantes que han optado, por ambición, venderle su propia alma al mismo demonio, todo por tener éxito frente a los distintos capítulos de tan desquebrajante y decadente mundanidad.
Hay quienes se afanan por querer acumular todas las riquezas a como de lugar, con tal de ganar prestigio entre las multitudes.
El mundo no llena la vida del ser humano, solamente la llena Dios y las cosas que están alejadas de este sistema corrupto.