Pbro. Lic. Leonel Larios/ Rector de la Catedral de Parral
En medio del debate del análisis, uso y distribución de los libros de texto gratuitos, iniciamos el mes de septiembre, que tiene algo de especial para los católicos. Es el mes de profundizar de manera especial en la Biblia. Al final del mes, el último de septiembre, se celebra la memoria de San Jerónimo. Este santo, además de sus virtudes humanas y cristianas, fue un gran conocedor de las lenguas antiguas como hebrero, arameo y griego, en los que fueron escritas las Sagradas Escrituras.
A Jerónimo, le debemos la gran traducción al latín de la Biblia llamada “Vulgata”, es decir, para el pueblo, el vulgo, que no conocía las lenguas originales del texto sagrado. Este gran santo, pasó muchos años de su vida traduciendo textos antiguos, se fue a vivir a Jerusalén, para poder estar en contacto con las fuentes culturales y arqueológicas de los episodios ahí tratados.
Demos un salto a través de los siglos. Descubrimos que, para los creyentes del siglo XXI, la Biblia sigue siendo un libro de letras vivas. Aunque las traducciones a nuestros idiomas pueden traicionar el sentido original del texto, se busca por eso traducciones oficiales. Antes se traducían de esa primera versión Vulgata del latín al idioma modernos, en la actualidad con estudios más profundos en filología, se han logrado hermosas traducciones tomando como fuente los códices más antiguos en lenguas antiguas.
Más allá de las cuestiones gramaticales, la riqueza de la Biblia es la revelación de Dios por escrito. Es un libro donde Dios habla al lector de una manera excepcional. Hace unas semanas en Suecia, un cristiano fundamentalista quemó un Corán delante de una mezquita en Estocolmo, y los Emiratos Árabes corrieron al embajador de Suecia en aquel país. El Corán para ellos, es sagrado, y claro que debemos respetarlos.
Para los cristianos, la Biblia es ese conjunto de libros inspirados que contienen la Palabra de Dios. En sus palabras nos dice quién es Él, cómo es Él además de presentarnos su proyecto de humanidad. EL mismo texto nos dice que sus palabras son Espíritu y Vida. Lo que nos lleva a tomar muy en serio su contenido.
Les puedo compartir que, en mi experiencia personal, desde adolescente tuve un contacto muy especial con la Palabra de Dios. Después de mi confirmación me integré a la Asamblea de Adolescentes y ahí, para impartir un tema o preparar alguna actividad en el oratorio, hurgaba entre sus libros buscando consejo y claridad en mi vida. Es triste constatar que en muchos hogares la Biblia es un adorno más, un libro empolvado que casi parece estar tres metros bajo tierra, es decir, como palabra muerta que no dice nada a la familia.
Otras en cambio, que se interesan por estudiarla y profundizar en Ella, saben la riqueza que es tener a Dios entre las manos.
En varias ocasiones, sobre todo en las bodas a las que acuden muchos fieles de ocasión, me han pedido que bendiga la Biblia. A lo que inmediatamente reacciono diciendo: “No se le puede echar agua bendita al Santísimo”, es decir, a diferencia de un rosario o una imagen, la Palabra de Dios, es Dios mismo. Es la Palabra viva que nos llena de bendiciones si la leemos y la ponemos en práctica. “Dichosos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica, serán como aquel hombre que construye sobre roca” (Mt7, 24). En resumen, la Biblia no es letra muerta sino un libro vivo.