Lectio Divina correspondiente al domingo 02 de marzo. VIII Domingo Ordinario. Reflexión y acción de la Palabra de Dios, con la guía de integrantes del Instituto Bíblico san Jerónimo…
Samuel Pérez/IBSJ
1.Lectura: ¿Qué dice el texto?
Lucas 6, 39-45.
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”.
Ahora hagámonos las siguientes preguntas:
¿Cómo presenta Jesús la enseñanza sobre el discípulo y su relación con el maestro?
¿Cómo es el discípulo antes y después del aprendizaje en relación con su maestro?
¿Cuál es la segunda parábola que presenta Jesús?
De acuerdo con esta parábola ¿qué debe de hacer primero quien señale a su hermano?
En la tercera parábola, ¿qué relación existe entre la naturaleza del árbol y sus frutos con la conducta del hombre?
¿De qué es lo que habla la boca?
Interioricemos en el texto
Jesús por medio de tres parábolas llama a reflexionar sobre la conducta de adoptar la función de juez al señalar los errores de nuestros hermanos cuando antes debemos de reconocer las propias limitaciones ya que todos somos pecadores y necesitados del perdón de Dios. Las parábolas del ciego que guía a otro, la astilla en el ojo del hermano y finalmente, el árbol y sus frutos, invitan a la corrección fraterna partiendo, primeramente, de examinar la propia conducta. En ocasiones, podemos ser prontos para criticar y hasta juzgar olvidando nuestras cegueras internas. Ante esto Jesús nos pregunta: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego?”. El actuar así sería hipocresía y suele reflejar que las propias acciones son los defectos que se critican y condenan “pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”. Quien tiene el bien en su corazón, produce frutos buenos, dice y hace cosas buenas. Como verdaderos discípulos debemos ser capaces de realizar un examen de conciencia constante y, con humildad, reconocer nuestros errores pidiendo la gracia a Dios para corregirlos, pues lo que buscamos es parecernos cada vez más a nuestro Maestro Jesucristo.
- Meditación: ¿Qué me dice Dios en el texto?
Para profundizar en el Evangelio contestémonos a nosotros mismos, con sinceridad, las siguientes preguntas:
En mi itinerario de fe ¿está el constante examen de conciencia y la humildad para pedir la gracia a Dios de enmendar mis pecados?
En nuestras comunidades parroquiales ¿lo que decimos y hacemos evidencian el amor y la misericordia de Dios? Y ¿en lo personal? ¿Qué podemos hacer para mejorar en ello?
- Oración: ¿Qué le digo a Dios?
Señor Jesús,
forma mi corazón para amar tus enseñanzas,
mi mente para ser consciente que para juzgar
¡solo Tú!
Pues si yo juzgo a mi hermano, me faltaría
el amor y la misericordia que tienes Tú.
Dame un corazón humilde y lleno de ti,
que mis obras y palabras sean
para proclamar tu grandeza.
Amén.
- Contemplación:
Para intensificar la contemplación repitamos varias veces durante la semana un versículo de la Sagrada Escritura para que alimente nuestra fe:
¡Qué bueno es darte gracias, Señor! (Salmo 91).
- Acción: ¿A qué me comprometo con Dios?
El verdadero discípulo se construye desde su corazón y se le reconoce por sus palabras y obras.
Propuesta: Incluye en tu itinerario de fe el constante examen de conciencia para reconocer y confesar los pecados. Incluyamos también en nuestras obras el disculparnos con quienes hemos ofendido y juzgado.