Carlo Mejía Corona/ Misionero y predicador católico
Indiscutiblemente no podemos retroceder en el tiempo y volver a el seno materno que nos acogió por nueve meses; es imposible que, como por arte de magia, seamos de un de repente fecundados en las entrañas de una mujer para que posteriormente nos venga a traer a este mundo; no existe la cuenta regresiva; no podemos cambiar ni la fecha ni la hora de cómo venimos a este orbe. Los que estamos en esta sociedad milagrosamente existimos para dejarnos conducir o guiar por parte del alfarero celestial. Si se hace temática en este asunto sencillamente es porque no cabe ni la más mínima duda de que llevamos muy profundamente incrustado en nuestra carne el pecado.
Nos encontramos en un sistema que se rige por las normas o criterios que son totalmente ajenos a las cosas de arriba; las cosas de Dios. Cuando un ser humano se encuentra dentro del seno materno no puede ejercer el pecado. Es hasta que la persona va discerniendo entre las cosas buenas de las cosas malas. Y esto ocurre cuando hay uso de razón en el sujeto. Es a medida que nos vamos desenvolviendo y nos vamos desarrollando en el ámbito personal cuando la maleza se va inmiscuyendo al unísono con las cosas del mundo y las cosas de lo alto. El trigo y la cizaña van creciendo juntos. La gracia y el pecado, pero al final la cizaña será arrancada.
Es por ello que es viable poder tropezar de una y mil maneras en los peregrinajes de la vida.
Es como cuando un niño está aprendiendo a caminar y cae al suelo una y otra vez. Tiene que aprender a usar sus piernas con base en las caídas que tenga, todo con el fin de saberse poner en pie y procurar ser muy acertado en sus pasos, porque al final de cuentas y ante Dios, somos unos inexpertos en los senderos de la sabiduría que proviene de las alturas.
Caminar a un lado de nuestro maestro, Jesús, es la elección más confiable con la que podamos contar, a pesar de las tribulaciones.
*Hay que levantarnos. Hay que volver a nacer. (Juan 3- 1 al 6) Jesús y Nicodemo: Hay que nacer de nuevo.
Cuando Jesús comentaba todo esto se refería a que tendríamos que nacer en el Bautismo y en el espíritu.
Cuando fuimos bautizados de bebés nacimos de nuevo.
Entre una gran diversidad de temas en medio de los capítulos de la vida, que nos va forjando como un cincel, nacemos de una y mil formas, si es que pretendemos ser dóciles y humildes a la voz de Dios y a su llamado de conversión.
El mismo Dios como todo un artesano nos hace la invitación para vivir en pureza; vivir de acuerdo a los diez mandamientos según las enseñanzas Bíblicas.
Para atender el llamado de Él habremos de ser sencillos y humildes, libres de prejuicios, como los niños; sin vivir para las apariencias o el que dirán.
Habrá de ser todo un reto despojarnos de los comentarios de la gente y construir una sociedad de acuerdo al plan del Todopoderoso en esta civilización.
Por eso, en esta nueva generación tendremos que nacer de nuevo aunque eso conlleve a experimentar el sufrimiento. La aflicción y las pruebas nos hacen nacer de nuevo. Siendo que es un gran desafío procurar vivir en gracia en un mundo tan perverso y con tanta lascivia, es necesario interrumpir nuestro caminar por el sendero de las ambiciones y los distractores, y así, ahondar en qué condición se encuentra nuestra relación con Dios y cómo es que anda nuestro estado de gracia.
Habremos de tomar en cuenta que el único que está fuera de pecado y es más puro que un mismo infante es Cristo y su Madre, la Virgen María. Y, aunque no somos puros por naturaleza ni de nacimiento, y a medida que vamos creciendo en años, en estatura, y madurez espiritual, es un hecho que siempre estaremos expuestos a los flagelos del pecado, ya que es el aguijón de la muerte, el mismo arquitecto de toda índole de vida siempre estará muy presto en auxiliarnos en los momentos en los que creamos no poder volver a poner un pie en marcha.
Venimos desde el seno materno celestial, es decir, pertenecemos a la familia de Cristo, específicamente los bautizados. Nuestro Padre Dios, en su Espíritu, no tiene género. No es femenino o masculino. El amor de Dios es simultáneamente como el de una Madre o el de un Padre. Tan firme como el de un Padre y tan tierno como el de una Madre.
Sin embargo, se hizo hombre enviándonos a su hijo único, Jesucristo que es Dios; tomó forma masculina. Por eso se dice que la Santísima Trinidad son tres personas en un solo Dios: Dios Padre; Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
A este mundo venimos para incorporarnos a un combate que es constante y a construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Para ello habremos de procurar como modelo perfecto a seguir: Cristo y a los Santos. ¿Será una asignatura sencilla? Desde luego que no lo será.
Nos debatimos entre la carne y el espíritu de manera constante. Somos muy rápidos en involucrarnos a las cosas frívolas, efímeras o superficiales, y muy lentos en adentrarnos en un cambio profundo que nos empuje a corregir nuestro proceder hacia nuestro prójimo y por consiguiente con Dios. Dejamos para mañana o dejamos pasar los días hacia un camino sin ningún rumbo en cuestiones del compromiso con lo que nos une a Dios.
Tenemos en esta existencia dos caminos por los que tengamos que ingresar: el camino ancho o el camino angosto.
Ciertamente el camino ancho es la opción más cómoda que la mayoría de las personas optan por atravesar o recorrer, ya que es una vía en donde todo es lícito y no se requiere de ninguna renuncia o sacrificio. Es donde se viven todo tipo de pasiones desordenadas; donde el libertinaje se camufla de libertad y a lo bueno se le llama malo y a lo malo bueno.
El camino angosto, en cambio, es todo aquello que nos acerca a Dios y nos invita a renunciar de las cosas terrenales. Ciertamente, son pocos los que se atreven a atravesar por este camino ya que es para valientes. Sin embargo, al final, existirá la recompensa. Ya que en este constante esmero se busca únicamente agradar a Dios.
Existe un refrán: La verdad no peca, pero incomoda. Y hay que afregar, La verdad nos hará libres – Jesucristo-.
En resumen, aprendamos a ser firmes en estos tiempos con tanta presión del mundo, para cuidar de la pureza de nuestros niños.