Pbro. Lic. Leonel Larios/ Rector de la Catedral de Parral
Se acaba el tiempo Pascual iniciado con el domingo de Resurrección y pasados cincuenta días llegamos a esta solemnidad del Espíritu Santo. Hoy quiero referirme a la tercera persona de la Santísima Trinidad que desde los primeros siglos se definió la igualdad con Dios en la Substancia en la distinción de otra Persona divina. Los cristianos creemos en este dogma, un solo Dios (monoteísmo) y tres personas.
Ya desde los padres de la Iglesia se hablaba de la economía de la salvación y la acción de la Trinidad en la historia, atribuyendo de manera especial una etapa de la misma a cada una de las personas divinas. La creación y providencia al Padre Eterno, la Encarnación-Redención –Salvación al Hijo y la Santificación-consumación, al Espíritu Santo. Siempre actúan en comunión, pero se trataba de descubrir una especial acción a cada una.
En el siglo XX se insistió en que el Espíritu Santo era el Gran Desconocido en los ambientes católicos, aunque ha estado siempre en la reflexión teológica y la liturgia. Es de notar el surgimiento del Movimiento de Renovación Carismática en el Espíritu Santo en la segunda etapa del siglo pasado, y cómo en ambientes católicos y protestantes empezó una nueva manera de relacionarse con Él. Sin dar juicios sumarios de los resultados, creo que aún nos falta mucho por descubrir en la acción santificadora que tiene para la humanidad.
Les comparto una historia que leí en un libro hace algunos años, y trata de un cura de pueblo que pasó cierto día a revisar como estaban dando el catecismo en su parroquia a los diferentes grupos de niños. Se detuvo detrás del salón mientras una catequista de aquellos que iban a recibir la confirmación hablaba del don de lo Alto, del Espíritu “Paralítico”. Una y otra vez decía que el “paralítico venía a iluminar y ayudarnos a llamar a Dios Padre y Señor a Jesucristo. Al pasar de los minutos, y teniendo en cuenta su sabiduría, el señor cura tuvo que corregir al catequista y decirle en voz alta que no se decía “paralítico” sino Paráclito, que en griego significa: Consolador. Ante la corrección, el catequista dijo: “No me he equivocado, les he querido hablar tan bien del Espíritu, y parece que en los creyentes es un paralítico, pues no lo dejamos actuar y no caminamos según el Espíritu de Dios”.
Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo, decía san Jerónimo. Lo mismo podríamos decir del Espíritu. Desconocerlo reduce nuestra relación con Él y no aprovechar todo lo que nos da. Es el Don prometido y cumplido. Luz que penetra las almas, don en sus dones espléndido. Así lo dice un poema litúrgico. Todo cristiano está llamado a vivir según el Espíritu Santo, desde su bautismo, y luego reafirmado en la confirmación. Recibir sus dones y carismas, para la edificación de un mundo mejor. Invocar su luz para tomar las mejores decisiones y discernir con sabiduría hacia donde enfocar los esfuerzos en cada proyecto.
La Iglesia lo invoca una y otra vez. Ahora en tiempos de preparación al sínodo del 2023, ha relanzado una oración al Espíritu para invocarlo al inicio de toda reunión pastoral. Invito a todos los cristianos, a que ustedes mismos pidan una renovación del Espíritu en su vida, para ser testigos del amor de Dios en sus familias. El Espíritu dirige la predicación con valor, de los católicos, pero sobre todo su manera de vivir, será lo que determine que el Espíritu ya no sea el Gran Desconocido.