Por esos propósitos, habiendo ascendido a Su Padre eterno, Él dejó en su lugar y como Su substituto, y vicario aquí en la tierra, al Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, y a sus sucesores legítimamente electos, a quienes Él dio y dejó el reino, poder, imperio, y llaves del cielo, lo mismo que Cristo, nuestro señor, las recibió de Su eterno Padre, como Su cabeza y Padre universal, y a los otros como Sus sucesores, siervos, ministros, y vicarios, dejándoles no sólo la Jurisdicción eclesiástica y poder espiritual, sino les confirió también Jurisdicción temporal y monarquía espiritual en una y otras ramas, y doble autoridad que para ellos mismos o por medio de sus hijos, los emperadores y reyes, cada vez y cuando lo consideren necesario, puedan agrandar su Jurisdicción temporal y dio poder a los reyes para que obren y pongan en ejecución sus mandatos cada vez que la ocasión y la necesidad lo requiera, usando el poder entero del brazo secular y facultad por sus ejercitas y navíos, en mar o en tierra en sus propias tierras o entre las naciones gentiles, bajo sus pabellones y banderas y bajo el estandarte imperial de la cruz, sometiendo a las naciones bárbaras y abriéndoles el camino para la predicación de la palabra de Dios, asegurando sus vidas y personas y vengando las injurias sufridas por aquellos que han sido ya recibidos en el redil y restringiendo a las naciones bárbaras y salvajes en su cruel y bestial ferocidad, en el nombre de Cristo Todopoderoso, nuestro Señor, quien mandó que Su evangelio sea predicado a todas las naciones del mundo, extendiendo Su imperio con la ayuda de Sus hijos, entre quienes está el rey, nuestro señor Don Felipe, rey de Castilla y Portugal, de las Indias orientales y occidentales, descubiertas o sin descubrir, por virtud de dicho poder y Jurisdicción, y dicho poder apostólico y pontifical concedido y sancionado a los reyes de Castilla y Portugal y a sus sucesores, desde los días de nuestro soberano pontífice, Alejandro VI, por su divina y singular inspiración que nuestro deber Cristiano nos enseña ser infalible, porque nuestro Señor nunca abandona a Su vicario que lo representa en asuntos de importancia y Él le imparte Su sabiduría como verdadero maestro, la verdad que ha probado el tiempo.
Esto atestigua con infalible certidumbre el consentimiento, permiso, confirmación, y señalamiento, del Imperio y dominio dicho antes sobre las Indias Orientales y Occidentales en y para los reyes de Castilla y Portugal y a sus sucesores, en quienes como se dijo antes fueron investidos de poder por la iglesia militante y por los otros soberanos pontífices sucesores de dicho santísimo pontífice, Alejandro VI, aún al presente día.
Descansando mi autoridad sobre esta base sólida, Yo tomo posesión como se ha dicho, de estos reinos y provincias en el nombre antes dicho. Muchas otras y poderosas razones me mueven a este paso y aseguran mi éxito. Con la ayuda de nuestro Señor y de Su Santísima Madre, y con el símbolo sagrado de la Cruz, por medio de la ayuda de los Santos frailes, hijos de San Francisco, están asegurados prósperos y felices resultados.
La primera y no menor causa de esta expedición fue la muerte de esos santos predicadores del santo Evangelio, esos verdaderos hijos de San Francisco, Fray Juan de Santa María, Fray Francisco López, y Fray Agustín Ruiz. Estos fueron los primeros después de Fray Marcos de Niza, que visitaron estas tierras. Ellos dieron sus vidas como los primeros mártires de la santa fe en estas provincias. Ellos sufrieron el martirio que no merecían de mano de los indios porque, habiendo sido bien recibidos y admitidos por los indios en sus casas, y habiendo permanecido entre ellos para predicarles el Evangelio, y después de haber aprendido su idioma, los indios se volvieron contra ellos y, contrario a la ley natural, devolvieron el mal por el bien y cruelmente los asesinaron. Estos hombres eran inocentes de ninguna injusticia. Ellos simplemente estaban haciendo lo que podían para ayudar a los simples nativos, y trayéndoles modos que les serían ventajosos y a traerles la palabra de Dios. Esta sola razón justificaría la expedición.
Corregir y castigar los pecados
Otra razón es la necesidad de corregir y castigar los pecados contra la naturaleza y contra la humanidad que existen entre estas bestiales naciones, y el cual importa a mi rey y príncipe como el más poderoso señor corregir y reprimir. A mí, como su siervo y vasallo, se ha asignado presentar este caso.
