Sergio Madero Villanueva/Abogado
Por motivos de trabajo viajo con cierta frecuencia a Celaya, a dos cuadras del hotel está una parroquia que encima del confesionario tiene un cartelón “El Rincón de la Misericordia”.
En una larga entrevista que Andrea Tornielli realizó al Papa Francisco y luego se publicó en el libro “El nombre de Dios es Misericordia”, el pontífice hace hincapié en la ventura que es para los católicos contar con el sacramento de la reconciliación; su lectura es recomendable.
Recientemente leí un tweet del director de este periódico señalando que “en 1950 el 80% de los católicos se confesaba, al menos, una vez al año. En 2022 la cifra cayó al 37%. Hoy el 35% de los católicos nunca se confiesa”; datos obtenidos de RealClearPolitics. El padre Hayen cierra su tweet pidiendo una explicación a esta tendencia.
En primer lugar, hay que decir que existe la intención de excluir a la Iglesia y la religión de la vida pública. Conocido es el dicho que de religión y política no hay que hablar porque se termina mal; mientras que nadie hace caso de lo segundo, parece que todos nos hemos convencido de que la religiosidad es algo reservado, intramuros, para vivir y comentar sólo en el templo, los grupos parroquiales y nuestras casas.
También se nos repite la frase de Marx “la religión es el opio del pueblo”, significando que un pueblo “sometido” a la religión se somete a los mandatos de los poderosos. Hoy podemos decir que la falta de religión es el fentanilo del pueblo, nada más fácil de manipular que un pueblo que no tiene principios firmes en los cuales basar sus opiniones y conductas.
¡Ah, sí! Estaba hablando de la Confesión. Hay también una propensión al individualismo, cada quien es su propia medida y puede determinar lo que es bueno y lo que no, ¿Para qué evaluarme con escalas establecidas hace más de dos mil años?
El Evangelio de Mateo (1, 21) relata que, en sueños, el ángel anunció a San José que su esposa María daría a luz un hijo que vendría al mundo “a perdonar los pecados del pueblo”. Más adelante (16, 19) señala cómo Cristo depositó en la Iglesia esa misión.
Si Cristo vino al mundo para perdonar nuestros pecados y dejó establecido en la Iglesia el medio para obtener el de los nuestros, no reconciliarnos es realmente un desperdicio.
¿Se ha preguntado por qué las grandes refresqueras gastan tanto dinero en publicidad? Saben que si no están en la mente de las personas pueden ser sustituidos por otros productos. Algo semejante dijo San Pablo en su carta a los romanos: cómo van a creer, si no hay quién les predique.
Me parece que si queremos colaborar con Cristo a cumplir su misión de perdonar los pecados se debe hablar abierta y frecuentemente del sacramento de la Reconciliación. Me parece también que no hay mejor lugar para hacerlo que desde el púlpito, sería muy bueno que todos nuestros sacerdotes cierren cada una de sus homilías (que son catequesis) destacando la importancia de la Confesión, invitando a los fieles a acudir a ella y dando a conocer los horarios en que se administra el sacramento.
Irma me dice que el diablo es muy vivo: nos quita la vergüenza para pecar y nos la regresa para no confesarnos. Pero Dios sabe que no somos perfectos y por el contrario, está deseoso de cobijarnos con su misericordia. En este sentido, encontré un texto que recoge las enseñanzas de San Francisco de Sales, “El arte de aprovechar nuestras faltas”, que aborda el ciclo pecado – misericordia de una forma muy amorosa; seguro le hará bien para preparar su próxima Confesión. Si gusta, mándeme un mensaje a mi buzón yhablandode@gmail.com y se lo envío, lo lee y lo comentamos en otra ocasión en que nos encontremos hablando de…