Aquí la segunda parte de la entrevista que se realizó al hoy ex representante del Papa en México, Franco Coppola, con su último vistazo a esta Iglesia particular.
Felipe Monroy/Periodista católico
Tras cinco años de servicio en México, Franco Coppola, ahora ex nuncio apostólico en México, fue llamado por el Papa para asumir la representación diplomática de la Santa Sede en Bélgica y en Luxemburgo.
Fue el pasado 1 de enero, cuando mons. Coppola se despidió de México con una Misa en la Basílica de Guadalupe.
En su homilía, Mons. Franco Coppola agradeció el que se le hayan abierto las puertas de esta Iglesia particular. “Pero el agradecimiento más grande -dijo-, es a nuestra Madre”.
En su mensaje, Mons. Franco Coppola señaló que, aunque México es un país rico, de gente buena, fiel y creyente, también es un país azotado por la violencia debido a la disparidad de condiciones en que vive la sociedad. En este sentido, y en concordancia con lo que ha dicho el Papa Francisco, aseguró que lo que nuestro país necesita para alcanzar la paz es garantizar la educación escolar a todos los niños y niñas, así como trabajo digno para todas las personas.
Recientemente tuvo oportunidad de asistir a la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, ¿qué aspectos de esta asamblea cree que son útiles para poder compartir en Europa?
Ha sido una experiencia riquísima, participar de esta asamblea eclesial. Nunca había participado en eventos del CELAM. Ha sido una grata sorpresa; pues veo que en otros países la vida de la Iglesia y de la comunidad eclesial, es una vida mucho más participada, México quizá tenga un poco menos. En Latinoamérica los laicos están incluidos y los religiosos están incluidos en la vida de la Iglesia. Ellos también, como Europa y EU, no tienen esta presencia de adultos cristianos y fieles como lo tiene México y por eso a veces hay opiniones o propuestas que salen un poco de lo que es el camino del Evangelio y de la tradicional cristiana. Pienso que es muy útil esta vida juntos de México con el resto de Latinoamérica, porque México tiene una tradición fiel, cristiana y católica que no se puede perder, que es buena y es correcta; y que los demás no tienen ya. En cambio, los demás tienen una experiencia de vida de Iglesia participada que me parece que México debe desarrollar más, que no tiene. Se pueden enriquecer el uno con el otro.
«Durante la Asamblea se enumeraron 41 desafíos pastorales y de estos se distinguió a doce más urgentes. Ahora, si se miran todos los desafíos, ¡cuántas veces está el verbo acompañar! ¡Muchas veces! Pienso que esta es la clave de cómo tiene que cambiar la Iglesia respecto a los siglos pasados».
En los siglos pasados, la Iglesia estaba acostumbrada en que convertía al rey y convirtiéndolo a él seguía todo el pueblo eventualmente. Esto hizo que, en el pasado, la Iglesia se limitara a privilegiar la relación con las autoridades; porque una vez que estas estaban convencidas del bien de la Iglesia, todo seguía automáticamente. En el mundo democrático de hoy esto ya no funciona. Y eso lo vemos incluso desde casa.
Ahora hay que encontrar un consenso y después que se ejecute. El camino es más complicado pero pienso que esta manera es más efectiva en el sentido en que después, cada uno lo siente propio. No lo hace sólo para obedecer sino que ha participado en la decisión y la siente suya.
«Esto también pasa en la Iglesia. La Iglesia tiene que aprender a acompañar a sus fieles, no se puede contentar sólo de tratar con las autoridades. Lo que falta gravemente en toda la Iglesia -aunque hablo por México, que conozco mejor- es justamente este acompañamiento».
‘Acompañar’ viene con esta petición de estar en contacto, tocar las heridas del pueblo. ¿Cómo hacer ese acompañamiento con las emergencias más apremiantes en México?
Antes que todo hay que escuchar. En el acompañamiento hay que escuchar. Él (Cristo) escuchó a los discípulos de Emaús )y les permitió expresar lo que había pasado, las razones de su desilusión; sólo después de haber escuchado y aprovechando los puntos de sus inquietudes, Él les explica cómo todo debía pasar, pero desde el punto que ellos habían manifestado.
«Nosotros, por el contrario, tenemos la costumbre de hablar sin escuchar; es una costumbre muy mexicana que me ha puesto en dificultad. Todos los periodistas -sobre todos los de Iglesia- me piden de inmediato ‘un mensaje’; y yo no estoy acostumbrado a dar mensajes. Esa mala costumbre no nos hace bien. Hay que escuchar y luego contestar desde la riqueza del corazón de cada uno».
