El próximo 22 de febrero estaremos celebrando la Fiesta de la Cátedra de San Pedro. Hasta 1960, hubo dos fechas para esta celebración: una el 18 de enero -referida a la sede de Roma- y otra el 22 de febrero -referida a la sede de Antioquía-. En 1960, el Papa Juan XXIII unificó ambas fiestas suprimiendo la del 18 de enero. Con esta fiesta se rinde homenaje al primado y autoridad de san Pedro. La palabra cátedra significa asiento, trono, o sede y es la raíz de la palabra catedral, la sede desde donde un obispo gobierna su diócesis y predica el evangelio. Para prepararnos a esta celebración, estaremos publicando una serie de artículos tomados del libro “Y sobre esta Piedra”, siendo este el tercero de ellos en el que hablaremos sobre las llaves del reino y el poder de atar y desatar del apóstol Pedro.
El tema de las llaves del Reino suele ser enigmático y, también, objeto de inspiración de numerosas obras de arte. Cuando Jesús instituye a Pedro como piedra le dice, además: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos» (Mt 16,19).
Una interpretación popular es que estas “llaves del reino” son la mayordomía del evangelio que se abre a los gentiles y a los judíos en Pentecostés. Pero, en realidad, va más allá de eso. Si bien Mateo presenta la entrega de las llaves como un privilegio personal a Simón Pedro, es también una función eclesiástica, pues el contexto de estas palabras se sitúa cuando Jesús habla de edificar la Iglesia.
Además, las “llaves del reino” hacen alusión al pasaje en el cual el profeta Isaías habla contra Sebná, el mayordomo y encargado del palacio del reino de Israel, diciéndole que Dios lo ha rechazado y será sustituido por Eliaquín (cf. Is 22,19b-22).
La lectura de Isaías a la luz del Nuevo Testamento permite hacer una analogía entre el ministerio petrino y el ministerio del mayordomo del reino, de manera que se pueden atribuir a Pedro la autoridad, paternidad (curiosamente, Papa significa padre) y potestad de “abrir y cerrar” (atar y desatar). Además, el mayordomo es el segundo al mando en el Reino de Israel y, antiguamente, se le ponían unas llaves grandes sobre el hombro, que significaban la autoridad que el Rey le entregaba al mayordomo. Por lo tanto, se puede afirmar que las llaves son el poder de gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (cf. 1 Tim 3,15).
Otro dato importante es que en el cargo de “mayordomo del rey”, había sucesores; de ahí que Lino, por decisión del mismo Pedro, le sucediera en el episcopado para mantener la unidad de la Iglesia. Así pues, Jesucristo, Rey de reyes, ha entregado las llaves del Reino a su mayordomo, Pedro, “el segundo al mando” o “representante” del Rey. Ahora tiene sentido que el sucesor de Pedro sea llamado Vicario de Cristo.
Inmediatamente después de que Jesús entrega las llaves del Reino a Pedro, le dice también: «Y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19b).
Ante estas palabras, los destinatarios, principalmente judíos, veían un claro signo de autoridad pues, en la tradición judía, estos verbos no sólo eran empleados para referirse a la autoridad disciplinar, es decir, a la admisión y expulsión de la sinagoga y a la facultad de permitir o prohibir en asuntos importantes, sino también a la autoridad para enseñar e interpretar la ley.
Más aún, ahora, en el nuevo pacto, el poder de atar y desatar toma una nueva dimensión, haciendo alusión al poder para perdonar pecados (cf. Jn 20,23), además de la autoridad para pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia (cf. CEC, 553).
Es importante señalar, sin embargo, que este poder concedido primero a Pedro no está reservado a él, sino que después fue concedido a los apóstoles, es decir, a todo el colegio apostólico (cf. Mt 18.18) el cual, como sínodo, tiene la autoridad conferida por Jesús, pero exige la figura de Pedro, quien recibió esta autoridad y poder personalmente (Mt 16,19).
Por eso, el colegio apostólico no puede renunciar al ministerio petrino (perdería la unidad, consistencia y seguridad en la fe), pero tampoco puede, Pedro, suprimir a los apóstoles.
De la misma manera, el Papa no puede prescindir del colegio episcopal en el gobierno de la Iglesia y ejercer un gobierno personal, porque eso es contrario al evangelio y también corrompe la unidad cristiana.
La unidad de Pedro y los apóstoles, es decir, del Papa y los obispos, es fundamental. Gobiernan la Iglesia juntos, no separados. Así se constituye la unidad del colegio apostólico, fundamento visible de la unidad de toda la comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia.