Dominicc Grassi y Joe Paprocki
Cuando tengo un día libre en el verano me gusta ir a la reserva forestal, alquilar un bote y remar hasta el centro del lago. Ahí echo el ancla, me recuesto y descanso. Sin embargo, suelo subirme al bote de la manera equivocada. Como estoy acostumbrado a entrar al auto mirando hacia la parte delantera, suelo subir al bote del mismo modo (es decir, mirando la parte más angosta del bote). Entonces el empleado de la casa de alquileres me recuerda que tengo que girarme. Vivo olvidándome de que cuando se rema hay que ir de frente a la parte trasera del bote, no a la parte delantera. Fundamentalmente remamos hacia atrás. Los ojos están en el “pasado”, en el origen. A menudo solemos mirar por encima del hombro para mirar el “futuro”, a donde nos dirigimos.
Ir hacia adelante
Esto nos deja una enseñanza. En la vida espiritual, nos movemos hacia delante, pero con los ojos en el pasado y con solo alguna mirada ocasional en el futuro. Conocemos el pasado, pero no el futuro. Al mirar para atrás, reconocemos con más facilidad la presencia de Dios y su accionar en los acontecimientos que ya hemos vivido. Como sabemos que Dios tocó nuestra vida en el pasado, tenemos más confianza en el presente y más esperanza en el futuro. (JSP)
Nos vamos de la misa con confianza en el presente y esperanza en el futuro porque tenemos pruebas de la acción salvadora de Dios en el pesado. ¿Cómo lo logramos? Gracias a la lectura de las Escrituras de la Liturgia de la Palabra recordamos las grandes obras de Dios y se nos alienta a exclamar “¡Demos gracias a Dios!” y “Te alabamos, Señor Jesucristo”.
La lectura de las Escrituras es un ejemplo de que es más fácil reconocer a Dios con un espejo retrovisor (¡y que está más cerca de lo que parece!). Las Escrituras nos recuerdan de manera efectiva que Dios tomó la iniciativa y que logró muchas obras maravillosas en la historia de la salvación. La liturgia de la Palabra nos enseña que no podemos ser espiritualmente proactivos. Ser proactivo significa ser aquel que inicia algo. Las Escrituras nos demuestran que Dios ya obró en el pasado y tomó la iniciativa de reconciliarnos con él. Ahora nos toca a nosotros obrar en consecuencia.
Vivir la misa significa recordar a diario lo que Dios hizo por nosotros, recordar sus grandes obras y contarles a otros acerca de ello. Vivir la misa significa mirar hacia atrás en nuestra vida y reconocer las huellas de Dios en nuestro ir y venir, e invitar a otros a que aprendan a verlas también.
Contexto para ubicarnos
Las historias bíblicas que se proclaman durante la Liturgia de la Palabra proporcionan un contexto asombroso donde ubicar nuestra vida. A medida que escuchamos historias sobre la manera extraordinaria en que Dios obró en la vida de su pueblo, reconocemos que también ha obrado de manera extraordinaria en nuestra vida. Las lecturas no son meras recitaciones de sucesos ocurridos hace mucho, sino proclamaciones de una Palabra viva. Como respuesta, celebramos la Eucaristía, del griego eucharistia, es decir, “dar gracias”, porque hay algo en el pasado y en el presente por lo que tenemos que dar gracias.
Decimos “Demos gracias a Dios” después de las dos primeras lecturas y “Te alabamos, Señor Jesucristo” después del Evangelio porque reconocemos la presencia de Dios-con-nosotros por medio de las historias bíblicas. Proclamamos “¡Aleluya!” (salvo en el Tiempo de Cuaresma) antes de escuchar el Evangelio porque sabemos que lo que estamos por escuchar son buenas noticias. Hacemos una cruz con el pulgar en la frente, labios y pecho al orar en silencio: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios” como señal del deseo de llevarnos estas buenas nuevas y compartirlas con los demás.
Al haber escuchado las historias bíblicas de cómo Dios salva, no dudamos en proclamar a Jesús (cuyo nombre significa “Dios salva”) al mundo. A quienes nos preguntan por qué debemos confiar en el Señor les respondemos con pruebas del pasado: historias bíblicas que ilustran “nuestro” pasado remoto e historias de nuestra vida presente que ilustran cómo Dios sigue obrando en nuestra vida.
