Agencias
Un artículo de la Revista Americana de Medicina Respiratoria, firmado por Marcos Langer, rescata historias y anécdotas del tabaco y la Iglesia.
El autor menciona un estudio de John B. Buescher, licenciado en Estudios Religiosos por la Universidad de Virginia, que cuenta en “In the Habit. A History of Catholicism and Tobacco” que para muchos de los eclesiásticos españoles que evangelizaron América, el tabaco, fumado o esnifado, tenía algo de diabólico por la conexión que le atribuían los indígenas con los “Espíritus Invisibles”.
Otro problema con su uso fue que los indios llevaban a la iglesia el hábito de fumar tabaco, tanto que en 1575 las autoridades eclesiásticas de México tuvieron que prohibir esa costumbre. Pero para entonces, no sólo los indios consumían tabaco, sino también buena parte de los sacerdotes, lo que condujo a que autoridades eclesiásticas en un Sínodo en Lima en 1583, les prohibieran “bajo pena de condena eterna” mascar o inhalar tabaco antes del servicio de la misa.
El consumo de tabaco, en cualquiera de sus formas, se hizo tan extenso y frecuente aún entre los fieles que acudían a las ceremonias religiosas, que la autoridad papal hubo de tomar cartas en el asunto.
Ya en el siglo XX, Pío X transmitió al General de los jesuitas en Roma que sus miembros debían renunciar, en nombre de la austeridad, a “artículos superficiales”, entre ellos “el tabaco”. En 2002, Juan Pablo II prohibió que en el territorio del Vaticano se fumase en lugares cerrados o incluso lugares públicos muy frecuentados, bajo multa de 30 euros.
Las últimas medidas las ordenó el Papa Francisco, quien prohibió la venta de tabaco en territorio vaticano en 2017.
Los Papas, los santos y el tabaco
León XIII (1878-1903) consumía rapé. A san Pío X (1903-1914), le gustaba fumar puros; su sucesor, Benedicto XV (1914-1922) no era fumador, pero Pío XI (1922-1939) lo hacía ocasionalmente, en cambio Pío XII (1939-1958) nunca y Juan XXIII (1958-1963), de resultas de su larga trayectoria diplomática, se inclinaba por los cigarrillos. Ni Pablo VI (1963-1978) ni Juan Pablo II (1978-2005) fumaban, pero Benedicto XVI (2005-2013) dicen que fumaba algún cigarrillo ocasional.
Ni los santos estuvieron exentos de caer bajo su influencia: en los procesos de beatificación de san José de Cupertino, san Juan Bosco y san Felipe Neri se estudió si el hábito de fumar estaba reñido con las virtudes heroicas exigidas. Es evidente que no se encontró obstáculo en ello. Y los dos modelos de santidad sacerdotal más recientes, san Juan María Vianney ― el Cura de Ars― y el Padre Pío, solían esnifar tabaco e incluso ofrecerlo sin mayores problemas a la concurrencia.