Comentaba (a un grupo de sacerdotes )una tradición de mi pueblo en donde el cura todos los años recorre todas las casas en lo que se llama la ‘bendición de los hogares o de las familias’. No es tanto para echar agua bendita sino para entrar en las casas de todos los feligreses de la parroquia, conocer y encontrar cosas que a veces se encuentran encerradas dentro del muro de la casa que la persona no quiere manifestar.
«Y uno me comenta: ‘¿Cómo tengo que hacerlo yo, que tengo que celebrar diez misas cada día?’ Además de que el Derecho Canónico prohíbe celebrar tantas misas -y sé que lo hacen con la mejor intención- esto es hacer lo contrario, exactamente lo opuesto de lo que recomienda el Señor en la parábola del Buen Pastor».
El Buen Pastor se da cuenta de que una oveja se desvía, deja las 99 en el redil y va a buscar a la que se perdió. En cambio, aquí los sacerdotes y los obispos nos hacemos ocupar nuestra agenda por los que están, los que nos piden misas, confesiones, coloquios; en fin, nos piden todo y nos ocupan todo el tiempo. Claro, después no tenemos tiempo de ir a buscar a la oveja. Estoy seguro, puedo poner la mano en el fuego, que nadie lo hace con mala intención; pero de hecho se portan de una manera opuesta a lo que nos sugiere Jesús en el Evangelio. Hay que hacer un cambio de mentalidad.
Habló de cosas que ‘están encerradas dentro de los muros de los hogares’ ¿cuáles serían algunas de las inconfesables vergüenzas que tendremos como pueblo mexicano? ¿Cómo salir de ellas?
No soy yo el confesor de la Iglesia mexicana; no, no hay vergüenzas específicas. Lo malo o bueno que se hace en México, se hace en el resto del mundo. Lo que sí, los adultos hemos tenido la experiencia que impactó mucho en nuestra juventud que fue el ‘68, el movimiento juvenil y estudiantil que protestaba contra las incongruencias e injusticias; protestaba haciéndose sentir de una manera incluso violenta. Los adultos estamos acostumbrados a que, cuando algo no va, hay reacciones violentas y nos despiertan.
Pero no nos hemos dado cuenta de que el panorama ha cambiado en estos cincuenta años, ha cambiado mucho. Ahora, los que están inconformes ya no protestan, silenciosamente se van. Y por eso, si yo no estoy atento, ni siquiera me doy cuenta.
Ahora, gracias a los medios de comunicación, si uno no quiere jugar en un campo tiene otros diez en donde puede hacerlo, no es necesario protestar. Sencillamente me voy y juego en otro lado. Eso es lo que pasa. Con la generación juvenil y con muchos de los que padecen abusos, por ejemplo -que es una grave vergüenza-, se van. Esto pasa en la Iglesia y también con los abusos en la familia: Uno se va y dice ‘mi padre no existe ya’, ‘está vivo pero me voy por otro lado’.
Ahora, si uno no está atento, no se da cuenta. Es por eso que el Papa hace esta iniciativa del Sínodo de la Sinodalidad. Inventó algo nuevo. Porque [la Iglesia] estaba acostumbrada cada tres años a un sínodo de obispos; es decir: el Papa reconocía que él sólo no tenía a la mano toda la situación de la Iglesia y entonces reunía a los obispos para que, con su ayuda, pudieran mirar la situación de la Iglesia del mundo.
Sin embargo, ahora el Papa se ha dado cuenta de que ni siquiera los obispos saben cómo es la situación de la Iglesia. Es necesario iniciar desde la base.
Por ello invitó a todas las diócesis a iniciar un camino sinodal para entrar en contacto con toda la base, con todos los bautizados, no sólo con los que participan con la misa dominical, o con los agentes y no sólo ellos, sino también con los demás.
Pienso que esa es la clave que puede cambiar completamente el rumbo de la Iglesia en todo el mundo y también en México. Es una oportunidad que el Papa ofrece, podemos aprovecharla o no; la tentación de desaprovecharla es fuerte porque es algo complicado, porque es algo que nunca se ha hecho y porque en la Iglesia existe la tradición de hacer ‘como siempre se ha hecho’.
Hay que subrayar -y me voy de México muy consolado con esta iniciativa del Papa- que espero que los obispos aprovechen esta iniciativa, porque podría permitir a México evitar el invierno de fe que conocen ya Europa y los Estados Unidos.