Comentario del Evangelio Tercer Domingo Ordinario (Mc 1,14-20)
Pbro. Julián Badillo Lucero/ Formador del Seminario
Fe y conversión son dos términos que tienen una relación muy estrecha. La fe, por un lado, es un don que Dios concede al hombre con la finalidad de mantener una relación salvífica, y por consecuencia el creyente responde haciendo un cambio en su conducta que corresponda a esa salvación querida por Dios.
De muchas formas se vale el Señor para acercarse a la humanidad, ya sea a través de su revelación, por las situaciones que vivimos o bien por medio de la naturaleza o las cosas. Las lecturas de hoy hablan de esa correspondencia ante un Dios que busca salvar al hombre.
En la primera lectura, Jonás es enviado a Nínive, ciudad capital de Asiria, un lugar extenso y poblado y, dada la misión del profeta, un tanto desordenada moralmente; más lo que llama la atención es que aun a pesar de estas condiciones, escuchan a Jonás y creen. La actitud tanto de su gobernante como del resto del pueblo fue una disponibilidad para evitar su destrucción, no fue necesario que les fueran denunciados sus pecados o faltas, tuvieron conciencia sobre a lo que estaban faltando, por eso de una manera efectiva tomaron conciencia de su situación y pudieron no sólo evitar su destrucción, sino romper una cadena de comportamientos y mejorar su condición de vida. No se menciona si continuaron en esa misma actitud el resto del tiempo, más lo que refleja la lectura es que reaccionaron de una manera positiva y esperanzadora ante una amenaza, actuando de una manera precisa y concreta para tener una un futuro mejor.
En la segunda lectura, el mensaje de San Pablo va dirigido a la comunidad de Corinto, que era el puerto de entrada a Atenas, y con ello el centro de la cultura griega. El relativizar las cosas o la condición de las personas no es con la intención de negar su valor o importancia, sino más bien orientarlas al fin último o absoluto que es Dios. Fácilmente el hombre se distrae y se enfoca demasiado en las cosas terrenas o pasajeras, influyendo en la forma de vivir o en los objetivos de cada persona, por ello Pablo busca que el cristiano vuelva sus ojos a el principio de salvación que es Jesús, de tal manera que teniéndolo a él como fin último aproveche las cosas o situaciones a su favor para encaminarse de forma más decidida y segura al encuentro con el Señor.
Fe y conversión
Por último, en el evangelio, Jesús manifiesta un dinamismo y actividad, anunciando y llamando la llegada del reino de Dios, que no es algo colectivo sino más bien personal, por lo tanto, es necesario que haya una mirada al interior del corazón y ver de qué manera se puede uno disponer para que este reino se instaure y permanezca.
Él mismo es el Reino, es el Evangelio, es también el motivo de arrepentimiento, así como de aceptación a su llamada, atractivo para asumirlo como una forma de vida, como una realización humana.
El Reino de Dios llega en cualquier momento; a los primeros discípulos llegó cuando trabajaban, en donde ellos realizaban sus actividades cotidianas; no terminaron de pescar, ni de remendar las redes, fueron detrás de Jesús, lo que deja ver el impacto que tuvo su presencia y la forma en la que fueron llamados.
La fe y la conversión que comenté al principio, en nuestro tiempo actual deben de ser una actividad prioritaria. Se habla desde hace algún tiempo de la reactivación económica a través de un semáforo, nosotros ¿que esperamos? ¿luz verde?, es momento de reactivar nuestra fe de volver escuchar la voz de Jesús y disponernos a continuar en su seguimiento. Tal vez en estos tiempos nos hemos dispersado un poco dado el cierre de los templos y como consecuencia nos enfocamos a lo pasajero dejando lo absoluto, trayendo como consecuencia miedo, inseguridad, entre otras cosas. Por ello, cada quien sabemos qué es lo que tenemos que cambiar en nuestras vidas. Ya vivimos momentos de mucha libertad, de salud, de abundancia, ahora nos toca estar confinados, restringida nuestra movilidad, etcétera
¿Qué más necesitamos para hacer penitencia y convertir nuestra vida? ¿Qué más cosas necesitarían pasar para que nosotros volteemos nuestra mirada a Dios?