Dominicc Grassi y Joe Paprocki
El vicario, que se había ordenado hacía poco, dio su primera homilía en la misa del sábado por la tarde. Recurrió a todas las técnicas y herramienta adquiridas en el Seminario, sin omitir ninguna. Lamentablemente, el resultado fue una homilía de treinta y cinco minutos que pocos lograron comprender. Cuando el vicario me vio esperándolo en la escalinata de la Iglesia mirando el reloj, la sonrisa se esfumo de su rostro. Con un susurro me preguntó qué pudo haber pasado. Sólo le dije no hacía falta decirlo todo en la primera homilía, pues habrá más homilías durante los próximos cincuenta años de su vida. (DJG).
Su objetivo
Es por medio de la homilía -es decir, la reflexión que hace el sacerdote o diacono después de la lectura del Evangelio- que reinterpretamos nuestra vida a la luz de las lecturas de las Escrituras: Nuestra vida cristiana recibe su sustento de la homilía que establece una relación entre algún aspecto de la lectura de las Escrituras con las necesidades cotidianas del pueblo de Dios.
En realidad una homilía no debe valorarse según su capacidad de entretener a la gente; una homilía exitosa se mide según el impacto que produce en las personas cuando se retiran de la iglesia y regresan a sus hogares o escuelas, barrios o lugares de trabajo. Debido a que una vez finalizada la misa, el pueblo de Dios tiene la gran responsabilidad de llevar a cabo la misión que encomendó Jesucristo, tiene derecho a escuchar una excelente homilía que lo ayude en esa tarea.
Gran expectativa …y transformación
La homilía es uno de los pocos momentos de la misa en que las palabras y gestos no están determinados de antemano. Es un momento de gran expectativa debido a la ansiedad del público y las limitaciones humanas del homilista: ¿Qué podrá decir un simple mortal acerca de la inmortal Palabra de Dios?
Cuando reflexionamos en ello, nos preguntamos ¿habrá algo más difícil para el homilista que hablar a continuación de la Palabra de Dios –esas lecturas de las Sagradas Escrituras de tanta riqueza –utilizando sus propias palabras? La Palabra de Dios abarca siglos; sus historias se transmitieron de generación en generación, al igual que los cánticos, las visiones, las profecías, las palabras y los hechos de Jesús el Mesías y las epístolas de los apóstoles: Después de la proclamación de estas historias, la congregación toma asiento y espera que el homilista haga una reflexión sobre lo que se acaba de leer en las Escrituras.
El Pueblo de Dios con su invisible bagaje de experiencias, emociones, deseos, esperanzas y sueños particulares, espera sentado en silencio: La pregunta es: ¿Qué es lo que podemos y debemos esperar de una homilía? la respuesta se puede resumir en una sola palabra: transformación.
¿Cómo puede diez, ocho o incluso siete minutos transformar nuestra vida? Si consideramos como ha evolucionado la función de la homilía en la misa a lo largo de la historia de la Iglesia, entenderemos mejor su función en la actualidad.
Historia
La homilía ha tenido una historia muy interesante a lo largo de los siglos, desde la primera vez que Jesús partió el pan con sus discípulos en la víspera de su muerte. Muchos padres de la primera Iglesia escribieron sermones para las celebraciones litúrgicas específicas que resultaron ser tratados brillantes sobre distintos aspectos de la fe católica: Muchos de estos sermones, conservados en manuscritos, son tan largos como un libro y representan algunas de las ideas filosóficas, teológicas y pastorales más avanzadas de la época. En otros momentos las homilías fueron breves, o de plano no estaban presentes en la misa: El hecho es que, antes de la invención de los amplificadores, había un clero de formación muy dispar que hablaba a congregaciones poco ilustradas en iglesias góticas, lo cual llevo a que esta parte de la liturgia resultara fácil de minimizar.
A lo largo de los siglos, no obstante, la Iglesia ha tenido la gracia de contar con muchos predicadores magistrales cuyas palabras fueron muy necesarias en momentos especiales de la historia.