Otra razón es el gran número de niños nacidos entre esta gente infiel que ni reconocen ni obedecen a su verdadero Dios y Padre. La salvación de estas almas demanda esto. Ellos no pueden obedecer o reconocer a su verdadero Dios, excepto a través del bautismo, y la experiencia en estas tierras nos ha enseñado que aun cuando lo reconocieran en el bautismo no pueden preservar su fe ni perseverar en su observancia entre gente idólatra.
El trabajo debe hacerse porque es la voluntad de Dios que toda la gente se salve. Es Su divina voluntad que Su palabra sea llevada a todos los hombres, y que sea obedecida en todas partes por cada uno bien sea Juez o padre, o gobernante de un reino o una ciudad porque la salvación de una sola alma es más preciosa ante los ojos de Dios que el mundo y todas sus riquezas.
Hay otras razones temporales por las que yo debo llevar a cabo esta conquista. Entre éstas están las siguientes: Que estos pueblos puedan ser mejorados en su comercio y tratos; que puedan ganar mejores ideas de gobierno; que puedan aumentar el número de sus ocupaciones y aprender las artes, lleguen a ser cultivadores del suelo y tengan animales y ganados; y aprendan a vivir como seres racionales, cubriendo sus desnudeces, gobernándose a sí mismos con justicia y estar capacitados para defenderse de sus enemigos. Esto merece la ayuda de tan poderoso rey quien puede enviarles, a su costo, predicadores y ministros.
Todos estos objetos yo llenaré aún al punto de la muerte, si se hace necesario. Yo mando ahora y siempre mandaré que estos objetos sean observados bajo pena de muerte. Por lo tanto, en virtud de lo anterior, yo tomo posesión de estas tierras en presencia del reverendísimo Fray Alonso Martínez, de la orden de San Francisco, comisario apostólico “cum plenitudíne potestatis”, de esta expedición de Nuevo México, y sus provincias, y en la presencia de los reverendísimos padres del santo Evangelio, sus compañeros, Fray Francisco de San Miguel, Fray Francisco de Zamora, Fray Juan de Rosas, Fray Alonzo de Lugo, Fray Andrés Corchado, Fray Juan Claros, y Fray Cristóbal de Salazar; y en presencia de mis amados padres y hermanos, Fray Juan de San Buenaventura, Fray de Vergara, hermanos legos y religiosos que nos acompañan en esta jornada.
También en presencia de mi maese de campo, General Juan de Zaldívar Oñate, y de los oficiales de mi estado mayor y de la mayor parte de mis capitanes y oficiales y de los soldados y colonos.
Sépase, por lo tanto, que en el nombre del Rey más Cristiano, Don Felipe, nuestro señor, el defensor y protector de la santa iglesia, y su verdadero hijo, y en el nombre de la corona de Castilla, y de los reyes que de su gloriosa progenitura puedan reinar allí y por mi dicho gobierno, yo tomo posesión, una, dos, y tres veces, y todas las veces que yo pueda y deba, de actual Jurisdicción, civil como criminal, de las tierras de dicho río del Norte, sin ninguna excepción, con todas sus praderas y terrenos pastales y pasos. Y esta posesión es para incluir todas las otras tierras, pueblos, ciudades, villas de cualquiera naturaleza fundadas ahora en el reino y provincia de Nuevo México, y de todas las tierras contiguas y vecinas que haya con todas sus montañas, valles, pasos, y todos los indios nativos que están ahora incluidos en ellas.
Yo tomo toda la Jurisdicción, civil lo mismo que criminal, alta lo mismo que baja, desde el filo de las montañas hasta las piedras y la arena en los ríos, y las hojas de los árboles”.
“Yo, Juan Pérez de Donis, escribano de su majestad y secretario de esta expedición, certifico que dicho señor Gobernador, capitán general, y adelantado de dichos reinos, como señal de verdadera y pacífica posesión, y continuando actos de esto, coloco y clavo en un árbol, con sus propias manos, la santa cruz de nuestro Señor, y volviéndose hacia ella, de rodillas declaró: O, Santa cruz, divina puerta del cielo y altar del sol y esencial sacrificio de la sangre y cuerpo del Hijo de Dios, camino de santos y emblema de su gloria, abre las puertas del cielo a estos infieles. Funda iglesias y altares donde el cuerpo y sangre del Hijo de Dios pueda ser ofrecido en sacrificio; ábrenos el camino de la paz y seguridad para su conversión y da a nuestro rey y a mí, en su real nombre, la posesión pacífica de estos reinos y provincias, Amén.
