Querido Padre: Usted como sacerdote ¿qué opina de los transgéneros y de la unión en el matrimonio del mismo género?
De acuerdo a la Moral Cristiana, las operaciones de reasignación de sexo solamente son permitidas cuando, por cuestiones médicas, así lo exigen. Es decir, en los casos en que una persona puede nacer con ambos genitales y por consiguiente requiere la definición de aquel sexo que corresponda al desarrollo biológico y psíquico.
Cierto es que en estos raros casos, no solamente la cirugía es requerida, sino más importante un acompañamiento que ayude a definir de acuerdo a lo que la naturaleza sigue determinando en el desarrollo de la persona involucrada. Pues aun cuando puede haber la aparición de ambos genitales, el cuerpo recibirá más hormonas que ayuden a la definición, masculinas o femeninas, según su naturaleza; ahí se encuentra por tanto, el apoyo fundamental para la toma de decisión a cual genital habría que salvar.
Por tanto, no podemos aceptar un cambio de sexo, sea por reasignación quirúrgica a merced de la mera voluntad o bien, sea por caracterizaciones externas que disfrazan la apariencia de lo biológicamente existente.
Respecto a la unión de dos personas del mismo género, es ilegítima por derecho natural. Conocemos por la Revelación que Dios hizo al hombre y a la mujer (Cfr. Gen 1, 27), y esta creación responde a la supervivencia de la especie humana. La unión conyugal exige como consecuencia preservar la vida, función que se ve aniquilada en la unión homoparental. Existen casos en que las parejas del mismo sexo, buscan la concepción por una de las partes para “adoptar” al hijo. Ese movimiento rompe la unión misma, el acto carnal que se busca para concebir, expresa la ilegitimidad de la unión no natural.
Es importante profundizar, en ambos casos de la pregunta, que la sexualidad no solamente responde a un dato biológico, responde más bien a la constitucionalidad de la persona en sí, es decir, a su esencia según sus componentes. El ser humano como criatura, se realiza plenamente de acuerdo a esta constitucionalidad, misma que se conforma por el alma y el cuerpo, la razón y la voluntad. De tal forma que la integración de estos elementos dan como resultado el ente humano que se manifiesta por su realidad material y psíquica.
Por otra parte, la separación de estos elementos componentes no necesariamente desdicen la esencia que grita lo que es. De ahí que la persona sigue siendo en sí, de acuerdo a su misma esencia, y como dice Karol Wojtyla en su obra, “Varón y Hembra los creó”, (1879-1984), en su corpus sobre Teología del cuerpo, solamente hay dos maneras de existir: varón y mujer. Esto se vuelve por tanto inviolable de acuerdo a lo constitutivo de la persona, por lo que las características , aun manipuladas de manera voluntaria, no modifican la esencia que eternamente es inmutable.
En síntesis, no hablamos de la persona -que jamás será repudiada al ser en sí misma un fin de valor absoluto- sino de estas cuestiones que la colocan en un dilema frente a lo natural. Aceptamos a la persona por lo que ella es, persona, pero jamás el cambio de sexo ni la unión ilegitima que pretende cambiar lo que es permanente.
En los tiempos modernos la sociedad busca el reconocimiento y el establecimiento de nuevos modos de ser y de vivir, pretende la aceptación de lo que no es posible, pues una cosa no puede ser otra. De ahí que la homosexualidad vista con los ojos de la moral, será siempre inaceptable. No por ello la persona lo será, pues ésta será siempre objeto de amor y comprensión en su plena realización humana.
En mi opinión personal, ante esta situación hemos de seguir trabajando en la formación de la Verdad y el respeto del derecho natural, que bajo ninguna condición puede ser manipulada. El principio de misericordia que exige el evangelio es acorde al principio de Verdad que también nos muestra el Señor Jesús.
Pbro. J. Luis Soriano M.