Julio Fernández / Instituto Diocesano de Teología
Hoy 29 de junio la Iglesia celebra la solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstoles que, desde caminos distintos, fueron llamados por el Señor para cimentar la unidad y la misión de su Iglesia. Son dos testigos que encarnan las tensiones de la vida eclesial: roca y espada, cátedra y carisma, primado y profecía.
Pedro representa la continuidad apostólica, la comunión visible, el principio de unidad en la fe. No se trata de un poder mundano, sino que ha recibido las llaves del Reino para confirmar a sus hermanos.
Pablo, por otro lado, no conoció a Jesús durante su vida terrena, pero fue derribado por la gracia en el camino a Damasco. De perseguidor a apóstol, su vida es un signo de que Dios elige vasos de barro para portar tesoros celestiales. Su pasión es el Evangelio, su urgencia es la misión, su fuerza es la cruz.
Mientras Pedro sostiene la unidad desde Jerusalén y Roma, Pablo rompe fronteras, cruzando lenguas, culturas y océanos para anunciar que “ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer… sino que todos somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28).
Pedro y Pablo no representan confrontación ni contradicción, sino una verdadera diversidad en la unidad de la Iglesia. El primero garantiza la firmeza del rebaño, el segundo la audacia del Espíritu que sopla donde quiere. En esta tensión entre Pedro y Pablo se muestra la catolicidad de la Iglesia: fiel al depósito recibido y abierta a los signos de los tiempos; firme en la verdad y libre en el anuncio.
Y, sin embargo, ambos coinciden en Roma, ambos entregan su sangre por la misma causa, ambos sellan con el martirio el pacto de amor con su Señor. Y es que, la Iglesia no se edifica sobre ideas o sentimientos bonitos, sino sobre una confesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16). Esta confesión, pronunciada por labios temblorosos pero sostenida por la gracia, sigue siendo hoy el fundamento de la comunidad cristiana.
Celebrar a Pedro y Pablo es volver al origen, a la piedra y a la espada, a la confesión de fe y al ardor misionero. Es preguntarnos, como Iglesia: ¿guardamos la unidad con el sucesor de Pedro, hoy el Papa León XIV? ¿Nos dejamos interpelar por la Palabra que ardía en el corazón de Pablo?
En estos tiempos de confusión y divisiones, es necesario mirar a Pedro y Pablo como guías y compañeros. Que el Señor nos conceda caminar con ellos, firmes en la roca, ardientes en el anuncio, fieles hasta el fin.
Una felicitación muy especial a nuestro querido Obispo, Mons. José Guadalupe Torres Campos, sucesor de los apóstoles, con motivo de su 41 aniversario de ordenación sacerdotal. «Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad» (San Ignacio de Antioquía).