E inmediatamente él fijó y colocó en su lugar con sus propias manos el Estandarte real y el escudo de armas del rey más Cristiano, Don Felipe, nuestro señor, en un lado y las armas imperiales en el otro. Mientras esto se hacía las trompetas sonaron ruidosamente; los arcabuceros dispararon una salva y una gran demonstración se llevó a cabo.
Y su señoría, el dicho señor Gobernador, Capitán General, y Adelantado, a fin de que la memoria de esto pueda ser perpetuada, ordenó que esta acta de posesión sea firmada y sellada con el alto sello de su oficio, y así fue firmada para guardarse entre los archivos de la expedición.
Esta fue firmada por todos los testigos, el reverendo padre Comisario, Fray Alonzo Martínez, Comisario apostólico; Fray Francisco de San Miguel; Fray Francisco de Zamora; Fray Juan de Rosas; Fray Alonzo de Lugo; Fray Andrés Corchado; Fray Juan Claros; Fray Cristóbal de Salazar; Fray Juan de San Buenaventura; Fray Pedro de Vergara; y Don Juan Zaldívar Oñate, maese de campo, mi general; y otros más altos oficiales, el día de la Ascensión de nuestro Señor, el 30 y último día de abril en el año de mil quinientos noventa y ocho”.
Antes de “La Toma”, el gobernador Oñate, ordenó que se construyera una capilla grande bajo las arboledas. Allí los sacerdotes celebraron el Santo Sacrificio cantando una Misa Solemne. El Rev. Fray Alanzo Martínez, comisario apostólico, predicó un excelente sermón.
Se celebró en acción de gracias a la orilla de río Bravo con Misa, sermón, teatro (se presentó el primer drama comedia en esta región), y otros festejos. Los reverendos Fray Francisco López o Juan de Santa María celebraron una misa solemne diaconada.
El Paso del Norte
El 1 de mayo de 1598, la expedición emprendió su marcha y el día 3 de mayo, cuatro indios de una ranchería cercana fueron traídos al campo. Los españoles les obsequiaron presentes y los vistieron. De ellos supieron que a dos leguas había un lugar propio para cruzar el río. El día 4 de mayo, la expedición llegó a este crucero, el cual, por primera vez fue llamado “El Paso del Norte,” nombre que lleva hasta la presente. Por observaciones astronómicas tomadas, la latitud era 31’ grados. La expedición de Oñate, en esta vecindad, notó las rodadas de diez carretas que Morlete había traído de vuelta de Nuevo México, cuando aprehendió a Castaño de Sosa.
Son muchas las vivencias, triunfos y fracasos de Oñate. Su compañero Vicente de Zaldívar va a la llanura de los búfalos y muere en ese sitio el 27 de octubre de 1598. Los ocho sacerdotes franciscanos son repartidos entre los pueblos indios. En 1599, Juan de Oñate envía un informe a la ciudad de México y pide más soldados. En 1600, un grupo de otras 73 personas llegan a Nuevo México y con ellos seis frailes más. El Adelantado de Nuevo México sube hasta Kansas sin encontrar metales preciosos y algunos colonos se regresan a México desilusionados de la expedición. En 1604, Juan de Oñate sale y llega hasta el océano Pacífico, pasa por Zuñi y le da por primera vez el nombre al río Colorado, también desilusionados vuelven a Nuevo México, sin hallar oro y plata.
El padre Escobar va a México con el informe de la expedición e informa que de 1598 a 1608, los misioneros convierten a 8,000 indígenas de la zona. En 1606, el Consejo de Indias decide cambiar de Adelantado, decide proteger a las Misiones y confía las exploraciones solamente a los misioneros. Juan de Oñate presenta la dimisión en 1608 a los cargos de gobernador y capitán general y dice haber perdido 400,000 pesos en la expedición, es reemplazado por Martínez de Montoya. La expansión del Nuevo México continuó y en 1609, llega el tercer gobernador Pedro de Peralta. En 1610 funda la Villa Real de la Santa Fe de San Francisco de Asís (hoy Santa Fe) y celebran la santa Misa con sermón y organizan una fiesta con representación de Moros y Cristianos. Santa Fe, desde entonces ha sido la capital de Nuevo México. La Corona se hace cargo de los gastos de las festividades iniciales.
Ese mismo año Gaspar de Villagrá, que se había incorporado a la expedición de Oñate en 1595, publica la “Historia del Nuevo México” en Alcalá de Henares. Villagrá describe en su obra dividida en cantos y con uso de riqueza de detalles, los retos de la expedición de Oñate, las costumbres indígenas encontradas, y la organización política social de los pueblos nativos.