Roberto O’Farrill Corona/ Periodista Católico
De ojos grandes y oscuros, impenetrables, extraños para un icono mariano, únicos como los rasgos de su rostro de trazos orientales con boca pequeña apenas esbozada, el icono de la Virgen que se venera en la antigua basílica de Santa María la Nueva es considerado una de las expresiones pictóricas más antiguas de la cristiandad y el icono mariano más arcaico de la ciudad de Roma.
Una ancestral tradición sostiene que el icono fue llevado de Constantinopla a la Urbe en solemne procesión, bajo el pontificado de San Gregorio Magno (590-604), a fin de implorar a Dios por el cese de la plaga que afligía a la ciudad. Los habitantes de Roma se sintieron consolados al contemplar ese rostro tan serenamente confiado, y entonces comenzaron a llamarla Madonna del Conforto o Virgen de la Consolación aunque también la conocen como María del Pueblo y Virgen del Foro por encontrarse al interior de la basílica de santa Francesca Romana, emplazada en el Foro Romano.
Escrito sobre un tablón de 132 por 97 centímetros, y atribuido a la mano del evangelista san Lucas, el sagrado icono muestra a la Virgen María sujetando al Niño Jesús con su brazo derecho y señalándolo con su mano izquierda en tanto que Jesús Niño bendice con su manita derecha sosteniendo el rollo de las Escrituras sagradas en la izquierda.
A los íconos les sucede lo que a las personas, pues debido a que se escribieron con pigmentos naturales al temple, al óleo de olivo, o al temple con óleo, mantienen un proceso de vida que inicia con su nacimiento y niñez, luego la adolescencia con sus colores vivos y brillantemente esplendorosos, después alcanzan la vejez en la que el tablón se agrieta, la pintura se hace quebradiza, los colores se opacan, las imágenes se oscurecen y caen en un deterioro progresivo que los lleva a morir con el resultado de que en algunos es difícil distinguir la imagen que alguna vez estuvo allí muy viva. Algunos son tan ancestrales que lo que de ellos queda es el cadáver de un icono. Su restauración, por lo tanto, es prácticamente imposible.
Desde su arribo a la Ciudad Eterna en el siglo VI, el icono de la Virgen de la Consolación fue instalado inicialmente en la iglesia de Santa María la Antigua, que al quedar derruida por un terremoto en el año 847, en el 982 fue trasladado a la iglesia de Santa María la Nueva, edificada junto al Foro Romano a fin de entronizar allí el sagrado icono. Con la buena intención de recuperar su primigenio esplendor, fue repintado y retocado muy a menudo hasta que para el siglo XII las imágenes originales ya habían desaparecido bajo los rasgos de otra imagen sagrada.
Con ocasión de los trabajos de restauración de la Basílica, practicados en 1949, se procedió a la limpieza del sagrado icono con la idea de que su origen procedía del siglo XII, pero pronto los restauradores se percataron de que debajo de los rasgos de la Virgen y del Niño, que efectivamente se remontaban al siglo XII, se escondían otros más antiguos que podrían remontarse a los siglos V o VI. Se encontró, pues, una singular superposición de figuras, colores y materiales de los que sólo se tuvo conocimiento gracias a una minuciosa operación mediante la que se logró separar las dos imágenes, y de esta manera se consiguió descubrir que los rostros del icono más antiguo de la Virgen y el Niño en realidad no estaban pintados en madera, sino en tela, y después recortados, por lo que pertenecían a otro cuadro que, a consecuencia de los daños, pues ambas imágenes presentaban trazas de quemado probablemente a causa de un incendio, se habían cortado y pegado en un nuevo tablón. Sobre la superficie del soporte de madera habían convivido por siglos, una sobre la otra, capas de pintura diferentes. Al temple, los más antiguos, la cara, el cuello de la Virgen y el rostro del Niño Jesús; y de tiempos medievales, los cuerpos y las manos de ambos.
Gracias a la intervención, los dos iconos quedaron separados definitivamente, y desde entonces ambos son venerados en la Basílica de Santa María; el más reciente, el medieval del siglo XII, en el altar mayor; y el más antiguo, el del siglo V, en la sacristía de la Basílica.
De ambos iconos, el más antiguo, el de la sacristía, es una Virgen Glykophilousa de particular hermosura, de ojos grandes, oscuros e impenetrables que al mirarnos nos consuelan, y de trazos orientales que revelan su origen ancestral; es el icono mariano más antiguo de Roma.