Carlo Mejía Corona/ Misionero y músico católico
En el ambiente actual que nos rodea, una cantidad considerable de individuos se hacen al molde de la gran mayoría de las personas usando como camuflaje a la mentira disfrazada de verdad, con tal de llevar la fiesta en paz con los demás.
Algo ocurre en nuestra sociedad moderna que se acobarda por llamar a las cosas por lo que son. Es decir, con tal de no herir y lastimar con la verdad, se están utilizando métodos sofisticados o palabras rebuscadas para mentir con elegancia o estilo, haciendo creer a una sociedad adormecida por el pecado.
Hoy solo basta ver lo que se presenta en los medios de comunicación o escuchar conversaciones de los demás en las que casi nadie es capaz de hablar con sinceridad o con una verdad sostenible que edifique, que construya y que ayude a la otra persona a ser cada día mejor.
Ante todo esto es preciso preguntarnos: ¿Qué nos sucede que al transcurrir el tiempo nos vamos matando más con la mentira?
Cristo vino al mundo a hablarnos con la verdad, es por ello que a muchos les estorbaba o incomodaba, tanto así que lo mandaron crucificar. Y los santos hablaban con la verdad, aunque a veces dijeron la verdad de manera rústica y espontánea. Pero sus conversaciones giraban en torno a la verdad y estaban centradas en Cristo, quien nos dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida –Juan 14,6-
Hoy muchos con el afán de entrar en un círculo social, por no caer mal a los demás o por sentirse aceptados, prefieren vivir en la mentira argumentando que se vive de acuerdo a las costumbres actuales, sin percatarse de que poco a poco van muriendo en el espíritu. Su alma y convicciones se van debilitando porque su existencia se basa únicamente en frivolidades o en supuestas historias de éxito de distintos personajes que han llegado a una supuesta ‘plena realización’ usando como métodos el engaño, la ventaja o la explotación de otros.
Muchos en su afán de sentirse poderosos utilizan las artimañas de este mundo, basan su vida en lo que comunican los mentirosos y hacen alarde de que se habla con la verdad, cuando en realidad es la mentira camuflada de verdad. Es cierto que a veces la mentira se parece a la verdad, pero no es nada mas que una payasada, una imitación que tarde que temprano es desenmascarada.
Simple y sencillamente la verdad es vida y regocijo y la mentira es muerte o destrucción.
Mientras el mundo nos miente y nos engaña, las cosas de arriba son reales y veraces que aunque nos hacen sentirnos momentáneamente a disgusto, nos hacen crecer y madurar en todos los ámbitos, nos hacen superarnos en los terrenos del alma y del espíritu.
Todos tenemos la potestad de poner en práctica la verdad o la mentira. La mentira hiere profundamente nuestro corazón y nuestro espíritu, nos hace ser esclavos de los engaños del mundo y en algunos de los casos nos hará creer que vivimos de manera correcta porque la mayoría recorre ese camino.
No obstante, más temprano que tarde, ese sendero lleva a la perdición y la condenación. En cambio, el rumbo de la verdad, que la mayoría de las veces lastima o hiere como una espada afilada, es el que nos llevará a la salvación, a vivir en libertad, en pleno regocijo y esperanza.
Por lo tanto, siempre habremos de armarnos de valor para ser hijos de la Luz y de la Verdad, hijos de Dios y no de las tinieblas.
Si pretendes agradar al mundo tomando una postura camaleónica, aniquilando todo lo bueno que existe dentro de ti, seguramente te ganarás al mundo rechazando tu propia esencia. Pero tu vida se convertirá en una mentira.
Por el contrario, si quieres vivir en libertad, sé siempre tú mismo aunque esto implique tener pocos amigos; más vale estar solo que mal acompañado. Y más vale sentirse solo, pero estar acompañado por el verdadero amigo que nunca nos defraudará: Jesús.
Hay que recordar que a nuestro adversario, el diablo, se le conoce como “El padre de la mentira”, por lo tanto, no nos dejemos engañar por los embustes del mundo, que son caricaturas de la verdad que Cristo predicaba; son garabatos que buscan confundirnos en nuestro trayecto hacia la santidad.
Inspirémonos por la Verdad que es Cristo, Luz del mundo. Tomemos el riesgo de vivir fielmente siguiendo los pasos de Jesús y también predicar con su ejemplo, aunque esto disguste al prójimo. Así estaremos haciendo un bien para la salvación de las almas.