Ing. Oscar Ibáñez/ profesor universitario
El otro día pude conversar en un taxi de Uber con un cristiano a quién le parecía una contradicción que yo me asumiera como cristiano y católico. A los primeros seguidores de Cristo se les conoció como miembros “del camino”, posteriormente se les llamó “cristianos” en Antioquía, y ya desde el primer siglo de cristianismo se empezó a utilizar el término “católico” en el sentido de su etimología griega, algo que es universal, para todos. Sin embargo ahora hay gente que considera que sólo los miembros de algunas iglesias recientes pueden ser denominados cristianos.
Todos sabemos que el oriente es por donde sale el sol, y que el occidente queda donde se pone el sol, el asunto es que si uno observa un mapa, en realidad ¡por donde sale el sol está Europa, y por donde anochece es Asia! Así tendríamos que llamar a los europeos orientales y a los asiáticos occidentales.
Hace muchos años, cuando Roma se dividió en Imperio de Oriente y Occidente pudo haberse definido una convención desde un lugar geográfico, que se volvió una categoría que define dos mundos hasta la fecha, aunque no tengan nada que ver con la geografía actual desde el continente americano.
Así pasa con muchos conceptos que se asumen sin pensar mucho en ellos, hasta darse el caso en que se les quita su sentido original y se transforman en otra cosa completamente distinta, por ejemplo el término laico que se deriva del latín laici y este del griego laikos que expresa lo relativo al pueblo, por lo que en la Iglesia católica significa todo el fiel bautizado creyente, miembro del pueblo de Dios, que no es sacerdote, religioso o religiosa. Sin embargo para definir a un estado laico explícitamente se le considera separado de cualquier influencia religiosa.
Quizá si los cristianos católicos nos asumimos a plenitud como seguidores de Cristo que tenemos un mensaje que compartir a todo el mundo, porque es una buena nueva universal; o si como laicos nos asumimos verdaderos miembros del pueblo de Dios que camina hacia Él, entonces podamos convertirnos cada día en Discípulos-Misioneros como nos invita el Papa Francisco en Evangelii Gaudium.
Tampoco nos haría mal recordar el verdadero sentido de prójimo, aquél a quién encontramos en el camino, sea o no hermano o amigo, simplemente el otro al que hay que encontrar y ayudar. O misericordia, que implica sentir las miserias de los demás, o compadecerse de ellas, Dios es rico en misericordia, siente nuestras miserias y se compadece, nos perdona, así nosotros deberíamos practicar la misericordia con el prójimo, esto es, sentir compasión por la miseria del otro y ayudarlo.
En fin, podríamos seguir reflexionando sobre el amor, que implica dar, servir incondicionalmente, y oponerlo a esa expresión que hoy con irresponsable ligereza se asocia a las relaciones sexuales en la expresión “hacer el amor”, sobre todo cuando la relación se desprovee de su sentido de entrega y apertura a la vida, y se convierte en búsqueda de placer no pocas veces egoísta o narcisista, sin pensar en las consecuencias, o en las necesidades y sentimientos de la pareja.
El lenguaje tiene sus trampas, sin embargo como expresa la recién laureada Nobel de Literatura Svetlana Alexievich: las voces de la gente expresan la realidad por dolorosa que esta sea de una manera directa y contundente. Hoy más que nunca necesitamos decir las cosas por su nombre y reflexionar sobre el verdadero sentido de las palabras, hay muchas que confunden y distraen en lugar de llevarnos a la verdad.