MC Luis Alfredo Romero/ Comunicólogo
Sin duda uno de los obstáculos capitales en nuestros días para el desarrollo social, político, económico o religioso, se llama apatía.
Por apatía entendemos el estado de desinterés, indiferencia o abulia ante cualquier estímulo. Nos hemos vuelto más indiferentes y apáticos en este tiempo de pandemia, sobre todo cuando revisamos nuestro entorno y sentimos que todo nos afecta.
La situación financiera global, totalmente incierta, nos afecta. La pandemia nos afecta, las noticias sensacionalistas nos afectan, el cierre de muchos negocios nos afecta, las contrataciones temporales nos afectan, los bajos salarios nos afectan. El incipiente método de educación virtual para los niños, nos afecta. El cierre de los templos nos afecta. Y así podemos seguir con un listado tres o cuatro veces mayor sobre las afectaciones que visualizamos en nuestro entorno.
Pero sin duda es en el campo de la participación política donde más se manifiesta esa apatía. Nuestra actividad democrática se reduce a ir a votar el día de elecciones, aunque es bien conocida la estadística del abstencionismo que en cada elección es la que resulta vencedora, tan sólo en nuestro estado el abstencionismo ha sido del 45%.
¿Por qué no le damos seguimiento y no evaluamos el cumplimiento de planes proyectos y programas que se prometen durante las campañas políticas? La ciudadanía queda después de una elección como simple espectadora y la participación ciudadana es tan baja, que es rarísimo que se constituya algún observatorio ciudadano que observe, juzgue, enjuicie y proponga acciones en beneficio de la mayoría. La respuesta sigue siendo la misma, la apatía.
Si la política es el interés por la ciudad (civitas), nos ha llegado el momento histórico de asumir y reconocer los retos que se nos presentan para la búsqueda del bien común y el bien privado, antes de que el país se nos vaya como el agua entre las manos.
La solución la tenemos también en nuestras manos pues contra apatía, liderazgo. Entendiendo por líder, no el que habla mucho, sino aquel a quien siguen las personas en base a sus actitudes de iniciativa, proactividad, creatividad y fortaleza, aunque al principio sea sólo una voz que habla en el desierto. El liderazgo puede empezar a ejercerse primero entre la familia, después entre los parientes, luego los conocidos y vecinos hasta llegar a los desconocidos que pueden compartir nuestras propuestas.
Nos preguntaremos ¿por qué es importante ejercer el liderazgo, aun cuando no sucede lo que siempre hemos deseado? Pues precisamente porque del deseo, no pasamos a la acción.
La Doctrina Social de la iglesia nos urge a reflexionar y a ponernos en actitud de acción, para poder desterrar la visión libérrima de la economía que se fundamenta en el egoísmo materialista y que se manifiesta en bajos salarios, explotación, ausencia de prestaciones y consumismo. Es un peligro construir el desarrollo de los pueblos únicamente con criterios económicos, dice la DSI.
La inseguridad y la violencia irracional, por otra parte, tiene una causa fundamental al desconocer la dignidad de la persona; el hombre ya no vale por el ser o el hacer, se le da valor casi exclusivamente al tener, dice la encíclica Populorum Progressio (19). Esto es preocupante pues perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida. Al no pagar o retener el salario justo, se atenta contra uno de los derechos fundamentales del trabajador ya que el salario es la llave de acceso a la legítima propiedad privada. “La remuneración debe ser tal, que permita al trabajador una vida digna en el plano material, social, económico y cultural” (Gaudium et Spes 67)
El liderazgo del católico nos conduce a encontrar, pues, líneas de acción que nos lleven a la participación ciudadana activa, que en este momento es primordial para la construcción de un México justo y libre.
Frente a este 2021 nuestro liderazgo debe sentirse interpelado para participar en la consulta ciudadana y en la concientización de los ciudadanos con los que interactuamos, recordándoles a todos la obligación de empadronarse, votar y construir ciudadanía. La formación política y ciudadana donde se analicen los temas capitales que hemos mencionado es también una urgencia para poder actuar e influir en la transformación activa de la ciudadanía. Ello nos ayudará a impulsar el protagonismo y el liderazgo de los laicos como ciudadanos activos y comprometidos con Dios, con la patria y con la construcción del bien común.
El tiempo nos urge y no podemos quedarnos en la discusión de ideas sino pasar a la acción, “porque la realidad es más importante que la idea” (Evangeli Gaudium 231 33)
Pensemos pues en un liderazgo de los laicos que dé gloria a Dios inspirado en el mandamiento del amor y del servicio. Un liderazgo “que promueva el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres (Populorum Progressio 653) un Liderazgo crítico en común unión, coherente atractivo y esperanzador.
Algunas formas prácticas de ejercer el liderazgo podrían ser incidir en políticas públicas para señalar vigilar y pedir cuentas. Incursionar en redes sociales convocando a la acción social, legal y organizada. Promover el voto en los procesos electorales. Crear observatorios ciudadanos para analizar y enjuiciar las políticas públicas. Participar activamente en nuestro entorno con un enfoque más cívico, como ir migrando de nuestros proyectos asistenciales a la formación ciudadana y poder llegar a tener acceso a los lugares donde se toman decisiones de trascendencia social.
Un liderazgo católico, participativo y vigente, bien podrá contribuir a disminuir la apatía social y el abstencionismo político.