Ciclo de lecturas/ Diferentes vistas
Las historias bíblicas que se proclamaron durante la Liturgia de la Palabra están dispuestas en un libro llamado Leccionario, que nos permite escuchar las obras salvíficas de Dios varias veces a lo largo de nuestra vida. Como quien rema un bote, nos alejamos de la costa, pero tratamos de no perder de vista el lugar donde estuvimos para poder regresar sanos y salvos. El viaje en la fe se aborda en un calendario litúrgico anual, así como un ciclo de tres años de lecturas bíblicas para los domingos.
¿Qué hacen los turistas que visitan el Gran Cañón? Mi esposa, mis hijos y yo hicimos lo que hace todo el mundo: extasiarnos no bien vimos esta maravilla por primera vez. Parados en el primer mirador admiramos su majestuosidad y nos dimos cuenta de que apenas podíamos retener toda esa vista de una sola vez. Más adelante en el camino llegamos a otro mirador, donde nos detuvimos a tomar fotografías y volvimos a extasiarnos. Mirábamos la misma realidad que habíamos visto en el primer mirador, pero desde una perspectiva diferente. Desde esta nueva perspectiva se hicieron más evidentes otras características del cañón.
Lo mismo hacemos durante el año litúrgico. Cada tiempo o fiesta es otro “mirador” en el que nos detenemos a reflexionar en el misterio pascual de Jesús desde una perspectiva exclusiva. (JSP)
El misterio pascual de Cristo –es decir, su vida, sufrimiento, muerte y resurrección- es tan grande y asombroso que “apenas podemos comprenderlo”. Y lo vemos varias veces durante el calendario litúrgico y ciclo de lecturas. “Contemplamos” el misterio pascual desde varias perspectivas, a veces deteniéndonos para mirar mejor algunos panoramas en especial (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua) y otras veces andando por el camino con las miradas puestas en la realidad entera (Tiempo Ordinario).
Recorrido en las Lecturas
- El año litúrgico –que es una secuencia simbólica del viaje en la fe- comienza en Adviento (los cuatro domingos anteriores a Navidad). Las lecturas de las Escrituras durante Adviento brindan una oportunidad de concentrarnos en la esperanza. Conectamos nuestros deseos con los del pueblo de Israel en cuanto a la venida del Mesías. Escuchamos las palabras de los profetas y de Juan el Bautista anunciando la venida del Mesías, y sabemos que nuestra esperanza no es en vano: el pasado nos enseña a tener siempre esperanza en el futuro. Las Escrituras de Adviento nos enseñan que seguir a Jesús supone llevar una vida de expectación gozosa y llena de esperanza durante todo el año.
* La lectura de las Escrituras de Navidad nos invita a reflexionar en la presencia de Jesús por medio de la Encarnación, es decir, que Dios se haya hecho humano. Escuchamos las historias del nacimiento de Jesús y su Epifanía. Nuestro Emanuel (que significa “Dios-con-nosotros”) está de nuestro lado. No vemos a los demás como extraños, porque el rostro de Dios se revela en la condición humana. Por medio de la encarnación Dios nos permitió ver el rostro de Jesús en los rostros de la gente común.
* El tiempo de Cuaresma (es decir, los cuarenta días de preparación para la Pascua) incluye lecturas bíblicas que nos hacen reflexionar sobre lo que significa y lo que conlleva seguir a Jesús como discípulos. Escuchamos historias sobre la manera en que Jesús venció la tentación y reflexionamos sobre las formas en que somos tentados nosotros mismos. Escuchamos historias que revelan la capacidad que Jesús tiene de salvarnos y protegernos, y también historias que ejemplifican el tipo de compromiso que debemos hacer como seguidores de Jesús. Reflexionamos más sobre el misterio de la cruz y la manera en que el sufrimiento nos redime. Nos retiramos con las prioridades en orden y el enfoque aguzado.
