Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Queridos hermanos ¡Jesús ha resucitado! ¡Cristo vive! Este segundo domingo de Pascua lo celebramos en torno a la Divina Misericordia. Hoy reflexionemos la liturgia de este día en clave de misericordia.
Vamos a partir del evangelio de San Juan. Jesús resucitado se aparece a muchos algunos encuentros individuales, María Magdalena, los discípulos de Emaús…Pero también Jesús resucitado se encuentra con los discípulos en grupo.
Hoy el evangelio nos plantea el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos, digamos con la Iglesia, con la comunidad, con toda la humanidad.
Dice el texto que Jesús resucitado se presentó en medio de los discípulos y algunas mujeres, la iglesia reunida. Y como hoy, Jesús se presenta en medio de nosotros, todos somos discípulos: laicos, consagrados, sacerdotes, obispo.
Lo primero que les dice y el primer regalo que les da, es la paz. “La paz esté con ustedes”. Jesús es el príncipe de la paz, en un mundo dividido, de conflictos por guerras, por armas, ideológicas, políticas, incluso religiosas, Cristo resucitado viene y se encuentra con nosotros y nos trae la paz. Recibamos la paz de Cristo resucitado, que llega y les muestra las manos y el costado heridos.
Jesús nos sigue mostrando sus heridas de un cuerpo glorificado a través de las heridas de los pobres, migrantes, enfermos, tristes, alejados, marginados. Jesús nos sigue mostrando las manos y el costado heridos en las familias que sufren la pérdida de un ser querido, las angustias de nuestro trabajo. Jesús nos muestra sus heridas en nuestras heridas y se siguen haciendo presentes en la humanidad que sufre.
Envío a la misión
Jesús nos ofrece su vida, su amor y nos regala su paz, hoy nos da la alegría que es propia del cristiano. Otro regalo que Cristo nos da es la alegría del evangelio, del amor misericordioso de Dios, como hemos cantado en el salmo responsorial “La misericordia del Señor es eterna” y hoy que celebramos la Divina Misericordia, vemos cómo Cristo se nos manifestó resucitado y glorioso, derramando en nosotros su amor y misericordia.
Nos debe de dar una inmensa alegría tener a un Cristo Resucitado.
Luego, Jesús nuevamente saluda a los discípulos y les dice “la paz esté con ustedes” una segunda vez. Y viene algo muy importante, el envío. A todo don corresponde un envío, una misión. Y Jesús dice a los discípulos y hoy a nosotros como Iglesia: “Así como mi Padre me ha enviado, así los envío yo”.
Queridos hermanos, en este segundo domingo de Pascua, de la Divina Misericordia, al darnos su paz y provocar en nosotros su alegría, Jesús nos envía a una misión. Tomemos conciencia. Por ser bautizados y ungidos con el Santo Crisma, somos profetas enviados por el Señor para dar testimonio de Cristo resucitado. Y en ese segundo momento de insistir con el don de la paz, Jesús sopló sobre ellos diciéndoles: “Reciban el Espíritu Santo”, nos los envía ¡Qué hermoso don y gracia nos da Jesús resucitado”.
Abre tu corazón como Iglesia, como sociedad, como humanidad, para recibir el don del Espíritu Santo, para ir y cumplir con la misión de anunciar el Evangelio y dar testimonio de Cristo resucitado, llevar el perdón y la reconciliación…llevar el perdón y ser constructores de paz y reconciliación.
En ese primer día de la resurrección Tomás, uno de los discípulos, no estaba presente y cuando le platican que han visto al Señor, él no cree. Cómo a veces nosotros estamos ausentes por el pecado, por distracción, apatía o indiferencia como Tomás, y eso debilita nuestra fe. Por eso Jesús vuelve a los ocho días y le dice a Tomás “Trae tu mano y tócame, no dudes, cree”.
Crecer en la fe
Hoy Jesús nos busca y quiere que estemos unidos, que no dudemos. Hoy Jesús resucitado nos pide a todos que no dudemos, sino que creamos: Crecer en la fe, para poder exclamar juntos con Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
Dichosos los que creen sin haber visto. Esto se proyecta en la lectura que escuchamos de los Hechos de los apóstoles: “Tenían un solo corazón y una sola alma”. Que todos tengamos un solo corazón y una sola alma. Claro que hay diferencias, es muy natural, pero debemos vivir como Iglesia y como humanidad en un solo corazón, una sola alma.
Dice el texto: “todo lo poseían en común”: el compartir, la fraternidad. Esa es la misión, ahí está el testimonio que el Señor nos pide. Por eso se reafirma que “daban testimonio de la resurrección del Señor haciendo el bien, compartiendo”.
Por eso, queridos hermanos, con la Oración Colecta decimos: “Dios de eterna misericordia, reanima y fortalece nuestra fe”, aumenta tu Espíritu en nosotros para vivir con excelencia nuestro Bautismo. Somos hijos de Dios y con su infinita misericordia debemos vivir nuestra condición cantando “La misericordia del Señor es eterna, Aleluya”.
Jesús ha resucitado, ¡Jesús vive! Que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo esté con ustedes. Buen domingo.