MC Luis Alfredo Romero
El Padre Anselm Grün es el administrador de la abadía de Munstersschwartzach en Alemania, pertenece a la orden de los benedictinos, es un monje que además de observar el reglamento de la vida monacal que principia a las 4.40 de la mañana y termina entre 8 y 9 de la noche, tiene tiempo para leer, escribir libros, dictar conferencias y cursos los fines de semana, atiende proveedores contesta correspondencia y solicitudes, responde a bancos, tiene juntas con el Abad y el Prior, los ecónomos y el personal de los talleres, dirige un retiro de una semana cada fin de año para jóvenes desde hace 25 años y ya rebasó los 75 años de edad.
De dónde saca esa energía el P. Anselm para llevar una vida tan saturada y a nuestros ojos tan reglamentada, porque con frecuencia viaja a dos ciudades que distan 300 kilómetros de la abadía y regresa a dormir en su celda en las primeras horas de la madrugada.
El mismo P. Grün nos lo explica y dice que la gente moderna corre apresurada detrás de nuevos objetivos y como el tiempo es “oro” la vida tiene una última oportunidad para conseguirlo. Entonces sobrecargamos el tiempo de vida y la cotidianidad pasa a ser la rueda de los hamsters por las presiones que vienen de afuera. Disponer de más tiempo libre (como en esta pandemia) tampoco nos produce nuestro anhelado bienestar del tiempo.
“La experiencia del tiempo de los monjes, la otra cultura del tiempo que se vive en los conventos, también indica algo para la personas que no viven en un monasterio” Los monjes experimentan el tiempo como algo “cualitativo” (de calidad) y viven siempre el momento presente con intensidad, su tiempo está estructurado de tal manera que permite el significado espiritual del tiempo y transparenta a cada momento del día, gracias a las campanadas que indican el paso de una de una actividad a otra, la dimensión de lo eterno.
Vigilia y Laudes. Prima, Tercia, Sexta y Nona, Vísperas y Completas, son momentos de oración vocal o coral, dependiendo del día o de la celebración. La liturgia de las Horas interrumpe el trabajo de los monjes o de las otras actividades de la comunidad, para alabar a Dios. La Santa misa que en ocasiones es vespertina y los tiempos de alimento y descanso completan el día en la Abadía.
Pensaríamos que esa forma de vivir pudiera resultar monótona y aburrida, pero no es así. Sobre el ritmo del tiempo los mismos médicos y psicólogos nos aseguran que el ritmo constituye un elemento esencial del ser humano. El hombre tiene un ritmo de tiempo interior y el cuerpo no puede manipularse nomas porque sí. Lo percibimos cuando viajamos en avión a otra zona horaria, nuestra percepción interior del tiempo queda confusa. Debemos acostumbrarnos al nuevo horario, si lo pasamos por alto, enfermamos.
El investigador del tiempo Geibler que se ha ocupado de este fenómeno, dice que el ritmo es diferente al compás mecánico que determina a las maquinas “el ritmo dinamiza y divide el tiempo, pero no lo descompone como lo hace el compás” Geibler opina que nuestra necesidad de tiempo y más tiempo tiene relación con el haber suprimido el ritmo de nuestro tiempo. Si no prestamos atención a nuestro ritmo natural, esto nos conducirá a la desmesura que daña al hombre y lo arruina. Sólo el ritmo nos permite experimentar el tiempo como tiempo. Le da su contenido al tiempo y no es mero tiempo que trascurre.
Por ello la vida en las abadías, monasterios y conventos es rítmica. No es el ritmo de los minutos sino las campanas que hace tañer el reglamentario, las que marcan el ritmo del monasterio.
El Padre Anselm Grün nos refiere al tañer de las campanas “como un símbolo sagrado en todas las culturas y religiones. Simbolizan el vínculo entre el cielo y la tierra y abren el cielo sobre la tierra. Permiten que lo eterno irrumpa en nuestra vida. Llaman a la oración. Mediante el sonido de las campanas expresamos nuestro anhelo de que el sonido divino colme el mundo y expulse de él todo ruido. El sonido de las campanas quiere recordarnos la voz de Dios y producen un estado particular entre los hombres, no sólo llaman la atención, las campanas preparan el alma para Dios que es el verdadero objetivo de los hombres”.
Por ello a vivir el momento presente con intensidad siempre está en el tañido de las campanas de los monasterios. La vida en comunidad se desarrolla ayudando al monje a tener su desarrollo personal. Las campanas llaman y estructuran durante todo el día lapsos de tiempo completos y plenos de trabajo y oración. El arte de vivir según la sabiduría de los monjes es digno de imitarse ajustado y adaptado a nuestra diaria realidad.