Una sencilla homilía era capaz de lanzar una cruzada, derrocar a un rey o juntar fondos suficientes para mantener a flote los Estados Pontificios. Una homilía era capaz de hacer que miles de personas se arrepintieran, abandonaran las armas, dejaran de causar disturbios y lo más importante, transformaran sus corazones. Una homilía dicha en el tiempo y el lugar justos, y de boca del orador apropiado, puede ser muy eficaz más allá de sus palabras.
En el siglo XVI, la Reforma, con su énfasis en las Sagradas Escrituras, dio lugar al seguimiento de predicadores protestantes que hicieron hincapié en predicar la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la Iglesia Católica, recelosa de que se le pusiera tanto énfasis en la Palabra de Dios, se propuso resaltar mucho más la vida sacramental… No obstante a causa de las reformas del Concilio Vaticano II y el llamado de los Obispos a la “participación plena, consciente y activa” en la misa, la homilía recobró importancia. En la actualidad para muchos católicos es muy difícil imaginar una misa sin homilía.
¿Qué es la homilía?
La Iglesia usa la palabra homilía para referirse a la parte de la misa a la que alguna vez (y a veces también hoy) se le llamó “sermón” ¿Cuál es la diferencia? Si bien son parecidos, el sermón suele consistir en una serie de lecciones doctrinales o exhortaciones morales sobre distintos temas o asuntos; una homilía es una interpretación de la vida a la luz de la lectura de las Escrituras durante la liturgia. Un sermón se predica para una congregación y suele proporcionar respuestas; una homilía, en cierto modo, alienta a que hagamos las preguntas apropiadas. Mientras que un sermón nos da respuestas para la vida, la homilía nos da una tarea, es decir, la tarea de aplicar la Palabra de Dios a nuestras situaciones, particulares. Una buena homilía no predica acerca de Jesús, sino que predica a Jesús. Un homilista no habla acerca de Dios, sino que lleva al pueblo de Dios a un encuentro con el Dios vivo y presente en la liturgia.
Sugerencias
La homilía, con base en la liturgia y las Escrituras que se proclamaron, nos ayuda a llevar con nosotros la Palabra de Dios, cuando nos vamos de la iglesia. Para lograr precisamente una buena homilía, en su obra We Speaak the Word of the Lord (Hablamos la Palabra del Señor), el escritor Daniel E. Harris sugiere:
* Proclamar las Sagradas Escrituras;
* Dar testimonio de fe;
* Tener imaginación;
* Tener esperanza;
* Estar en contacto con la vida de otras personas;
* Ser agradables;
* Tener una idea central;
* Ser claros y sencillos.
Si está bien realizada, la homilía penetra nuestra vida. Nuestras historias son un canal para el gran cuadro de la historia de la Salvación y que se ha revelado a nosotros en parte en la homilía. La homilía y sus efectos no ocurren en un vacío. El homilista no es un profesor que da una charla sobre un tema predeterminado y sin tener en cuenta los acontecimientos de la actualidad, las experiencias de los congregados o el tiempo del año (Año litúrgico). Por el contrario, una homilía habla directamente de las experiencias humanas en relación a la Palabra de Dios. Sólo así podrá un homilista aspirar a que la audiencia se inspire y logre una transformación.
Mi tío Joe, al igual que mi padre, era farmacéutico y yo trabaje con él como técnico. Una vez mi tío tuvo un problema con uno de sus clientes, quien lo acusaba de todo tipo de práctica deshonesta. Esperé el momento en que mi tío estallara y respondiera de manera rápida y contundente y pusiera en su lugar a este cliente. Pero cuando la diatriba llegó a su fin, mi tío respiró hondo y con calma respondió “Lamento que se sienta así”. Estoy seguro de que mi tío le hubiese dicho muchas cosas más, pero demostró un sorprendente control de sí mismo y le dio un rápido cierre a lo que hubiese derivado en algo peor. Mi tío Joe me enseñó a ver situaciones de en la vida de un modo distinto, y cada vez que me encuentro en una situación parecida, trato de ver las cosas como lo hacia él. Ese día en particular, el tío era una homilía viviente que invitaba con sus acciones a ver las cosas con otro matiz, un matiz que ve lo que Jesús ve. (JSP)
Lo que debe hacer una homilía
Los Evangelios nos invitan a ver la vida de modo diferente. Ese es el propósito de una buena homilía. Las homilías no son simplemente un conjunto de datos, si no que tienen el fin de producir una buena transformación. Una buena homilía hace posible que obremos según lo que creemos.
