Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo emérito de san Cristóbal
Concluyó en Roma la primera sesión del Sínodo de los Obispos, con el arduo trabajo de elaborar una síntesis de los aportes recibidos hasta el momento y preparar el proceso hacia la segunda sesión, que será en octubre de 2024. Todos nos preguntamos qué frutos dará, y ya está dando, para la Iglesia y para la humanidad.
No faltarán quienes se sientan decepcionados, porque se imaginaban que muchas cosas cambiarían en la Iglesia; por ejemplo, que la moral sexual se hiciera más light, que se cambiaría la constitución jerárquica de la Iglesia, que las mujeres pudieran ya acceder al diaconado, al presbiterado y demás, etc. Se han escuchado voces en ese sentido y se les toma en cuenta en aquello que es concorde con la Palabra de Dios, pues la Iglesia no está por encima de ella, sino a su servicio, para la vida plena de Pueblo de Dios.
Por cierto, en cuanto al sacerdocio femenino, he conocido a mujeres, particularmente a religiosas, que son extraordinarias agentes de pastoral; sin ellas, no funciona bien una comunidad, una parroquia, una diócesis. Son entregadas hasta casi el martirio; sencillas y humildes, generosas, preparadas y se dedican a su labor con toda el alma. No andan pretendiendo ser clericalizadas, sino que viven su femineidad, que es maternidad y sorodidad, con pasión y se sienten realizadas. ¡Qué sería de nosotros sin ellas! Pero también conocí a una religiosa norteamericana que luchaba por ser parte del Consejo Presbiteral, que es una institución que aconseja al obispo pero que está integrada sólo por sacerdotes; insistía en que todos somos iguales y que no debería haber ese Consejo sólo con presbíteros. Le decíamos que ella podía participar en el Consejo Diocesano de Pastoral, integrado por los diferentes miembros del Pueblo de Dios y no sólo por sacerdotes. Cuando su Decanato la elegía, participaba con pasión. Hay que escuchar a todos.
De esta sesión sinodal en Roma, no se deben esperar definiciones; es parte de un proceso de consulta, que el Papa quiere que se extienda hasta octubre de 2024. Nos entregarán un documento síntesis, con el que seguiremos trabajando todo el año próximo. La palabra oficial la dará el Papa cuando concluyan la sesión del verano próximo. Mientras tanto, el Sínodo ya está dando sus frutos, pues estos no dependen de un documento final, sino de la actitud que, poco a poco, va permeando las instituciones eclesiales en todo el mundo. Estamos aprendiendo a vivir la sinodalidad, que implica a los pastores en una escucha más atenta y de corazón al Pueblo de Dios, y a todos los bautizados, para que asuman que son parte viva y operativa de la Iglesia.
Discernir
Para quienes esperaban cambios radicales, les recuerdo que ni los obispos ni el Papa podemos cambiar el Evangelio de Jesús, sino tratar de ser cada día más fieles al mismo, siempre teniendo en cuenta los avances que se van logrando en la interpretación de la Sagrada Escritura y de los signos de los tiempos, que van cambiando. Nuestro servicio pastoral debe ser fiel a Dios y fiel a las necesidades del mundo actual.
Y lo más importante no son documentos o cambios al gusto de algunos, sino, como dice el Documento Preparatorio: “Recordamos que la finalidad del Sínodo, y por lo tanto de esta consulta, no es producir documentos, sino hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos” (32).
Ya lo indicaba el Papa en su homilía de apertura de esta sesión: “No nos sirve tener una mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas ―por ejemplo, si el Sínodo permitirá esto o lo otro; si abrirá esta puerta o la otra―; no, esto no sirve. No estamos aquí para celebrar una reunión parlamentaria o un plan de reformas. El Sínodo no es un parlamento. El protagonista es el Espíritu Santo. No, no estamos aquí como en un parlamento, sino para caminar juntos, con la mirada de Jesús, que bendice al Padre y acoge a todos los que están afligidos y agobiados. Partamos, pues, de la mirada de Jesús, que es una mirada que bendice y acoge.
Frente a las dificultades y los retos que nos esperan, la mirada de Jesús que bendice y que acoge nos libra de caer en algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida ―una aduana―, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma. En el libro del Apocalipsis, el Señor dice: ‘Yo estoy a la puerta y llamo, para que abran la puerta’; sin embargo, hermanos y hermanas, Él tantas veces llama a la puerta, pero desde dentro de la Iglesia, para que lo dejemos salir junto con la Iglesia a proclamar su Evangelio. Caminemos juntos: humildes, vigorosos y alegres”.
Actuar
Preguntémonos cada quien: ¿Yo tengo una actitud sinodal? Si soy clérigo, ¿tomo en cuenta la palabra y las necesidades de mi Pueblo, o soy autoritario y acaparo todo en mi comunidad? Si no soy clérigo, ¿participo activamente en mi comunidad, en mi parroquia, en mi diócesis? ¿Comparto mi palabra con mi párroco, con mi obispo, sobre las necesidades de la gente, para que se les atienda pastoralmente? Oremos al Espíritu Santo.