Pbro. Lic. Leonel Larios Medina/ Rector de la Catedral de Parral
Es fácil criticar y llegar a tener un mal sabor de boca, oídos y ojos, con tanta noticia negativa que nos llega por todos lados. Violencia, crisis económica, problemas familiares, en fin, hasta la falta de agua. Somos buenos para criticar a gobernadores y reprocharles que no hay agua, y muy buenos para andar tirándola o dejar fugas en la indiferencia. Es cierto que los servidores públicos tienen una gran responsabilidad. Por ejemplo decidir tandear el agua, definir horas de abasto, zonas en donde llegue el agua, repercutirá en la vida de muchas familias concretas que tienen que asearse, lavar ropa, platos, y que no tienen el ingreso suficiente para pagar pipas.
Tratándose el tema del agua, me llamó la atención una nota sobre el bombardeo de nubes en Guadalupe y Calvo, y recientemente en Nuevo León, cerca de Monterrey. Parece que las oraciones al buen Dios providente, se han ampliado o en una especie de regresión a invocar a Tláloc (al menos así lo dijo el gobernador de Nuevo León), pero enviando aeronaves con químicos para lograr que caiga la lluvia.
Seguramente en Guadalupe y Calvo el interés no era el agua para las comunidades indígenas o mestizas de esa región talada a desmesura, sino por la urgencia de regar las amapolas del jardín. Total, parece que el hombre tiene solución para enfrentar la sequía con la ciencia y unos cuantos aviones.
Hace unos años, recibí la primera evangelización y me decían que la verdadera solución a los problemas del hombre estaba en Jesucristo. Leyendo así la sentencia, parecería anticientífico o casi un fanático espiritualista, pero no es solo eso. El predicador especificaba más. Las soluciones del hombre a la familia, en lo económico, político y social, sin Cristo, terminan siendo parciales e insuficientes. Estos últimos adjetivos son los que quiero enfatizar.
No se trata de dejarle todo a Dios, pues nos ha creado con suficientes sesos como para organizar la cosa. En Cristo, descubrí una armonía, un equilibrio, que me ha ayudado en mi vida. Recuerdo que, a los pocos meses de aquel retiro, sentado en la plaza Guadalupe Victoria, una chica me decía: “Leonel, ¿tú no tienes problemas? ¿Nunca te veo triste?”. Le respondí sin dudar que era Cristo la fuente de mi alegría y que todo se solucionaría tarde o temprano. Sentencia que llevo tatuada en mi corazón hasta el día de hoy.
La solución ante el desorden de la vida del hombre y que incide en la sociedad, en la economía, política y vida interna familiar, encuentra en Jesús, en su fe, una gran fuerza para buscar en Dios y desde Dios, las soluciones adecuadas. Yo no tengo el libro de fórmulas mágicas para resolverle la vida a los penitentes que acuden al confesionario, pero sí les puedo decir y dar testimonio que, una vida con Cristo, es mejor que sin Él.
Te invito, querido lector, a que te des la oportunidad de volver a Dios, ahí donde lo conociste. A darle la oportunidad de decir una palabra sobre tu vida, a veces desmoronada con tantos errores y malas decisiones. Si ponemos al país bajo la mirada de Dios y de María de Guadalupe, y recurrimos a ellos con auténtico fervor, estoy seguro que todo sería mejor. ¡México, México, conviértete a tu Señor! Pues solo en Él está sin temor a equivocarme la solución.