* Las trascendentes lecturas de las Escrituras de Semana Santa, sobre todo el Triduo Pascual, nos llevan al corazón mismo de la fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Escuchamos las aleccionadoras historias de la negación y la tradición de parte de los amigos más cercanos de Jesús, y reconocemos nuestra falta de valor y compromiso, Escuchamos historias de cómo Jesús se rindió a la voluntad del Padre y de la cruel y violenta manera en que lo trataron por su fidelidad a ese compromiso. Escuchamos historias de su sufrimiento y su muerte, y nos enfrentamos con la paradoja de la fe: que para vivir, debemos morir. Nos retiramos sabiendo que aún en los momentos más oscuros podemos volvernos a Jesús porque él también vivió la oscuridad más profunda.
* Las alegres lecturas de las Escrituras de los cincuenta días de Pascua (que comienza el domingo después de la primera luna llena de primavera) brinda la oportunidad de celebrar la nueva vida que resulta de la transformación de la muerte. Escuchamos historias de Jesús resucitado apareciendo ante sus discípulos y nos retiramos sabiendo que caminó hoy entre nosotros. Tenemos la seguridad de que si Dios es capaz de derrotar la muerte, puede derrotar cualquier cosa. Durante el Tiempo Pascual celebramos la creencia de que el Espíritu del Señor resucitado está ahí, en la comunidad de fieles, dándonos el deseo y la capacidad de compartir las buenas nuevas.
* La lectura de las Escrituras del Tiempo Ordinario (entre Navidad y Cuaresma, una vez más entre Pentecostés y Adviento) nos invita a explorar la vasta extensión de misterio pascual del Gran Cañón mientras vamos de mirador en mirador. Las lecturas de las Escrituras nos enseñan que nada es común en el Tiempo Ordinario. Consciente de la presencia de Dios y de su amor permanente, la Iglesia nos deja pasar un solo día sin considerarlo como perteneciente a Dios. Como contamos los domingos de esta manera, los llamamos Ordinarios, como la palabra ordinal, que significa “numerado”. Porque día a día y domingo a domingo encontramos las obras del Señor proclamadas en las Escrituras, recordamos con frecuencia que este y todos los demás momentos pertenecen a Dios.
Proclamar con autoridad
La Palabra de Dios está viva y debe ser proclamada con autoridad. En la primera Iglesia alguien que enseñaba con autoridad era considerado una persona que capacitaba a otros a obrar según lo que había aprendido. Jesús enseñaba con autoridad porque sus palabras hacía posible que las personas obraran de acuerdo con el llamado de Dios a la santidad. Cuando recibimos la Palabra de Dios, somos testigos de que podemos hablar con autoridad, sin necesidad de tener que forzar a otros a obrar de la manera en que creemos que deberían, sino como personas que, por medio de nuestras palabras y acciones, proponemos una manera posibles de vivir como discípulos de Jesús.
Cuando vivimos cada día con la certeza de que nuestra vida halla sentido al conectarse con la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que nuestra vida se desarrolla en el contexto de una historia grandiosa y permanente. La próxima sección de la Liturgia de la Palabra, la homilía, nos ayuda a reinterpretar nuestra vida, aparentemente ordinaria, dentro de este contexto extraordinario.
Los otros seis días de la semana
Con respecto a la vida cotidiana, la lectura de las Sagradas Escrituras de la Liturgia de la Palabra nos invita y nos desafía a…
- Vivir en confianza, sabiendo que las grandes obras pasadas de Dios continúan en el presente y así lo harán en el futuro;
- Hablar y obrar como testigos del poder salvador de Dios;
- Ubicar nuestra vida dentro del contexto del plan de salvación de Dios
- Vivir con la certeza de que todo tiempo pertenece a Dios y que todo tiempo algo especial;
- Abrirnos a la transformación que resulta de ubicar a Dios en el centro de nuestra vida;
- Reconocer que vivimos nuestra vida en respuesta a Dios, que hizo algo por nosotros;
- Vivir apreciando el pasado, aceptando el presente y conservando las esperanzas en el futuro;
- Buscar mejor las pruebas de la amorosa presencia de Dios en la vida diaria;
- Tener a mano una Biblia y leerla con regularidad.