Las Escrituras cuentan que Jesús enseñaba con autoridad (Lucas 4:32). Jesús hacia posible que las personas obraran según la ley de Dios: Una buena homilía hace lo mismo.
Cuando escuchamos una homilía no pretendemos que sea divertida si no que nos transforme. Por más deficiente que sea una homilía, aún tenemos la manera de reflexionar en qué manera el Evangelio nos hace un llamado al cambio, hoy y en los próximos días.
En muchos aspectos, una buena homilía es lo opuesto a esas bromas del tipo “Tengo una buena noticia y una mala noticia” que primero dan la buena noticia, para después dar la mala. Una buena homilía da primero la “mala noticia” -es decir, aquello que parece poner obstáculos a nuestro intento de alcanzar la realización- y después presenta las buenas nuevas de Jesucristo, en una forma en que las podamos adoptar y llevarlas con nosotros.
A su vez, nosotros mismos somos homilías vivientes cuando nos vamos de la iglesia: mensajes de buenas nuevas que superan las malas noticias.
Homilías vivientes
La historia de la iglesia está llena de homilías vivientes: Tomás de Kempis, San Francisco de Asís, la beata Teresa de Calcuta y muchos otros que caminaron por las calles con una sonrisa, compartiendo sus limosnas, abrazando a quienes estaban solos y sirviendo a otros, e hicieron posible que las personas tuvieran otra visión de la realidad.
Del mismo modo, cuando nos retiramos de la misa y salimos al mundo, se nos hace un llamado a que seamos homilías vivientes y hacer el trabajo de evangelización invitando a otros a ver las buenas nuevas de Jesucristo como una alternativa posible a su manera de vivir. No es necesario que seamos grandes oradores, para ser homilías vivientes. Ni tampoco es necesario que nos paremos en las esquinas o que juntemos multitudes alrededor de un dispensador de agua “para predicar” las buenas noticias de Jesucristo. Si nuestra vida brinda una mejor alternativa a la desesperación, el odio, la opresión, la injusticia, la intolerancia, el prejuicio, la codicia, la deshonestidad, la violencia y otros males, en verdad nos estamos ofreciendo a nosotros mismos como homilías vivientes.
Palabras de esperanza
La medida real de una homilía eficiente no consiste en que nos haga sentir bien, sino que nos haga obrar una vez que nos retiramos de la iglesia y regresamos a nuestros hogares y escuelas, barrios o lugares de trabajo. Al igual que los discípulos en el camino de Emaús que se preguntaban ¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino? (Lucas 24:32). las palabras de una homilía influyen de manera tal que podemos tomar una nueva dirección; son palabras que ofrecen esperanza y una nueva vida como alternativa a la desesperación y la muerte.
Con tanta diversidad en edad, formación y tantos otros aspectos dentro de una misma comunidad, la única manera de que una homilía llegue a todos, es que trate de las verdades universales de las Escrituras, así como de la historia y Tradición de la Iglesia. Estas verdades se proclaman después de la homilía con firmeza y sin temor, al recitar el Credo de Nicea, que significa proclamar la manera cristiana de ver la realidad; una manera que es posible gracias a la Palabra viva de Dios proclamada en la lectura de las Escrituras y en la homilía.
Los otros seis días de la semana
Con respecto a la vida cotidiana, la homilía de la misa nos limita y nos desafía a:
* Transformarnos y mirar el mundo con otro matiz;
* Llevar nuestra fe dondequiera que vayamos cuando nos retiramos de la iglesia
* Ser homilías vivientes mostrando en la práctica lo que creemos;
* Reflexionar en la presencia de Dios y lo que ello implica para nuestra vida;
* Integrar nuestras creencias con nuestras acciones, en vez de que ambas vayan de manera aislada e independiente;
* Animarnos a ser mejores creyentes;
* Invitar a los demás a considerar las buenas nuevas de Jesús como una alternativa a su modo actual.