Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo Emérito de San Cristóbal
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El 27 de marzo de 2020, cuando arreciaba la pandemia por el COVID19, el Papa Francisco hizo una oración en la Plaza de San Pedro, en nombre de toda la Iglesia y la humanidad, pidiendo a Dios que cesara ese mal y el mundo se viera libre de sus devastadores efectos. ¿Sirvió la oración del Papa, y de toda la comunidad eclesial con él? Pareciera que no, porque los contagios se aceleraron y las muertes aumentaron en todas partes. Entonces, ¿sirve orar? Claro que sirve, y mucho, porque se fueron descubriendo las necesarias vacunas en un tiempo relativamente breve, y hoy se tiene ya bastante control sobre el virus. Alguien se puede preguntar por qué Dios no actuó de inmediato, librándonos de ese mal. La respuesta es que Dios no quiere actuar sin nosotros. El no es un mago que, como con una varita mágica, domina y controla todo. Nos ha hecho a su imagen y semejanza, para que nosotros actuemos junto con El. Sirve orar, pero Dios no quiere hacer nada sin nosotros, aunque lo puede hacer, y muchas veces actúa El solo, como en los milagros inexplicables que acontecen diariamente. Hay personas que no quieren vacunarse, y países con pocos recursos para ofrecer las vacunas a toda la población, y Dios respeta estos procesos. Pedimos que nos dé el pan de cada día; pero si no trabajamos, no tenemos derecho a comer. Dios da de comer a los pajarillos, pero no en el nido; tienen que salir temprano a buscar su alimento y no mueren de hambre. De ordinario, Dios no actúa si nosotros no hacemos lo que nos toca. Somos su imagen, no monigotes que El maneje a su arbitrio; somos personas, con muchas capacidades, que debemos desarrollar para colaborar en la obra de la creación y de la renovación integral de los seres humanos y de la casa común.
Estamos haciendo intensa oración por la paz en Ucrania, y Rusia no cesa de destruir con su sofisticado armamento. Entonces, ¿no sirve orar? Claro que sirve, pero Dios quiere que nosotros hagamos cuanto podamos por que se detenga esa devastación.
Hacemos oración por la paz y la tranquilidad social en nuestra patria, pero al mismo tiempo procuramos exponer ante nuestras autoridades los dolores de nuestro pueblo, aunque algunas nos respondan con ofensas y descalificaciones, con su orgullo prepotente. Además de hablar, insistimos en la educación familiar y escolar hacia la paz social; procuramos atender esta prioridad en la pastoral parroquial y diocesana, y sobre todo atender a las víctimas. No sólo rezamos; también actuamos, pues Dios nos necesita como artesanos de la paz.
A veces pedimos a Dios que un familiar o amigo se recupere de su enfermedad, y sin embargo fallece. ¿Es que no sirve orar por esa intención? Sirve, y mucho, pero Dios tiene sus caminos misteriosos, siempre en beneficio nuestro, aunque no siempre lo comprendemos. Jesús oraba intensamente que Dios apartara la muerte afrentosa que se tramaba contra él, y fue asesinado. En la cruz, recitando el salmo 31(30), le reclamaba a Dios por qué le había abandonado. Con todo, aunque pareciera que no fue escuchado, Dios Padre no lo dejó en el sepulcro, en la ignominia, sino que lo resucitó y es el Señor de la historia. Dios tiene sus caminos, inexplicables muchas veces para nuestra mente limitada, pero nunca podemos dudar de su amor misericordioso.
Discernir
El Papa Francisco, en la última de sus 38 catequesis semanales sobre la oración, nos dijo:
“La oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia. Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica – la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.
En los días de su última Pascua, encontramos a Jesús plenamente inmerso en la oración. Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea —que era la lengua de Jesús— expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.
Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan. Él sentía el abandono y rezaba. Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección, el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. Con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía, esperanza, y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús e ir adelante” (16-VI-2021).
Actuar
Tengamos confianza en la oración, ante todo para alabar y dar gracias a Dios por tantas bondades que nos concede; pero también para suplicar por nosotros mismos, por nuestras familias, por la paz y por el bienestar de toda la comunidad, siempre dispuestos a que se haga la voluntad de Dios, que es lo mejor para nuestra vida.