Pbro. Salvador Barba/ Arquidiócesis de México
En el mes de septiembre han ocurrido grandes sismos que han afectado y asustado a nuestro México querido; somos una nación de mucho orgullo y de mucha fe; incluso, los no creyentes en Dios, se acuerdan de Él “cuando aprieta el zapato”. Entonces surge la pregunta inevitable: ¿cuáles son las posibilidades de que tres sismos de más de 7 grados se registren en un país en la misma fecha: 19 de septiembre? ¿Será casualidad o estamos hablando de un castigo de Dios?
Y es que, cuando el hombre con su ciencia no logra predecir los sismos, menos las fechas, busca otra serie de explicaciones.
La realidad es que ni los científicos ni la Iglesia tienen la respuesta, sólo sabemos que los sismos han pasado, pasan y seguirán pasando; pero quienes creemos en Dios entendemos que Él sí sabe, y que nuestro limitado entendimiento aún no logra saber con precisión cuándo y dónde ocurrirán. Lo que sí tenemos claro es que seguirá temblando en México y en muchas otras partes del mundo.
¿Dios es el culpable?
Lo que es muy triste es que se ponga el acento en el daño que ocasionan estos movimientos telúricos, y no en el hecho de que estas tragedias se deben más bien al descuido en la elección del lugar en el que se construye o en la falta de un adecuado mantenimiento.
En México vemos por todas partes estructuras gigantescas, con materiales insuficientes y una mala construcción en lugares en los que sabemos que no se debe construir.
Según he estudiado y escuchado, la Ciudad de México se encuentra sobre lo que fue un lago y, además, seguimos extrayendo agua del subsuelo. ¿A caso esto no causará mayores desastres, pérdidas de vidas y daños económicos?, ¿lo podemos evitar?
En efecto, no podemos predecir los sismos, pero sí evitar sus amargas consecuencias.
Dios creó la tierra y todo lo que hay en ella; la encomendó al hombre para que se aprovechara de todo lo que existe; pero la hemos explotado y contaminado. Nosotros somos los causantes de este deterioro y de las desgracias que se provocan, cuando jugamos a ser Dios, construyendo una torre de Babel.
Muchos de los daños provocados por los sismos son culpa de los hombres y nuestras malas construcciones, no un castigo de Dios.
No, no es un castigo de Dios, no es castigo para los mexicanos. Dios nos ha permitido avanzar mucho en el campo científico, pero se nos ha subido. Cuando complicamos nuestras obras y no podemos controlarlas o se destruyen por no reconocer nuestros límites, le echamos la culpa a Dios “¡Me está castigando!”
Si sabemos que nuestra nación tiene muchas “zonas sísmicas”, deberíamos construir en lugares y zonas estables; si sabemos de lugares impropios para construir y lo hacemos, y mal, seguirán las desgracias provocadas por los temblores.
Dios viene a salvar a los hombres y no a estar “juzgando y condenando”, enviando los sismos. Si “son más en septiembre” debe haber una explicación científica, bien estudiada. Si no la hay, entonces debemos trabajar en prevenir, evitar y mitigar los daños.
Dios nos ha puesto como custodios de lo que hay en la tierra, pero como el mal administrador, hemos abusado y nos hemos aprovechado destruyendo.
Este es un llamado a cuidar de nuestros bienes naturales y de las leyes de la naturaleza, pues descuidos y omisiones agravan y agrandan las consecuencias naturales de los sismos.